Una llamada urgente a todo el mundo para responder al extraordinario desafío que ofrece en la actualidad la delicada situación ecológica de la Tierra
La publicación de la nueva encíclica Alabado seas del Papa Francisco había generado una gran expectación en la opinión pública y, en particular, para los que nos dedicamos al Medio Ambiente. Tras una lectura apresurada de sus casi 200 páginas lo primero que deseo afirmar es que no me ha defraudado en absoluto y que, a mi juicio, estamos ante uno de los textos más profundos y provocadores que se haya escrito jamás sobre la llamada «crisis ambiental o ecológica».
Sin pretensión alguna de analizar ahora su largo contenido, solo quiero manifestar mis primeras impresiones. Independientemente de que se trate de un documento magisterial de la Iglesia Católica y que, por tal motivo, para los católicos tenga un especial valor, este documento aborda con exhaustividad todas las grandes cuestiones que afectan al actual estado del medio ambiente en nuestro Planeta que es «nuestra casa común». Desde la contaminación atmosférica hasta los organismos genéticamente modificados, la protección de los océanos, la gestión de los residuos, la preservación de la biodiversidad y, por supuesto, el cambio climático. Nada pasa desapercibido para el Romano Pontífice que, además, no deja de repetir que «todo está conectado».
El texto es una llamada urgente a todo el mundo, desde las Instituciones Internacionales hasta el ciudadano de la calle, para responder al extraordinario desafío que ofrece en la actualidad la delicada situación ecológica de la Tierra. Una muy oportuna llamada de atención en un especial momento histórico, a pocos meses de la celebración de la Cumbre Mundial sobre el Clima, en diciembre en París, de la que se espera un gran acuerdo universal sobre el clima.
Pero, lo cierto es que los precedentes en el intento de renovar el Protocolo de Kioto han resultado fracasados. De aquí el acierto de su publicación ahora por parte de quien, para muchos, constituye la máxima autoridad moral. Haciendo honor a su nombre, el Papa Francisco extrae del gran Patrono de la Ecología −San Francisco de Asís− las mejores bases de la espiritualidad católica que vincula a la opción preferencial por los pobres y la íntima fraternidad entre todas los seres vivos que están el fundamento las políticas ambientales más avanzadas.
La clave de bóveda del documento es, sin duda, la de la ecología integral −y añado yo, integradora−. Una ecología integral que se aleja, tanto de una antropología tecnocrática (la desmedida confianza en el progreso tecnológico), como de la postura biocentrista extrema (en que el ser humano es una plaga y el enemigo a batir). Una ecología en que el hombre es consciente de su dependencia e interdependencia con el resto de la naturaleza, y en que su misión en la de ser administrador −cuidador− respetuoso del patrimonio natural recibido.
Es también una ecología integradora porque cuenta con los avances del progreso científico (aunque sin pretender sustituirlo), bebe en fuentes ajenas a la Iglesia Católica, alaba la tarea emprendida por los movimientos ecologistas en la concienciación ambiental, llama a la interdisciplinariedad de los trabajos en pro del desarrollo sostenible. Y confieso que me ha emocionado las no pocas reflexiones que he encontrado en el documento referidas a la importancia del Derecho Ambiental (las normas que regulan la protección del medio ambiente), a cuya docencia me dedico desde hace varias décadas. Ante todo, la Encíclica Alabado Seas es una valiente llamada a la acción, huyendo de «lo políticamente correcto». Sorprenderá su lectura por la fuerza con que conmina a los poderosos a actuar a favor del bien común.
El cortoplacismo de los políticos, el abuso de la posición dominante de las multinacionales, las lacerantes inequidades de la economía de mercado, nada escapa a su aguda crítica ante la realidad que acontece. Es una vigorosa llamada a un cambio de rumbo, a un cambio de modelo económico y social, a redefinir el progreso. Incluso hay una provocadora propuesta de «decrecimiento en algunas partes del mundo aportando recursos para que se pueda crecer sanamente en otras partes».
Al final, si lo que me preguntan: ¿qué es lo que más te ha impactado de la Encíclica?, respondería que es la llamada que hace el Papa Francisco a ¡una «conversión ecológica»! Es, a mi juicio, la propuesta más revolucionaria. Un cambio en nuestro estilo de vida (de las sociedades desarrolladas) alejado del «consumismo obsesivo» (depredador insostenible de recursos), del egoísmo materialista (verdadera contaminación interior) y del individualismo insolidario (intergeneracional e intrageneracional).
Un nuevo estilo de vida, ejercitando una sobriedad liberadora, saboreando la ternura en las relaciones interpersonales y disfrutando de un ritmo de vida pausado. Y, me encanta leer en el documento que, a pesar de la gravedad de la situación, dice el Papa: «No todo está perdido (…) porque los seres humanos, capaces de degradarse hasta el extremo, también pueden sobreponerse a optar por el bien y regenerarse, más allá de todos los condicionamientos mentales y sociales que les impongan».