Mensaje del Santo Padre por la XXIV Jornada Mundial del Enfermo 2016
Se ha dado a conocer el mensaje del Santo Padre por la XXIV Jornada Mundial del Enfermo, que se celebrará el próximo 11 de febrero en Nazaret, “donde Jesús dio inicio a su misión salvadora”, y que tiene como centro el pasaje evangélico de las bodas de Caná, definido por el Papa como “icono de la Iglesia”.
Queridos hermanos y hermanas:
La XXIV Jornada Mundial del Enfermo me ofrece la oportunidad para estar especialmente cerca de vosotras, queridas personas enfermas, y de los que se ocupan de vosotras.
Debido a que este año, dicha jornada se celebrará de manera solemne en tierra Santa, propongo meditar la narración evangélica de las bodas de Caná (Jn 2,1-11), en las que Jesús hizo su primer milagro gracias a la intervención de su Madre. El tema elegido −Confiar en Jesús misericordioso como María: Haced lo que Él os diga (Jn 2,5)− se inscribe muy bien en el marco del Jubileo extraordinario de la Misericordia. La Celebración eucarística central de la Jornada tendrá lugar el 11 de febrero de 2016, memoria litúrgica de la Virgen de Lourdes, precisamente en Nazaret, donde el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros (Jn 1,14). Jesús inicio allí su Misión salvífica, asumiendo para sí las palabras del profeta Isaías, como nos refiere el evangelista Lucas: El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido. Me ha enviado a anunciar a los pobres la Buena Nueva, a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos; para dar la libertad a los oprimidos y proclamar el año de gracia del Señor (4,18-19).
La enfermedad, especialmente la grave, pone siempre en crisis la existencia humana y comporta interrogantes que llegan a lo más hondo. El primer momento a veces puede ser de rebelión: ¿Por qué me ha pasado justo a mí? Se puede caer en desesperación, pensar que todo está perdido y que ya nada tiene sentido… En esas situaciones, por un lado la fe en Dios se pone a prueba, pero al mismo tiempo revela toda su potencialidad positiva. No porque la fe haga desaparecer la enfermedad, el dolor, o los interrogantes que derivan de ello; sino porque ofrece una clave con la que podemos descubrir el sentido más profundo de lo que estamos viviendo; una clave que nos ayuda a ver de qué modo la enfermedad puede ser el camino para llegar a una cercanía más estrecha con Jesús, que camina a nuestro lado, cargando la Cruz. Y esa clave nos la proporciona su Madre, María, experta de este camino.
En las bodas de Caná, María es la mujer atenta que se da cuenta de un problema muy importante para los esposos: se ha acabado el vino, símbolo del gozo de la fiesta. María descubre la dificultad, en cierto sentido la hace suya y, con discreción, actúa rápidamente. No se limita a mirar, y menos aún se detiene a hacer juicios, sino que se dirige a Jesús y le presenta el problema tal cual es: No tienen vino (Jn 2,3). Y cuando Jesús le dice que aún no ha llegado el momento para que se revele (cfr v. 4), dice a los sirvientes: Haced lo que Él os diga (v. 5). Entonces Jesús realiza el milagro, transformando una gran cantidad de agua en vino, en un vino que aparece de inmediato como el mejor de toda la fiesta. ¿Qué enseñanza podemos obtener del misterio de las bodas de Caná para la Jornada Mundial del Enfermo?
