El Santo Padre habla, entre otros importantes temas, de los jóvenes y la catequesis, durante una reciente y larga entrevista
El Papa Francisco ha concedido en días pasados una entrevista a la periodista Aura Miguel, de Radio Renascença, en la que el Santo Padre habla de los jóvenes, del desafío de los refugiados, del Jubileo de la Misericordia, de la Virgen de Fátima, del Sínodo de la Familia que se realizará en el Vaticano en octubre, entre otros importantes temas.
Antes que nada, Santidad, gracias por esta entrevista. Es de verdad un privilegio para Rádio Renascença hablar con Usted en una conversación exclusiva.
Para mí también es un gusto porque estos días están aquí todos los Obispos de Portugal y ayer estuve toda la mañana con los Obispos portugueses. Así que esta entrevista coincide.
Un Papa que viene “del final del mundo”, ¿cómo ve Portugal y a los portugueses?
En Portugal estuve sólo una vez en el aeropuerto, hace años, cuando venía para Roma, en un avión de la Varig, que hacía escala en Lisboa; así que solo conozco el aeropuerto, pero también conozco muchos portugueses. Y en el Seminario de Buenos Aires, había muchos empleados migrantes portugueses. Y gente buena, que tenía mucha familiaridad con los seminaristas. Y mi padre tenía un compañero de trabajo portugués. Me acuerdo del nombre, Adelino, muy bueno, y otra vez conocí a una señora portuguesa de más de 80 años, que también me causó buena impresión. Es decir, no conocí ningún portugués malo.
¡Qué suerte! En su discurso a los obispos portugueses, además de elogiar al pueblo portugués y mirar a la Iglesia con serenidad, el Santo Padre manifiesta dos preocupaciones: una que se refiere a los jóvenes y otra a la catequesis. El Santo Padre usa una imagen diciendo que “los vestidos de la primera comunión ya no sirven a los jóvenes”, pero que “existen algunas comunidades que insisten en vestirlos”. ¿Cuál es el problema?
Es un modo de decir, ¿no? Los jóvenes son más informales y tienen su propio ritmo. A un joven hay que dejarlo crecer. A un joven hay que acompañarlo. No dejarlo solo, acompañarlo. Y saber acompañarlo con prudencia, saber hablar en el momento oportuno, saber escuchar mucho. Un joven es inquieto. No quiere que lo molesten. Y, en ese sentido, se puede decir que el traje de primera comunión no les va. En cambio, a los chicos, cuando hacen la comunión, les gusta el vestido de primera comunión. Es una ilusión. Los jóvenes tienen otras ilusiones, que son muchas veces muy buenas, pero hay que respetar porque ellos mismos no se entienden, porque están cambiando, están creciendo, están buscando. Luego al joven hay que dejarlo crecer, hay que acompañarlo, respetarlo y hablarle muy paternalmente.
Porque, al mismo tiempo, hay una exigencia de proponer, pero, a menudo, esa exigencia ¡no es atractiva!
Por eso hay que buscar qué es lo atractivo de un joven y qué le exija. Por ejemplo, un caso concreto. Si usted a un joven le propone −y esto lo vemos en todas partes− hacer una caminata, un campamento o ir a misionar a otro lado, o a veces ir a un cotolengo a cuidar enfermos una semana o quince días, se entusiasma, porque quiere hacer algo por los demás. Está involucrado.
¿“Involucrado”?
Sí, entra dentro. Se compromete. No mira desde afuera. Se involucra, o sea, se compromete.
Entonces, ¿por qué no permanece?
Porque está caminando.
¿Y cuál es el desafío que la Iglesia debe afrontar? El Santo Padre ha hablado también de la catequesis que a menudo permanece teórica y falta esta capacidad de proponer el encuentro…
Pues es importante que la catequesis no sea puramente teórica. No sirve. La catequesis es darle doctrina para la vida y, por lo tanto, tiene que ser de tres lenguajes, con tres idiomas: el idioma de la cabeza, el idioma del corazón y el idioma de las manos. Y que la catequesis entre en esos tres idiomas. Que el joven piense y sepa cuál es la fe, pero que, a la vez, sienta con su corazón lo que es la fe. Y a la vez, haga cosas. Si a la catequesis le falta una de las tres lenguas, de los tres idiomas, no va. Los tres lenguajes: pensar lo que se siente y lo que se hace, sentir lo que se piensa y lo que se hace, hacer lo que se siente y lo que se piensa.
