La mitología moderna está asumiendo tanto un ecologismo utópico como una tolerancia sesgada que van en perjuicio de la condición humana real
Son manifestaciones del buenismo complaciente que descansa en el mito rousoniano del buen salvaje.
Cierto ecologismo radical señala al ser humano como el gran depredador de la naturaleza, hasta el punto de buscar un nuevo modo de vida al estilo Avatar. Vana utopía que sin embargo cala en la sensibilidad de muchos alimentada desde el cine, las novelas e incluso las pláticas eclesiásticas. Otro síntoma del buenismo moderno está presente en una tolerancia utópica que bendice cualquier comportamiento aunque contradiga lo más básico de la naturaleza humana y dañe a la sociedad, como es el caso de la ideología de género que produce frutos como el marasmo LGTB. Frente a esas concepciones fragmentadas del ser humano que desorientan a la sociedad por falta de sentido global la nueva encíclica Laudato si’ hace un planteamiento ético de la sensibilidad actual sobre el cuidado de la naturaleza, en todos los sentidos y no sólo respecto a los bosques o al consumismo.
Papa Francisco considera que la ecología es el estudio de las relaciones entre los organismos vivientes y el ambiente donde se desarrollan. También exige sentarse a pensar con honestidad acerca de las condiciones de vida y de supervivencia de una sociedad revisando modelos de desarrollo y consumo (cfr. n. 138).
Estructurada en seis capítulos propone una conversión ecológica profunda que implica cambios de paradigma de los valores cotizados actualmente. Esos grandes apartados tratan de: lo que está pasando a nuestra casa; el evangelio de la creación; la raíz humana de la crisis ecológica; la ecología integral; algunas líneas de orientación y acción; y acaba proponiendo una educación espiritual ecológica.
Esta encíclica descansa en la verdad de la creación y belleza de la naturaleza, de la bondad de las criaturas, y de la libertad responsable de hombre con la misión de cuidar todo eso. Supera así la ideología ecologista interesada en rebajar dignidad del ser humano, hablando incluso de los derechos de los simios mientras defienden el aborto. Plantea el Papa exigencias a nuestro mundo desarrollado y tecnocrático pero con déficit de conciencia moral, enraizado en el antropocentrismo moderno que no quiere ver las normas morales universales.
Muchas adhesiones aunque también algunas críticas: en primer lugar por admitir el calentamiento global, algo no unánime entre los científicos, y también por su crítica a la economía de mercado que supondría una falta de realismo, dado que el modo probado de sacar de la miseria a millones de personas cada año. Ciertamente tiene su riesgo señalar ejemplos prácticos como abrigarse más para no subir la calefacción y a la inversa en verano (entre otras razones porque el verano en Sevilla no es el de Oslo), o reutilizar objetos para no alimentar el consumismo.
Sin embargo, los críticos serenos reconocen el planteamiento teológico y moral de la encíclica, acorde con la doctrina social de la Iglesia, que apela siempre a la conciencia de las personas. Sólo así surgirán remedios válidos aunque no sean perceptibles a corto plazo, pues se trata de cambiar el mundo desde dentro y no desde las estructuras, que naturalmente deben ser saneadas. Si consideran que hay dosis de angelismo en Laudato si’ también deberían admitir la primacía de la educación moral de las conciencias sobre los remedios empíricos inmediatos.
El antropocentrismo moderno denunciado en la encíclica exalta la libertad desvinculada de la ley natural, de las normas morales, y de leyes de convivencia. Así deforma el sentido de la verdadera tolerancia que descansa sobre la base de las normas éticas que piden hacer el bien y evitar el mal, realidades objetivas, aunque en ocasiones no se penalice civilmente una determinada conducta a fin de evitar un mal mayor −tal ocurre con la blasfemia en Occidente− en las antípodas del integrismo musulmán, por defender la libertad aunque sea mal usada. Sin embargo la defensa indivisible de la libertad humana no implica admitir como derechos humanos a los hijos como juguetes para autorealizarse, el aborto selectivo, o el matrimonio entre homosexuales; en definitiva los nuevos derecho sociales desvinculados de la naturaleza moral del ser humano.
En el ámbito eclesial se ha introducido algo parecido en forma del buenismo que pone entre paréntesis las normas morales, la verdad, y la justicia en detrimento del Evangelio de Jesucristo. Queda bien hablar de compasión, de caridad incluso, de misericordia, y mal recordar la conversión como camino ordinario hacia la santidad. Con esta perspectiva reductora se busca que los católicos divorciados casados civilmente participen de la Eucaristía, sin mencionar la necesaria contrición, confesión y satisfacción, actos del penitente esenciales para recibir válidamente la absolución sacramental, salvo que alguno tenga una idea mecánica del sacramento.
También se insiste tanto en la pastoral de acercamiento y atención de los alejados sin mencionar el proceso de conversión, confundiendo quizá la ley de la gradualidad con la gradualidad de la ley moral que no obligaría a todos por igual. Da la impresión de que algunos están muy empeñados en cambiar las normas morales de la Iglesia, del Evangelio, sobre moral sexual. Y parecen ignorar la mala experiencia de la Iglesia anglicana que se acomoda al relativismo cultural imperante y sufre una sangría de abandonos.
Quien lea el Evangelio completo encontrará junto a la misericordia de Jesucristo también sus palabras exigentes contra las resistencias a la gracia de Dios. Solo unos ejemplos tomados de Mateo: “No deis las cosas santas a los perros, ni echéis vuestras perlas a los cerdos, no sea que las pisoteen con sus patas y al revolverse os despedacen” (Mt 7,6); “Qué angosta es la puerta y estrecho el camino que conduce a la Vida, y qué pocos son los que la encuentran” (Mt 7,14); “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre” (Mt 7,21); “¡Ay de ti, Corazín, ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón se hubieran realizado los milagros que se han obrado en vosotras, hace tiempo que habían hecho penitencia en saco y ceniza” (Mt 11,21). Son palabras salidas de la boca del Buen Pastor que no quiere que se envenenen con pastos nada verdaderos.
Todos conocemos el pasaje de la mujer pecadora tratada con verdadera misericordia por Jesús impidiendo primero que sea lapidada pero advirtiéndole después “Vete y a partir de ahora no peques más” (Jn 8,11). Los exégetas saben que este pasaje fue suprimido en algunos códices antiguos para evitar que se deformara la naturaleza del perdón en la Iglesia y la misericordia de Dios ambas ancladas en la verdad fundamental de que el mal aparta de Dios y de que todos debemos hacer el bien para ser gratos a Dios.
Por todo ello la pastoral descansa necesariamente en la verdad moral y religiosa, porque la verdad y la misericordia van unidas. Basta escuchar al Papa Francisco para comprender cómo hace compatibles gestos llenos de compasión con fuertes palabras para proclamar la verdad del Evangelio. Al clausurar el Sínodo extraordinario en octubre pasado advertía precisamente sobre: «La tentación del buenismo destructivo, que en nombre de una misericordia engañadora venda las heridas sin antes curarlas y medicarlas; que trata los síntomas y no las causas y las raíces. Es la tentación de los "buenistas", de los temerosos y también de los así llamados "progresistas y liberales"».
Jesús Ortiz López, en religionenlibertad.com.
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