Para llevar a cabo hoy esta misión "se necesita un nuevo tipo de redes"
Entre tantos temas posibles para las audiencias generales durante el Sínodo de la familia, es significativo que Francisco haya escogido la relación entre Iglesia y familia. Una relación “indisoluble”, afirma de entrada, que abre su horizonte al bien de la humanidad entera.
Sigamos su reflexión sobre el “espíritu de familia” en tres pasos: una mirada a la sociedad con ojos, podríamos decir, de humanismo cristiano; una segunda mirada hacia dentro para redescubrir la misión de la Iglesia aquí y ahora, en este tema; una conclusión y un deseo para el Sínodo sobre la familia.
1. Lo que se ve en la sociedad hoy. Prima un ambiente de competencia movido por un generalizado afán de autorrealización. De ahí deriva un estilo de relaciones humanas excesivamente racional y formal, incluso “deshidratado”, árido, anónimo, hasta hacerse en muchas ocasiones insoportable. “Aunque quiere ser inclusivo en sus formas −señala el Papa−, en realidad abandona en la soledad y en el descarte a un número cada vez mayor de personas”.
Por todas partes se percibe la necesidad de una fuerte inyección de espíritu familiar, pues “la familia abre para la sociedad entera una perspectiva mucho más humana”, porque enseña a mirar al mundo con humanidad, introduce en los valores humanos −como la fidelidad, la sinceridad y la cooperación−, en la confianza y en el respeto a los demás, en la atención especial a los más débiles. “En la sociedad, quien practica estos comportamientos, los ha asimilado a partir del espíritu familiar, no a partir de la competencia y del deseo de autorrealización”.
Sin embargo, este papel de la familia no se reconoce socialmente. Más aún, parece que no hay rasgos de tal espíritu familiar en la convivencia. A pesar de los avances de la ciencia y de la técnica, se ha llegado a la conjunción de dos extremos de por sí opuestos: un incremento de la burocracia o de la tecnocracia −que disminuyen las relaciones personales− y una degradación de las buenas costumbres −en la dirección de unas relaciones excesivas y de efecto negativo por dañar la integridad de la persona−.
2. La Iglesia redescubre a partir de ahí su misión actual respecto a la familia y al “espíritu de familia” en la sociedad. Para ello la Iglesia debe comenzar por una atenta revisión de su propia vida.
“Se podría decir −apunta Francisco− que el ‘espíritu familiar’ es una carta magna para la Iglesia: así debe aparecer el cristianismo y así debe ser”. Así lo entiende San Pablo: “Por lo tanto, ya no sois extraños y advenedizos sino conciudadanos de los santos y miembros de la familia de Dios” (Ef 2, 19). En síntesis: “La Iglesia es y debe ser la familia de Dios”.
Evoca el Papa cuando Jesús llamó a Pedro −el primer Papa− y le dijo que le haría “pescador de hombres”. Para llevar a cabo hoy esta misión −observa Francisco− se necesita un nuevo tipo de redes. Pues bien, “hoy las familias son una de las redes más importantes para la misión de Pedro y de la Iglesia”. Avisa que no se trata de una red que aprisione. Al contrario “libera de las malas aguas del abandono y de la indiferencia, que ahogan a muchos seres humanos en el mar de la soledad y de la indiferencia”. Precisamente “las familias saben bien en qué consiste la dignidad de sentirse hijos y no esclavos, o extraños, o solo un número de carnet de identidad”.
Promoviendo este espíritu de familia, Jesús pasa entre los hombres para recordarles que Dios no los ha olvidado. Así es según la exégesis contemporánea más sólida, cuando apunta que en el núcleo de la predicación de Jesús se sitúa la Iglesia como familia.
También de ahí, de ese espíritu de familia que Jesús predica −y que hoy la sociedad y la Iglesia necesitan−, se fija Francisco cómo Pedro toma fuerzas para su ministerio y la Iglesia se lanza a una pesca que será milagrosa.
Casi se diría que el Papa actual está hablando desde su oración personal, con una conciencia clarividente de lo que significa aquí y ahora ser sucesor de Pedro, cuando también la familia y las familias del mundo están en juego.
3. Con referencia al Sínodo de la familia, concluye Francisco deseando que el entusiasmo de los Padres sinodales, animados por el Espíritu Santo, pueda fomentar este lanzarse la Iglesia para abandonar las redes viejas y ponerse a pescar −con las redes nuevas del espíritu de familia− confiando en la Palabra del Señor.
Y añade a su favor un sorprendente “reclamo familiar” desde el Evangelio: si incluso los padres malos no negarían el pan a sus hijos hambrientos, no es imaginable que Dios no dé el Espíritu a los que −aunque imperfectos− se lo pidan con insistencia apasionada (cf. Lc 11, 9-13).
Sociedad, Iglesia y familia quedan así vinculadas desde la mirada del Papa. Hace ver a la sociedad que a ella le conviene apoyar a la familia. Hace ver a la familia su fascinante tarea a favor de la sociedad. Hace ver a la Iglesia que debe “aprender” siempre de la familia a ser lo que Jesús, desde el principio, ha querido que la Iglesia sea: familia de Dios. Y como sucesor de Pedro hace ver al Sínodo que el Espíritu Santo es el protagonista verdadero, el sujeto primero y más importante de este “espíritu de familia” que todos necesitamos. Por eso nos conviene invocarle en la oración, pedirle su ayuda y su acción, y dejarnos hacer familia por Él y para los demás.
Ramiro Pellitero, en iglesiaynuevaevangelizacion.blogspot.com.
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