El banquete de bodas de Caná es una imagen de la Iglesia: en el centro está Jesús misericordioso que realiza la señal; a su alrededor están los discípulos, las primicias de la nueva comunidad; y cerca de Jesús y sus discípulos, está María, Madre previdente y orante. María participa del gozo de la gente común y contribuye a aumentarla; intercede ante su Hijo por el bien de los esposos y de todos los invitados. Y Jesús no rechazó la petición de su Madre. ¡Cuánta esperanza en este acontecimiento para todos nosotros! Tenemos una Madre que tiene sus ojos atentos y buenos, como su Hijo; su corazón materno está lleno de misericordia, como Él; las manos que quieren ayudar, como las manos de Jesús que partían el pan para quien estaba con hambre, que tocaban a los enfermos y les curaba. Esto nos llena de confianza y hace que nos abramos a la gracia y a la misericordia de Cristo. La intercesión de María nos hace experimentar el consuelo por el que el apóstol Pablo bendice a Dios: ¡Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de las misericordias y Dios de toda consolación, que nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para poder nosotros consolar a los que están en toda tribulación, mediante el consuelo con que nosotros somos consolados por Dios! Pues así como abundan en nosotros los sufrimientos de Cristo, igualmente abunda también por Cristo nuestra consolación (2Co 1,3-5). María es la Madre “consolata” que consuela a sus hijos.
En Caná se perfilan los rasgos característicos de Jesús y de su misión: Él es el que socorre al que está en dificultad y en necesidad. En efecto, en su ministerio mesiánico curará a muchos de sus enfermedades, malestares y malos espíritus, dará la vista a los ciegos, hará caminar a los cojos, restituirá la salud y la dignidad a los leprosos, resucitará a los muertos, a los pobres anunciará la buena nueva (cfr. Lc 7,21-22). La petición de María, durante el banquete nupcial, sugerida por el Espíritu Santo a su corazón materno, hizo surgir no sólo el poder mesiánico de Jesús, sino también su misericordia.
En la solicitud de María se refleja la ternura de Dios. Y esa misma ternura se hace presente en la vida de muchas personas que se encuentran al lado de los enfermos y saben captar sus necesidades, aún las más imperceptibles, porque miran con ojos llenos de amor. ¡Cuántas veces una madre a la cabecera de su hijo enfermo, o un hijo que se ocupa de su padre anciano, o un nieto que está cerca del abuelo o de la abuela, pone su invocación en las manos de la Virgen! Para nuestros seres queridos que sufren debido a la enfermedad pedimos en primer lugar la salud; Jesús mismo manifestó la presencia del Reino de Dios precisamente a través de las curaciones: Id y contad a Juan lo que oís y lo que veis: Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen y los muertos resucitan (Mt 11,4-5). Pero el amor animado por la fe hace que pidamos para ellos algo más grande que la salud física: pedimos la paz, la serenidad de la vida que parte del corazón y que es don de Dios, fruto del Espíritu Santo que el Padre no niega nunca a los que le piden con confianza.
En la escena de Caná, además de Jesús y de su Madre, están los que son llamados “sirvientes”, que reciben de Ella la indicación: Haced lo que Él os diga (Jn 2,5). Naturalmente el milagro tiene lugar por obra de Cristo; pero Él quiere servirse de la ayuda humana para realizar el prodigio. Habría podido hacer aparecer directamente el vino en las tinajas. Pero quiere contar con la colaboración humana, y pide a los sirvientes que las llenen de agua. ¡Qué precioso y agradable es para Dios ser servidores de los demás! Esto, más que otras cosas, nos hace semejantes a Jesús, que no ha venido para ser servido sino a servir (Mc 10,45). Esos personajes anónimos del Evangelio nos enseñan mucho. No sólo obedecen, sino que obedecen generosamente: llenaron las tinajas hasta el borde (cfr. Jn 2,7). Se fían de la Madre, y de inmediato hacen bien lo que se les pide, sin lamentarse, sin hacer cálculos.
En esta Jornada Mundial del Enfermo podemos pedir a Jesús misericordioso, a través de la intercesión de María, Madre suya y nuestra, que nos conceda a todos esta disponibilidad al servicio de los necesitados, y concretamente de nuestros hermanos y hermanas enfermas. A veces este servicio puede resultar fatigoso, pesado, pero estamos seguros que el Señor no dejará de transformar nuestro esfuerzo humano en algo divino. También nosotros podemos ser manos, brazos, corazones que ayudan a Dios a realizar sus prodigios, con frecuencia escondidos. También nosotros, sanos o enfermos, podemos ofrecer nuestras fatigas y sufrimientos, como el agua que llenó las tinajas en las bodas de Caná y fue transformada en el vino más bueno. Con la ayuda discreta a quien sufre, por ejemplo la enfermedad, se carga sobre los hombros la cruz de cada día y se sigue al Maestro (cfr. Lc 9,23); y, aunque el encuentro con el sufrimiento será siempre un misterio, Jesús nos ayudará a revelar su sentido.
