Mil quinientos jóvenes del Movimiento Eucarístico Juvenil de la Compañía de Jesús, procedentes de 35 países, se reunieron con el Papa en al Aula Pablo VI
Celebraron en Roma su encuentro mundial y los 100 años de su fundación. El Papa habló de forma improvisada respondiendo a sus preguntas[1]:
Magat Diop, de Italia
La familia es el lugar donde los jóvenes vivimos el amor gratuito, pero a menudo es también el lugar donde experimentamos fuertes tensiones y luchas entre dos generaciones que parecen no poderse encontrar. ¿Qué pasos podemos dar nosotros, y cuáles nuestros padres, para poder vivir plenamente la familia en nuestro tiempo?
Gregorius Hanzel, de Indonesia
Indonesia es un país con grandes diferencias culturales, religiosas y étnicas. Los católicos son una minoría y, a causa de esa pluralidad a la que se añade el prejuicio político, la paz está siempre en riesgo. ¿Cuál es la esperanza que el Santo Padre pone en la juventud católica en el contexto de una comunidad tan plural y diversificada?
Ana Carolina Santos Cruz, de Brasil
¿Cuál fue el mayor desafío o dificultad que el Papa enfrentó en su misión como religioso?
Pin Ju, de Taiwan
¿Cuál fue el momento de alegría más grande después de ser elegido Papa? ¿Ve señales reales de alegría en la Iglesia y en el mundo para este siglo XXI?
Louise Courant, de Francia
En el Evangelio Jesús nos dice: «Seréis mis amigos si hacéis lo que os mando». Pero en esa relación de amistad, ¿tenemos también que esperar a cambio una manifestación de su presencia?
Agustín Aschoff, de Argentina
Papa Francisco, ¿qué les diría a los jóvenes para que descubran la profundidad de la Eucaristía?
1. Las tensiones y los conflictos son inevitables, pero nos ayudan a crecer
Muchas gracias por las preguntas. Hay dos palabras, en las primeras preguntas, que me han llamado la atención, aunque son palabras corrientes, que se viven tanto en la sociedad, como en la familia. Las palabras son “tensión” y “conflicto”. Magat Diop habló de “tensión” en las relaciones familiares, y Gregorius Hanzel de “conflictos”. ¡El conflicto! ¿Qué sería −pensemos− una sociedad, una familia, un grupo de amigos, sin tensiones ni conflictos? ¿Sabéis qué sería? ¡Un cementerio! Porque solo en las cosas muertas no hay tensiones ni conflictos. Cuando hay vida, hay tensión y hay conflicto. Por eso es necesario desarrollar este concepto y buscar, en mi vida, cuáles son las verdaderas tensiones, cómo vienen esas tensiones −porque son tensiones que dicen que estoy vivo−, y cómo son esos conflictos. ¡Solo en el Paraíso desaparecerán, donde todos estaremos unidos en la paz con Jesucristo! Mientras, cada uno debe individuar las tensiones de su vida.
Las tensiones te hacen crecer, desarrollan el valor. ¡Y un joven debe tener la virtud de la valentía! Un joven sin valor es un joven “aguado”, un joven viejo. Algunas veces me dan ganas de decir a los jóvenes: “Por favor, ¡no os jubiléis!”. Porque hay jóvenes que se jubilan a los veinte años: lo tienen todo seguro en la vida, todo tranquilo, y no tienen “tensiones”. Las tensiones se dan en la familia, está claro. ¿Y cómo se resuelve una tensión? Con el diálogo. Cuando en una familia hay diálogo, cuando hay esa capacidad de decir espontáneamente lo que uno piensa, las tensiones se resuelven bien. No hay que tener miedo a las tensiones. Pero también hay que estar atentos, porque si te gusta la tensión por la tensión, eso te hará daño y serás un joven conflictivo en sentido negativo: uno que siempre quiere estar en tensión. ¡No, eso no! La tensión viene para ayudarnos a dar un paso hacia la armonía, pero la armonía también provoca otra tensión para ser más armónica.