Escuchando a Su Santidad, parece obvio, y sin embargo, mirando alrededor −sobre todo en la vieja Europa, en la vieja cristiandad− no es así. ¿Qué falta? ¿Cambiar la mentalidad? ¿Cómo se hace?
No, cambiar mentalidad, no sé, porque no conozco todo, pero sí metodología catequética, a veces no es completa, es verdad. Buscar la metodología catequística que junte las tres cosas: las verdades que se deben creer, lo que se debe sentir y lo que se hace, lo que se debe hacer, todo junto.
Santidad, para el centenario de las apariciones de la Virgen de Fátima, nosotros lo esperamos en Portugal. Tres Papas nos han visitado (Juan Pablo II tres veces). Usted −que ama tanto la Virgen− qué espera de su visita en 2017?
Bueno, vamos a aclarar las cosas. Yo tengo ganas de ir a Portugal para el centenario. También en 2017 se cumplen trescientos años del encuentro de la imagen de la Virgen de Aparecida.
Una fecha estereofónica, ¡en dos lados!
Así que estoy también con ganas de ir allí. Allá prometí ir. Portugal, dije, tengo ganas de ir y me gustaría ir. Es más fácil ir a Portugal porque uno puede ir y volver en el día, un día lleno o, como mucho, un día y medio o dos. Ir a la Virgen. La Virgen es Madre, es muy madre, y su presencia acompaña al pueblo de Dios. Por eso quisiera ir a Portugal, que es privilegiada.
¿Y qué espera de los portugueses? ¿Cómo podemos prepararnos para recibirlo y también para seguir las peticiones de la Virgen?
La Virgen lo que pide siempre es que recemos, que cuidemos la familia, los mandamientos. No pide cosas raras. Que recemos por la gente que está desorientada, que son los pecadores. Todos somos, yo soy el primero. Pero la Virgen pide. Y prepararse con esas peticiones de la Virgen, esos mensajes tan de madre, que se manifiesta a los niños. Es curioso, siempre busca almas muy sencillas, muy sencillas.
Esta entrevista se realiza en plena crisis de los refugiados. Santo Padre, ¿cómo está viviendo esta situación?
Es la punta de un iceberg. Vemos estos refugiados, esta pobre gente, que escapa de la guerra, del hambre, pero es la punta del iceberg. Debajo de eso, está la causa, y la causa es un sistema socioeconómico y malo, injusto, porque dentro de un sistema económico, dentro de todo, dentro del mundo, hablando del problema ecológico, dentro de la sociedad socioeconómica, dentro de la política, el centro siempre tiene que ser la persona. Y el sistema económico dominante hoy día descentró a la persona y en el centro está el dios dinero, que es el ídolo de moda. O sea, hay estadísticas, yo no me acuerdo bien, pero −esto no es exacto y me puedo equivocar− que el 17% de la población del mundo tiene el 80% de las riquezas.
Y esa explotación de las riquezas de los países más pobres en el futuro próximo trae como resultado que todas esas personas ahora quieran venir a Europa…
Que es lo mismo que sucede en las grandes ciudades. ¿Por qué se forman las “favelas” en las grandes ciudades?
El criterio es el mismo…
El mismo. Es gente que viene del campo porque han deforestado, han hecho el monocultivo, no tienen trabajo, y van a las grandes ciudades.
También en África es lo mismo…
En África es el mismo fenómeno. Entonces, esta gente emigrada viene a Europa −es lo mismo− buscando un sitio y, claro, para Europa en este momento es una sorpresa, porque es difícil de creer que esté sucediendo esto, pero sucede.
Santo Padre, cuando Usted fue a Estrasburgo, dijo que es “necesario actuar sobre las causas y no sólo sobre los efectos”. Pero parece que ninguno ha escuchado los efectos que son visibles…
Hay que ir a las causas.