Si sabremos seguir la voz de Aquella que nos dice también a nosotros: Haced lo que Él os diga, Jesús transformará siempre el agua de nuestra vida en vino apreciado. Así, esta Jornada Mundial del Enfermo, celebrada solemnemente en Tierra Santa, ayudará a realizar el deseo que manifesté en la Bula de convocatoria del Jubileo Extraordinario de la Misericordia: Este Año Jubilar vivido en la misericordia pueda favorecer el encuentro con el Hebraísmo, con el Islam y con las demás religiones y con las otras nobles tradiciones religiosas; nos haga más abiertos al diálogo para conocernos y comprendernos mejor; elimine toda forma de cerrazón y desprecio, y aleje cualquier forma de violencia y de discriminación (Misericordiae Vultus, 23). Que cada hospital o estructura de salud sea signo visible y lugar para promover la cultura del encuentro y de la paz, donde la experiencia de la enfermedad y del sufrimiento, así como también la ayuda profesional y fraterna, contribuyan a superar todo límite y toda división.
En esto son ejemplo para nosotros las dos monjas canonizadas en el pasado mes de mayo: santa María Alfonsina Danil Ghattas y santa María de Jesús Crucificado Baouardy, ambas hijas de la Tierra Santa. La primera fue testigo de mansedumbre y de unidad, ofreciendo un claro testimonio de lo importante que es que seamos responsables los unos de los otros, de vivir uno al servicio del otro. La segunda, mujer humilde e iletrada, fue dócil al Espíritu Santo y se convirtió en instrumento de encuentro con el mundo musulmán.
A todos los que están al servicio de los enfermos y de los que sufren, deseo que sean animados por el espíritu de María, Madre de la Misericordia. La dulzura de su mirada nos acompañe en este Año Santo, a fin de que todos podamos descubrir la alegría de la ternura de Dios (ibid., 24) y llevarla impregnada en nuestros corazones y en nuestros gestos. Confiemos a la intercesión de la Virgen las ansias y las tribulaciones, junto con los gozos y consuelos, y dirijamos a ella nuestra oración, a fin de que vuelva a nosotros sus ojos misericordiosos, especialmente en los momentos de dolor, y nos haga dignos de contemplar hoy y siempre el Rostro de la misericordia, su Hijo Jesús.
Acompaño a esta súplica por todos vosotros mi Bendición Apostólica.
Desde el Vaticano, 15 de setiembre de 2015, memoria de la Virgen Dolorosa.
Francisco
Fuente: vatican.va.
Traducción de Luis Montoya.
Verdad y libertad |
El Magisterio Pontificio sobre el Rosario y la Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae |
El marco moral y el sentido del amor humano |
¿Qué es la Justicia Restaurativa? |
“Combate, cercanía, misión” (6): «Más grande que tu corazón»: Contrición y reconciliación |
Combate, cercanía, misión (5): «No te soltaré hasta que me bendigas»: la oración contemplativa |
Combate, cercanía, misión (4) «No entristezcáis al Espíritu Santo» La tibieza |
Combate, cercanía, misión (3): Todo es nuestro y todo es de Dios |
Combate, cercanía, misión (2): «Se hace camino al andar» |
Combate, cercanía, misión I: «Elige la Vida» |
La intervención estatal, la regulación económica y el poder de policía II |
La intervención estatal, la regulación económica y el poder de policía I |
El trabajo como quicio de la santificación en medio del mundo. Reflexiones antropológicas |
El islam regresa a España |
El trabajo como agente de la transformación social según san Josemaría |