Para decirlo de modo claro: primero, no tener miedo a las tensiones, porque nos hacen crecer; segundo, resolver las tensiones con el diálogo, porque el diálogo une, tanto en familia como en el grupo de amigos, y se encuentra un camino para ir juntos, sin perder la propia identidad; tercero, no apegarse demasiado a una tensión porque eso te hará daño. ¿Está claro? Las tensiones hacen crecer, las tensiones se resuelven con el diálogo, y estar atentos a no apegarse demasiado a una tensión, porque eso, al final, destruye. He dicho que un joven sin tensiones es un joven “jubilado”, un joven “muerto”; pero un joven que sabe vivir solo en tensión, es un joven enfermo. Esto hay que saber distinguirlo.
2. El diálogo y el respeto resuelven las tensiones y los conflictos
Gregorius habló de los conflictos: el conflicto en una sociedad como Indonesia, donde se respira una gran diversidad interna de culturas: un conflicto social. También los conflictos pueden hacernos bien, porque nos hacen entender las diferencias, nos hacen comprender que las cosas son distintas y nos dan a entender que si no hallamos una solución que resuelva el conflicto, acabará en guerra. El conflicto, para ser afrontado bien, debe orientarse a la unidad, y en una sociedad como la tuya, con tantas culturas distintas dentro, debe buscarse la unidad en el respeto de cada identidad. El conflicto se resuelve con el respeto de las identidades. En la tele o en los periódicos vemos conflictos que no se saben resolver, y acaban en guerras: una cultura no tolera a la otra.
Pensemos en nuestros hermanos Rohingja: han sido expulsados de un país y de otro y de otro, y van por el mar… Cuando llegan a un puerto o a una playa, les dan un poco de agua o un poco de comida y les echan de nuevo al mar. Eso es un conflicto no resuelto, y es una guerra: eso se llama violencia, se llama matar. Es la pura verdad: si tengo un conflicto contigo y te mato, ¡se acabó el conflicto! Pero ese no es el camino. Si tantas identidades −culturales, religiosas− viven juntas en un país, habrá conflictos, pero solo con el respeto a la identidad del otro se resuelve el conflicto. He dicho que para resolver las tensiones −en familia, entre amigos− es necesario el diálogo; los verdaderos conflictos sociales −también culturales− se resuelven con el diálogo, pero antes con el respeto a la identidad de la otra persona.
También en Medio Oriente estamos viendo que tanta gente no es respetada: las minorías religiosas, los cristianos −pero no solo− no son respetados: muchas veces son asesinados, perseguidos. ¿Por qué? Porque no se respeta su identidad. En nuestra historia siempre ha habido conflictos de identidad religiosa, por ejemplo, que surgían por no respetar la identidad de la otra persona. “Pero ese no es católico, no cree en Jesucristo…” − Respétalo. Busca lo que tiene de bueno. Busca en su religión, en su cultura, los valores que tiene. Respeta. Los conflictos se resuelven con el respeto a la identidad ajena. Y las tensiones −los conflictos comportan tensiones− se resuelven con el diálogo. Así respondería a tu pregunta sobre Indonesia.
3. La paz verdadera procede de Jesucristo y la falsa paz del enemigo
Ana Carolina ha preguntado cuál ha sido el desafío o dificultad más grande con que me he encontrado. Yo diría: encontrar siempre la paz en el Señor, esa paz que solo Jesús te puede dar. En los trabajos, en las tareas, el desafío es hallar la paz que significa que el Señor te acompaña, que el Señor está cerca. Y hay otro desafío: saber distinguir la paz de Jesús de otra paz que no es de Jesús. ¿Lo entiendes? Y eso es algo que tenéis que aprender bien, pidiendo al Señor la gracia de saber discernir la verdadera paz de la falsa paz. ¡Discernir! Ese es el desafío. La verdadera paz viene siempre de Jesús. Aunque algunas veces viene “metida” en una cruz. Pero es Jesús quien te da la paz en esa prueba. No siempre viene como una cruz, pero siempre la verdadera paz es de Jesús.