Y ninguno ha escuchado, muy probablemente…
Donde las causas son el hambre, poner fuentes de trabajo, inversiones. Donde la causa es la guerra, buscar la paz, el trabajo por la paz. Hoy día, el mundo está en guerra, está en guerra contra sí mismo, o sea, el mundo está en guerra −como yo digo− guerra por entregas, por pedazos, pero también está en guerra contra la tierra, porque está destruyendo la tierra, o sea nuestra casa común, el ambiente, los glaciales se están disolviendo. En el ártico, el oso blanco se va cada vez más al norte para poder sobrevivir.
Y la preocupación por el hombre y su destino parece ignorada. ¿Cómo ve Usted la reacción de Europa, ahora, con tantas tomas de posiciones: unos construyen muros, otros eligen los refugiados según la religión, otros aprovechan la situación para hacer discursos populistas…?
Cada cual saca de su cultura una interpretación. Y a veces, la interpretación ideológica o de las ideas es más fácil que hacer cosas, que la realidad. Vamos lejos de Europa, otro fenómeno que a mí me dolía mucho. Los rohingya que fueron expulsados de su país y están en un barco y van, llegan a un puerto o a una playa, les dan agua, les dan de comer y, después, otra vez al mar. No los acogen, o sea, la capacidad de acogida de la humanidad falta.
Porque no basta tolerar; es más que la tolerancia: ¡es la acogida!
Acoger a la gente, y acoger como venga. Yo soy hijo de migrantes y soy de la oleada migrante del año 29, pero en Argentina, desde el año 1884, empezaron a llegar italianos, españoles, portugueses −no sé cuándo llegó la primera oleada portuguesa− sobre todo de esos tres países. Y llegaban allá y algunos tenían dinero, otros iban al hotel de inmigrantes y allá los mandaban a ciudades. Iban a trabajar, buscaban trabajo. Es verdad que en aquella época había trabajo, pero en mi misma familia, que tenían trabajo −llegaron en el 29−, en el año 32, con la crisis económica del 30, se quedaron en la calle, sin nada, y mi abuelo compró un almacén con dos mil pesos que le prestaron. Y mi papá, que era contable, hacía el reparto con la canasta, o sea, tenían ganas de luchar, de vencer. Yo sé lo que es la migración. Y después vinieron las migraciones de la segunda guerra, sobre todo del centro de Europa, muchos polacos, muchos eslovacos, croatas, eslovenos y también de Siria y del Líbano. Y siempre nos llevamos bien ahí. En Argentina no hubo xenofobia y ahora hay migración interna de América, de otros países de América vienen a Argentina, aunque estos últimos años disminuyó por la falta de trabajo en Argentina.
Y también de México hacia los Estados Unidos… es un fenómeno grandísimo.
El fenómeno migratorio es una realidad, pero yo quisiera tocar un tema que, sin reprochar a nadie, cuando hay un espacio vacío, la gente busca de llenarlo. Si un país no tiene hijos, vienen migrantes a ocupar el lugar. Pienso en el nivel de nacimientos de Italia, Portugal y España. Creo que es casi el 0%. Entonces, si no hay hijos, hay espacios vacíos. O sea, ese no querer tener hijos que, en parte −es una interpretación mía, no sé si es correcta−, es un poco la cultura del bienestar. Yo he escuchado dentro de mi familia, acá de mis primos italianos, hace años que “no, chicos no, preferimos viajar en las vacaciones o comprar una villa, o esto o aquello”. Y entonces, los ancianos se quedan solos. Creo que el gran desafío de Europa es volver a ser la madre Europa, y no la abuela Europa. Perdón, hay países de Europa que son jóvenes. Por ejemplo, Albania. Albania, a mí me impresionó. Gente de 40, 45 años. Y Bosnia-Herzegovina. O sea, países que se han rehecho después de una guerra.
Por eso el Santo Padre los ha visitado…
Ah, sí, claro. Es un signo para Europa.
Pero este desafío de la acogida de los refugiados que están entrando, en su perspectiva, puede ser muy positiva para Europa. ¿Es un bien? ¿Es una provocación? Finalmente, de algún modo, ¿Europa puede despertar, cambiar de rumbo?