En cambio, la otra paz, la superficial, la paz que te pone contento, que te alegra un poco, es superficial, viene del enemigo, del diablo, y aunque te pone contento (“Estoy contento, no me preocupo de eso, estoy en paz…”), por dentro ¡hay un engaño! Por eso es necesario pedir la gracia de saber distinguir, de saber conocer cuál es la paz de Jesús y cuál es la paz que viene del enemigo, que te destruye. El enemigo siempre destruye: te hace creer que ese es el camino y luego, al final, te deja solo. Recordad esto: el diablo es un mal pagador, ¡nunca paga bien! Siempre te tima, ¡es un timador! Te hace ver las cosas trucadas, y tú crees que eso es bueno, que te da la paz, y vas allá, pero al final no encuentras la felicidad.
Buscad siempre la paz de Jesús: ese es el desafío, un reto que yo he tenido, y que también tenéis todos vosotros. ¿Y cuál es la señal de la paz de Jesús? ¿Cómo sé que esta paz la da Jesús? La señal es la alegría, una alegría profunda. El diablo jamás te da la alegría. Te da un poco de diversión, hace un poco de “circo”, te hace feliz un instante, pero nunca te dará la alegría. Esa alegría solo pueda darla Jesús, dándote el Espíritu Santo. Y el desafío de todos nosotros −el mío también− es buscar siempre la paz de Jesús; incluso en los momentos malos, la paz de Jesús. Y saberla distinguir de la otra paz camuflada, que al final es una estafa: acaba mal y no te pagan bien. Jesús es un buen pagador, paga bien: ¡paga muy bien!
4. Señales de esperanza y signos de alegría
Pin-Ju Lu me ha preguntado si veo señales reales de alegría en la Iglesia, en el mundo, para este siglo XXI. Las señales están: ¡ésta es una! [señala a los jóvenes presentes en el Aula]. Es una señal de esperanza ver jóvenes como vosotros que creen que Jesús está en la Eucaristía, que creen que el amor es más fuerte que el odio, que la paz es más fuerte que la guerra, que el respeto es más fuerte que el conflicto, que la armonía es más fuerte que las tensiones… Es una esperanza que a mí me da alegría. Y da esperanza, porque la pregunta de Pin-Ju Lu era: “¿Cuál fue el momento de alegría más grande después de ser Papa?”, y luego las señales de esperanza o positivas en este mundo donde hay tantas guerras. Estamos en una guerra: yo me repito mucho diciendo que esta es la tercera guerra mundial a trozos. Pero estamos en guerra. Y eso es negativo. Pero hay señales de esperanza y hay signos de alegría.
5. Los abuelos, los grandes olvidados
Quisiera retomar una expresión de Magat Diop, al principio, una frase de la que tomé la palabra “tensión”: la familia. “Fuertes tensiones y luchas entre dos generaciones”. Yo preguntaría: ¿Cuáles son las dos generaciones? Decidme: ¿cuáles son? ¿Las de los padres y los hijos? ¿Esas son las dos generaciones? Sí, las tensiones entre papá, mamá y yo: el hecho de que yo quiera una cosa porque pienso la vida así, y ellos la piensan de otro modo… Pero hay otra generación. ¿Por qué no habéis hablado de los abuelos? Os diré una cosa −pero no es un reproche a vosotros−: los abuelos son los grandes olvidados de este tiempo. Ahora un poco menos, aquí en Italia, porque como no hay trabajo y ellos tienen la pensión, ¡se acuerdan de los abuelos! Pero los abuelos son los grandes olvidados.