Puede ser. Es verdad, también quiero reconocer que las condiciones de seguridad territorial hoy día no son las mismas de otra época, porque es verdad que tenemos a 400 kilómetros de Sicilia una guerrilla terrorista sumamente cruel. Entonces, el peligro de la infiltración es verdad.
Y puede llegar hasta Roma…
Ah sí. Nadie aseguró que Roma sea inmune a esto, pero se pueden tomar precauciones y la gente que viene… toda a trabajar. Claro, también hay otro problema: es que Europa tiene una crisis laboral muy grande. En un país −hablo de tres países, no los voy a nombrar−, pero importantes de Europa. De 25 años para abajo, la desocupación de jóvenes de 25 para abajo es, en un país del 40%, en otro país del 47%, y en otro del 50%. Hay una crisis laboral. El joven no encuentra trabajo. O sea que se mezclan muchas cosas. No hay que ser simplistas en esto. Evidentemente, viene un refugiado con las medidas de seguridad de todo tipo y hay que recibirlo porque es un mandamiento de la Biblia. Moisés le dice a su pueblo: “recibid al forastero porque acuérdate de que tú fuiste forastero en Egipto”.
Pero, lo ideal sería que ellos no tengan que huir, que se queden en sus tierras ¿no?
Eso sí.
Santo Padre, en el Ángelus del domingo, Usted lanzó un llamamiento a la acogida capilar. ¿Hay reacciones? ¿Qué espera en concreto?
Yo lo que pedí fue esto, que cada parroquia, cada instituto religioso, cada monasterio, acoja una familia. Una familia, no una persona. Una familia da más seguridad de contención, para evitar que haya infiltraciones de otro tipo. Cuando hablo de que una parroquia acoja una familia, no digo que vayan a vivir a la casa parroquial, sino que toda la comunidad parroquial vea si hay un lugar, un rincón de un colegio para hacer un apartamentito o, en el peor de los casos, que alquile un modesto apartamento para esa familia, pero que tengan techo, que sean acogidos, y que se integren en la comunidad. Ya hubo muchas reacciones, muchas, muchas. ¡Hay conventos que están casi vacíos!
Hace dos años el Santo Padre hizo ese llamamiento ¿Qué resultados se han logrado?
Hay cuatro solamente. Uno de ellos, los jesuitas. Muy bien, los jesuitas. Pero es serio. Es que ahí también hay una tentación del dios dinero. Algunas congregaciones dicen: “no, ahora que está el convento vacío, vamos a hacer un hotel, un albergue, y podemos recibir gente y así nos mantenemos o ganamos un dinero”. Bueno, si quieres hacer eso, paga los impuestos. Un colegio religioso, porque el religioso está exento de impuestos, si trabaja como hotel que pague los impuestos como cualquier hijo de vecino. Si no, el negocio no es muy sano.
Y el Santo Padre ya ha dicho que aquí en el Vaticano se acogerán dos familias…
Dos familias, sí. Cierto, ayer me dijeron que ya estaban ubicadas las familias. Las dos parroquias del Vaticano se encargaron de buscarlo.
¿Ya han sido elegidas?
Sí, sí, sí, ya están. Y eso lo hizo el Cardenal Comastri, que es mi Vicario General para el Vaticano, con el encargado de la Limosnería, que es Monseñor Konrad Krajewski, que trabaja con la gente, con los sin-techo, es el que hizo las duchas bajo la columnata, y el servicio de peluquería. Realmente es una maravilla, y lleva a ver los Museos y la Sixtina a la gente de la calle.
¿Y hasta cuándo se quedarán esas familias?
Hasta que el Señor quiera. No se sabe cómo va a terminar eso. De todas maneras, quiero decir que Europa ha tomado conciencia. Y yo lo agradezco, agradezco a los países de Europa que hayan tomado conciencia de esto.
Rádio Renascença, esta radio que lo entrevista, se ha sumado en Portugal a una iniciativa conjunta que reúne instituciones cristianas y de otras religiones, con el deseo de acoger y de moverse a favor de los refugiados. ¿Puede decir algunas palabras de apoyo para los que ayudan y también a nuestros radioescuchas y a nuestros colegas de trabajo?
Les felicito, les agradezco lo que están haciendo y les doy un consejo: el día del juicio final, ya sabemos sobre qué vamos a ser juzgados −está escrito en el capítulo 25 de San Mateo−, cuando Jesús les diga: “tuve hambre: ¿me diste de comer?”. Y ellos van a decir: “sí”. “¿Y cuando estuve sin refugio, como refugiado, me ayudaste?” “Sí”. Los felicito, van a aprobar el examen. Una cosa quería decirle también. El trabajo con los jóvenes desocupados. Creo que es urgente que, sobre todo en las congregaciones religiosas que tienen como carisma la educación, y también los laicos, los educadores laicos, inventen cursos pequeños, escuelas de emergencia. Entonces, un joven que está desocupado, estudia seis meses cocina, o estudia seis meses para trabajador de gas o para calefacción o −siempre se rompe un techo− o para pintor. Entonces, con ese oficio tiene la posibilidad de encontrar un trabajo, aunque sea parcial, de momento. Hacer lo que nosotros llamamos una “changa”, no sé cómo… un trabajo ocasional, una “changa”. Y con eso no está del todo desocupado. Hoy es el momento de la educación de emergencia, que es lo que hizo Don Bosco. Don Bosco, cuando vio la cantidad de chicos que había en la calle, dijo: hay que dar educación, pero mandar a los chicos al instituto no. Oficios. Entonces, preparó carpinteros, fontaneros…, los enseñaban a trabajar y ya tenían para ganarse el pan. Don Bosco hizo eso. Y ahora quiero contar una anécdota de Don Bosco. Aquí, en Roma, cerca del Trastevere, que era una zona muy pobre, pero ahora es la zona de moda de los jóvenes para la “movida”. Bueno, pues don Bosco pasó por ahí, iba en una carroza o un carro, no sé, y le tiraron una pedrada que rompió el cristal. Hizo detener y dijo: “este es el lugar donde tenemos que fundar”. O sea, ante la agresión, no la vivió como agresión; la vivió como desafío para ayudar a la gente, a chicos, a jóvenes, que solamente sabían agredir. Y hoy día hay una parroquia salesiana allí que forma jóvenes y chicos, con sus escuelas, sus cosas. Bueno −vuelvo al tema de los jóvenes− lo importante que es hoy, a los jóvenes que no tienen trabajo, hay que darles educación de emergencia sobre algún oficio para que puedan ganarse la vida.
El Santo Padre es muy crítico con el estilo de vida occidental y de Europa, el llamado primer mundo, demasiado centrado en el bienestar. ¿Qué le incomoda más?
Bueno, también en las grandes ciudades americanas, sea de Norteamérica o de Suramérica, existe el mismo problema. No es solamente de Europa. Sí, grandes ciudades. En Buenos Aires hay un gran sector de la cultura del bienestar, y por eso también hay esos cordones alrededor de las ciudades, “favelas”, todas esas cosas. Yo a Europa no le echaría en cara tanto hoy eso. Hay que reconocer que Europa tiene una cultura excepcional. Realmente, son siglos de cultura. Y eso da también un bienestar intelectual y, yo, en todo caso, lo que yo diría de Europa es su capacidad de retomar un liderazgo en el concierto de las naciones. O sea, que vuelva a ser la Europa que marca rumbos, pues tiene la cultura para hacerlo.
Pero, ¿Europa mantiene hoy su identidad? ¿Está en condiciones de afirmar su identidad?
Lo que dije en Estrasburgo lo pensé mucho antes de decirlo. O sea, que repetiría un poco eso. Europa todavía no está muerta. Está medio abuelita, pero puede volver a ser madre. Y yo tengo confianza en los políticos jóvenes. Los políticos jóvenes hablan otra música. Hay un problema mundial que afecta no solo a Europa, sino a todo el mundo, y es el problema de la corrupción. La corrupción a todos los niveles. Eso también indica un bajo nivel moral.
El Santo Padre habla de esto en la última encíclica y pide a los pueblos ser más conscientes. Sin embargo, hay una gran abstención: si miramos los resultados de las elecciones, la abstención es casi más grande de un partido.