Y los abuelos son la memoria de una familia, la memoria del país, la memoria de la fe, porque son los que nos la dan a nosotros. ¡Los abuelos! Os hago esta pregunta: ¿habláis con vuestros abuelos? [responden: Sí]. Preguntad a los abuelos: “Abuelo, abuela, ¿cómo era eso? ¿Cómo se hace? ¿Qué hacías tú?”. ¡Hacedlo, hacedlo! Porque los abuelos son una fuente de sabiduría, porque tienen la memoria de la vida, la memoria de la fe, la memoria de las tensiones, la memoria de los conflictos… ¡Son valientes los abuelos! Me gusta mucho hablar con los abuelos.
Os cuento una anécdota. El otro día, en la Plaza de San Pedro, en una de las audiencias del miércoles, estaba dando vueltas con el papamóvil y vi una abuelita anciana: ¡se veía que era anciana! Pero le brillaban los ojos de alegría. Hice parar el papamóvil, bajé, y fui a saludarla. Ella sonreía. “Dígame, abuela: ¿cuántos años tiene?” – “¡92!” – “Ah, ¡qué bien! ¿Y me diría la receta para llegar así a los 92?”. Y me dijo: “¿Sabe? ¡Como ravioli!”. Y luego añadió: “¡Y los hago yo!”. Pues es una anécdota para deciros que encontrar a los abuelos es siempre una sorpresa. Los abuelos siempre nos sorprenden: saben escucharnos, ¡tienen una paciencia! Así que hablamos de tres generaciones, por lo menos. Y cuando los abuelos viven en casa, ayudan mucho a resolver las tensiones normales en una familia. No olvidéis a los abuelos. ¿De acuerdo?
6. El encuentro con Jesús al principio produce asombro; luego paz y alegría
Pasemos a la pregunta de Louise sobre la amistad con Jesús, y si hemos de esperar a cambio una manifestación de su presencia. La amistad siempre es cosa de dos: yo soy tu amigo y tú eres mi amigo. Y Jesús se manifiesta siempre −ya he hablado de eso− en su paz. Si te acercas a Jesús te da paz y te da alegría. Y cuando encuentres a Jesús en la oración, en una obra buena, en una obra de ayuda al otro −hay tantas maneras de encontrar a Jesús− sentirás la paz y la alegría. Esa es la manifestación, Louise. Es así. Jesús se manifiesta en ese intercambio. Pero tú debes buscarlo en la oración, en la Eucaristía, en la vida ordinaria, en la responsabilidad de tus deberes, y también en ese ir a buscar a los más necesitados y ayudarles: ¡ahí está Jesús! Te lo hará sentir. Algunas veces solo sentirás lo que es propio del encuentro con Jesús: el asombro, el estupor de encontrar a Jesús.
¡Encontrar a Jesús! Esta palabra no la olvides, por favor. ¡Encontrar a Jesús! Pensemos en aquel día (cfr. Jn 1,35-42): serían como las diez de la mañana. Jesús pasaba, y Juan y Andrés estaban con Juan Bautista, charlando de tantas cosas. Y Juan Bautista dijo: “Ese es el Cordero de Dios, aquél”. Y ellos, curiosos, se fueron tras Jesús. Es la curiosidad… Jesús, disimulando un poco, se dirige a ellos y les dice: “¿Qué buscáis?” – “¿Dónde vives?” – “¡Venid!” (vv. 38-39). Y se quedaron con Jesús −dice el Evangelio− todo el día. ¿Y qué pasó después? Andrés fue corriendo a su hermano Simón: estaba lleno de alegría, una alegría grande; estaba lleno de estupor por haber encontrado a Jesús. Y le dice: “¡Hemos encontrado al Mesías!” (v. 41). Y Juan hizo lo mismo con su hermano Santiago. El encuentro con Jesús te produce ese asombro. Es su presencia. Luego se pasa, pero te deja la paz y la alegría. No olvidéis esto nunca: asombro, paz, alegría. Es Jesús. Ese es el intercambio.