Porque la gente está desilusionada. En parte, por la corrupción. En parte, por la ineficacia. En parte, por los compromisos adquiridos previamente. Y, sin embargo, Europa puede, puede y debe −y yo afirmo lo que dije en Estrasburgo−, Europa tiene que tomar su rol, o sea, recuperar su identidad. Es verdad que Europa se equivocó. No se lo echo en cara, solo lo recuerdo. Cuando quiso hablar de su identidad, no quiso reconocer, quizá lo más hondo de su identidad, que es su raíz cristiana. Ahí se equivocó. Bueno, pero todos en la vida nos equivocamos. Está a tiempo de volver…
Santidad, una pregunta para el “simple radioescucha” también por causa de esta especie de individualismo: ¿Qué puede tocar la libertad de uno que “hace lo que quiere”, y ha sido educado de niño con un concepto de felicidad en el que “la felicidad es no tener problemas”? En general, se educa a los niños con este deseo, que “la felicidad es no tener problemas y hacer lo que se quiere”.
Una vida sin problemas es aburrida. ¡Es aburrimiento! El hombre tiene en su interior la necesidad de enfrentar y resolver conflictos, y resolver problemas. Evidentemente, una educación para no tener problemas es una educación aséptica. Haga la experiencia usted misma. Tome un buen vaso de agua mineral, un agua común o agua del grifo, y después tome un vaso de agua destilada. Le va a dar asco. El agua destilada no tiene problemas. Es educar a los chicos en el laboratorio, ¡por favor!
Arriesgar es importante…
El riesgo, siempre propone metas. Para educar, hace falta usar los dos pies. Educar bien. Tener un pie bien apoyado en el suelo, bien apoyado. ¿El otro pie bien apoyado ahí? No, el otro pie un paso adelante, y ver si puedo apoyar. Y cuando tengo apoyado el otro, levanto éste y… eso es educar. Apoyarse sobre algo seguro, pero intentar de dar un paso adelante hasta que lo tengo seguro y, de ahí, saco éste.
Es más cansado educar así…
Es arriesgar. ¿Por qué? Porque quizá piso mal y me caigo. Bueno, ¡pues te levantas y sigues!
Santidad, en el individualismo que vivimos −habló de esto en Estrasburgo− parece un capricho exigir más derechos separados de la búsqueda de la verdad. ¿Cree que esto sea también un problema en el modo de vivir la fe?
Puede ser. Exigencias… y sin la generosidad de dar. O sea, es exigir mis derechos y no mis deberes hacia la sociedad, ¿no es cierto? Creo que derechos y deberes van juntos. Además, eso crea la educación del espejo, porque la educación del espejo es narcisismo y hoy estamos en una civilización narcisista.
¿Cómo se vence? ¿Cómo se combate?
Con la educación. Por ejemplo, derechos y deberes. Con la educación a los riesgos razonables. Buscando metas, avanzando, pero no quedándose quieto o mirándose en el espejo. Nos va a pasar lo que le pasó a Narciso, que de tanto mirarse en el agua tan lindo, tan lindo, ¡blup!, se ahogó (ríe).
Santidad, Usted dice que prefiere una Iglesia accidentada a una Iglesia enferma ¿Qué quiere decir con Iglesia accidentada?
Sí, me explico: es una imagen de vida. Si uno tiene en su casa una habitación cerrada mucho tiempo, se mete la humedad y el mal olor. Si una iglesia, una parroquia, una diócesis, un instituto, vive encerrado en sí mismo, se enferma. Le pasa lo mismo que a la habitación cerrada. Y tenemos una Iglesia raquítica, con normas fijas, sin creatividad, segura, más que segura, asegurada, con una compañía de seguros, pero no segura. En cambio, si uno sale −una iglesia, una parroquia− sale hacia afuera a evangelizar, le puede pasar lo mismo que le pasa a cualquier persona que sale a la calle: tener un accidente. Entonces, entre una Iglesia enferma y una Iglesia accidentada, prefiero la accidentada porque, por lo menos, salió. Y ahí −quiero repetir una cosa que dije en otra ocasión−: en la Biblia, en el Apocalipsis, hay una cosa linda de Jesús −creo que en el capítulo segundo, al final del primero, o segundo− donde le está hablando a una Iglesia y le dice: “estoy a la puerta y llamo”. Está golpeando Jesús. “Si me abres, entro y voy a cenar contigo”. Pero yo me pregunto: “¿Cuántas veces, en la Iglesia, Jesús golpea a la puerta, pero desde adentro para que lo dejemos salir a anunciar el Reino?”. A veces, nos apropiamos de Jesús y nos olvidamos que una Iglesia que no sea en salida, una Iglesia que no sale, tiene a Jesús preso, aprisionado.