7. La Eucaristía: ‘haced esto en conmemoración mía’. Acuérdate de Jesucristo
Y ahora “Maradona” [Agustín, de Argentina], que me ha pedido qué decir a los jóvenes para que descubran la profundidad de la Eucaristía. Ayuda siempre pensar en la Última Cena. Y en aquellas palabras que Jesús dijo cuando les dio el pan y el vino, su Cuerpo y su Sangre: “Haced esto en conmemoración mía, o haced esto en memoria de mí”. La memoria de Jesús presente allí; la memoria de Jesús que, en cada Misa, está ahí, ¡y nos salva ahí! La memoria de aquel gesto de Jesús, que luego se fue al Huerto de los Olivos para comenzar su Pasión. ¡La memoria de un amor tan grande que dio su vida por mí! Cada uno de nosotros puede decirlo. La gracia de la memoria, de la que he hablado al hablar de los abuelos. La gracia de la memoria: la memoria de lo que Jesús hizo.
No es un ritual solamente, no es una ceremonia. Hay ceremonias bellísimas, ceremonias militares, culturales… no, no. Es otra cosa: es ir allá, al Calvario, donde Jesús dio su vida por mí. Cada uno debe decir esto. Y con esta memoria, viendo a Jesús, recibiendo el Cuerpo y la Sangre de Jesús, profundizas en el misterio de la Eucaristía. “Padre, cuando voy a Misa me aburro…”. Porque no es un ritual. Si quieres profundizar en el misterio de la Eucaristía, acuérdate. Este verbo es bonito, porque Pablo lo dice a uno de sus discípulos predilectos −no recuerdo si a Tito o a Timoteo, pero a uno de los dos, que eran dos obispos a los que él había hecho obispos−: Acuérdate de Jesucristo (cfr. 2Tm 2,8).
Acuérdate de Jesucristo: cuando estoy en Misa, allá, está dando su vida por mí. Así se profundiza en el Misterio. Y luego, cuando no estás en Misa, pero vas a rezar ante el sagrario, acuérdate de que Él está ahí, y que dio su vida por ti. La memoria. Fue el mandato que Jesús dio a los suyos: “Haced esto en conmemoración mía”. O sea, cada vez que hagáis esta celebración, acordaos de mí; cada vez que vayáis a rezar ante el sagrario, acordaos de esto. Y no olvidéis lo que san Pablo decía a su discípulo, obispo también: ¡Acuérdate de Jesucristo!
Terminamos así nuestro diálogo de hoy. Os doy las gracias. Yo tenía las preguntas escritas, pero no las había leído. Lo que os he dicho me ha salido de corazón, así de momento. Pensad en estas palabras: tensión-diálogo; conflicto-respeto-diálogo; intercambio de la presencia de Jesús-amistad con Jesús: paz y alegría; encuentro con Jesús: estupor, alegría, paz; profundizar la Eucaristía: memoria de lo que hizo Jesús. Y así iréis adelante. El mundo tiene tantas cosas feas, estamos en guerra; pero también hay tantas cosas bonitas y tantas cosas buenas, y tantos santos escondidos en el pueblo de Dios. Dios está presente. Dios está presente y hay tantos, tantos motivos de esperanza para seguir adelante. ¡Ánimo y adelante!
8. Caminemos de la mano de la Virgen
Podemos, antes de dar la bendición, pedir ayuda a la Virgen. Porque los niños cuando empiezan a caminar buscan la mano de la mamá para no equivocarse de camino. Pues nosotros debemos ir por el camino de la vida de la mano de la mamá. Recemos a la Virgen, cada uno en su propia lengua: Avemaria… [Bendición]. Y por favor, por favor, os pido: no olvidéis de rezar por mí.
Fuente: romereports.com / it.radiovaticana.va.
Traducción de Luis Montoya.
[1] Los apartados no son originales del Papa; los he puesto para facilitar la lectura (ndt).
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