¿Y por eso Usted fue elegido Papa?
Eso pregúnteselo al Espíritu Santo (ríe).
Santo Padre, desde que fue elegido Papa, ¿considera que la Iglesia está más “accidentada”?
No sé. Sé que, por lo que me dicen, Dios está bendiciendo mucho a su Iglesia. Es un momento que no depende de mi persona, sino de la bendición que Dios quiso dar a su Iglesia en ese momento. Y ahora, con el Jubileo de la Misericordia, yo espero que mucha gente sienta a la Iglesia Madre, porque a la Iglesia le puede pasar lo mismo que a Europa. Ser demasiado abuela y no madre, e incapaz de engendrar vida.
Ese es el motivo del Jubileo de la Misericordia…
Es que vengan todos. Que vengan y sientan el amor, el perdón de Dios. Yo conocí en Buenos Aires a un fraile capuchino −un poco menor que yo− que es un gran confesor. Siempre tiene una fila de mucha gente, todo el día confesando. Y él es un gran perdonador. Y perdona, pero, a veces, le dan escrúpulos de haber perdonado mucho. Y entonces, una vez charlando, me dice: “a veces, tengo esos escrúpulos”. Y yo le pregunté: “¿y qué haces cuando te dan esos escrúpulos?” −“voy ante el sagrario, miro al Señor, y le digo: Señor, perdóname, hoy he perdonado mucho, pero que quede claro que la culpa la tienes tú porque me diste mal ejemplo”.
Por eso Usted también ha decidido, en la carta proponer el perdón para las situaciones más difíciles y ahora ha publicado esas nuevas cartas que aceleran los procesos de declaración de nulidad del matrimonio. ¿Esto tiene que ver también con el Jubileo?
Sí, simplificar, facilitar la fe a la gente. Y una Iglesia sea madre.
El motivo de esas cartas sobre la nulidad, ¿es exactamente hacer más ágil el proceso?
Agilizar los procesos en manos del Obispo. Un juez, un Defensor del Vínculo, una sola sentencia, porque hasta ahora había dos sentencias. No, una sola. Si no hay apelación, ya está. Si hay apelación, al Metropolitano, pero agilizar y también la gratuidad de los procesos.
¿El Santo Padre lo ha hecho también pensando en el Sínodo y en el Jubileo?
Todo viene.
Sé que no quiere hablar del Sínodo pero, en su corazón de pastor universal, ¿qué pide?
Yo pido que recen mucho. Del Sínodo, los periodistas ya conocen el Instrumentum Laboris. Se va a hablar de eso. De lo que está ahí, se va a hablar. Son tres semanas, un tema, un capítulo, para cada semana. Y se esperan muchas cosas. Porque, evidentemente, la familia está en crisis. Los jóvenes no se casan. No se casan. O con esta cultura de lo provisional, “bueno, convivencia, o me caso, mientras dura el amor, después, adiós”.
¿Y qué dice el Santo Padre a quien no vive de modo coherente con las indicaciones de la Iglesia y tiene ansia de perdón?
Ahí, en el Sínodo, se va a hablar de todas las posibilidades de ayudar a esa familia. Que quede una cosa clara −que el Papa Benedicto lo dijo clarito, clarito−: la gente que está en una segunda unión, no está excomulgada y tiene que ser integrada a la vida de la Iglesia. Eso fue clarísimo. Y yo, en la catequesis, lo dije claro el otro día: acercar a la Misa, a la catequesis, a la educación de los hijos, a las obras de caridad, mil cosas…
Santidad, me gustaría terminar con preguntas sobre su vocación. Al inicio de marzo de 2013, Usted se preparaba para “jubilarse”. Había elegido donde vivir, etc. En cambio se ha convertido en uno de los hombres más famosos del mundo ¿Cómo vive esta situación?
No perdí la paz. Es un regalo… la paz es un regalo de Dios. Es un regalo que Dios me dio, algo que yo ni imaginaba, por mi edad, por todo eso. Más aún, había calculado la vuelta, pensando en la Semana Santa. Entonces, si tardamos en elegir al nuevo Papa, adelantar la función al sábado antes del Domingo de Ramos. Y saqué boleto para volver, de manera que el Domingo de Ramos pudiera celebrar la Misa y dejé preparado sobre mi escritorio la homilía. Ha sido una cosa que no esperaba y, ya en diciembre, dejaba el cargo al que iba a ser nombrado sucesor. Así que…
Hay toda una aventura, ahora, frente a Usted…
Todo… pero no perdí la paz. No perdí la paz.
El Papa Francisco es amado en todo el mundo, su popularidad crece, como revelan los sondeos, muchos lo quieren ver como candidato al Premio Nobel, pero Jesús advirtió a los suyos: “Os odiarán a causa de mi nombre”. ¿Cómo se siente, Santidad?
Yo muchas veces me pregunto cómo será mi cruz, cómo es mi cruz. Porque las cruces existen. No se ven pero están. Jesús también en un momento era muy popular y después terminó como terminó. O sea, ninguno tiene comprada la felicidad mundana. Yo lo único que pido: que me conserve la paz del corazón y me conserve en su gracia, porque hasta el último momento uno es pecador y puede renegar de su gracia. Me consuela una cosa: que San Pedro cometió un pecado muy grave −renegar a Jesús−, y después de eso lo hicieron Papa. Si con ese pecado lo hicieron Papa, con todos los que yo tengo, me consuelo…, bueno, el Señor me cuidará como cuidó a Pedro. Pero Pedro murió crucificado, así que no sé cómo terminaré yo. Que decida Él. Mientras me de paz, que haga lo que quiera.
Santo Padre, ¿cómo vive su libertad siendo Papa? Recientemente apareció en una Misa matutina en San Pedro y fue a un oculista a reparar sus gafas ¿Le falta la gente?
Sí. Yo necesito salir, pero todavía es un poco… no son los tiempos. Pero, poco a poco, el contacto con la gente lo tengo los miércoles, y eso me ayuda mucho. Sí, lo único que extraño de Buenos Aires es salir a callejear, andar por la calle.
Terminamos con unas preguntas rápidas: ¿Qué le quita el sueño?
¿Le puedo decir la verdad? Yo duermo como un tronco (ríe).
¿Qué le hace correr?
Cuando hay mucho trabajo.
¿Qué cosa no es nunca urgente? ¿Qué puede esperar?
¿Cosa no urgente? Pequeñas cosas que pueden esperar hasta mañana o pasado. Hay cosas que son muy urgentes. Otras que no son urgentes. Pero no sabría decirle en concreto esto es más urgente que esto otro.
¿Con qué frecuencia se confiesa?
Cada quince días o veinte días. Me confieso con un Padre Franciscano, un Padre Blanco, que tiene la bondad de venir acá, a confesarme. ¡Y nunca tuve que llamar una ambulancia que lo llevara de vuelta, asustado de mis pecados! (ríe).
¿Cómo y dónde le gustaría morir?
Donde Dios quiera. En serio, donde Dios quiera y…
La última: ¿Cómo imagina la eternidad?
Cuando era más joven, la imaginaba muy aburrida (ríe). Ahora pienso que es un misterio de encuentro. Es casi inimaginable, pero debe ser algo muy lindo, muy hermoso, encontrarse con el Señor.
Gracias, Santo Padre.
Gracias a usted y un gran saludo a todos los oyentes de esta radio. Y, por favor, le pido que recen por mí. Que Dios los bendiga y la Virgen de Fátima los cuide.
Traducción de Luis Montoya.
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