Cada cual es libre para adoptar una actitud, a condición de que no pretenda imponer sus libres opiniones por la fuerza, el insulto, el maltrato o el boicot
Probablemente los lectores conocen las declaraciones de Dolce y Gabbana sobre la familia, y la retahíla de reacciones que suscitaron en el mundo de la ideología de género. Los dueños de la conocida marca declararon unas cuantas verdades elementales que quizá nadie esperaba de esta pareja, que lo es tanto para la convivencia como para la empresa. Quizás una de las parrafadas más sonoras e irritantes para algunos fue esta: “No hemos inventado nosotros la familia. La Sagrada Familia la convirtió en un icono, pero no es una cuestión religiosa o social: un niño cuando nace debe tener un padre y una madre. O al menos debería ser así. No me convencen aquellos que yo llamo los hijos de la química, los niños sintéticos. Úteros de alquiler, casi elegidos por catálogo. Y después ve a explicarles a estos niños quién es la madre”.
“¿Usted? −le preguntó Dolce a la entrevistadora− ¿aceptaría ser hija de la química? Procrear tiene que ser un acto de amor. Hoy, ni siquiera los psiquiatras son capaces de afrontar los efectos de la experimentación”. En efecto, una persona, un hijo, no es un derecho de nadie. Yo añadiría una aclaración imprescindible: aunque se entienda por el contexto lo que dice Dolce, no vale hablar de hijos de la química, porque los hijos no pueden cargar con los errores de sus padres. Más bien son víctimas de esos errores. Son simplemente niños, cualquiera que sea su procedencia.
Y comenzaron las reacciones. Hubo muchos −empezando por Elton John y Courtney Love− que no solo se sintieron ofendidos por las afirmaciones de la pareja de diseñadores, sino que llamaron al boicot de la marca Dolce & Gabbana: “¡Cómo os atrevéis a llamar sintéticos a mis preciosos hijos! Os tendría que dar vergüenza haber apuntado con vuestros dedos prejuiciosos a la fecundación in vitro, que ha permitido a legiones de personas que aman, heterosexuales o gais, cumplir su sueño de ser padres”. Así lo relataba un diario, añadiendo que, además de llamar al boicot a los productos de esta firma, trataron de arcaicos a sus dueños. También Madonna se sumó a la campaña. De este modo comenzaba el escarnio de quienes hasta ese momento habían pertenecido supuestamente a su cuerda. El delito: no haberse sumado a lo políticamente correcto. Y el susodicho Elton los maldijo. Ricky Martín los detestó.
Luego se añadieron más, como Miguel Bosé, un locutor de TV, etc. Soy un convencido de la libertad de expresión, pero comienza a no gustarme cuando existen ciertas opiniones que no permiten ni enunciar, sencillamente porque dan por supuesto que las suyas dejaron de ser opiniones para convertirse en dogmas. Debo aclarar que tampoco los dogmas profesados por mi fe deben imponerse a golpe de insulto o de vejaciones. Aunque ciertamente todos nos pasamos a veces. Pero no todo fueron protestas. Al menos, leí dos cartas de hijos adoptados por parejas homosexuales que daban la razón a los creadores italianos.
Un ejemplo: “los seis firmantes de esta carta fuimos todos criados por padres y madres gays y lesbianas. Cinco de nosotros somos mujeres y uno es gay, aunque todos criamos a nuestros hijos con sus padres de sexo opuesto”. Y añadían: “Queremos agradecerles por dar voz a algo que aprendimos por experiencia: Todo ser humano tiene una madre y un padre, y cortarlo de la vida de un niño es robarle la dignidad, humanidad e igualdad”. También se sumaron al parecer de Dolce & Gabbana un par de checos de su misma profesión y situación afectiva.
Insisto: cada cual es libre para adoptar una actitud, a condición de que no pretenda imponer sus libres opiniones por la fuerza, el insulto, el maltrato o el boicot. Según la ideología de género, no hay diferencia ontológica entre el hombre y la mujer. La identidad del hombre o mujer no sería inherente a la naturaleza, sólo se atribuiría a la cultura: lo ven como resultado de una construcción social, un papel que los individuos interpretan a través de tareas y funciones sociales. Según su teoría, el género es performativo, y las diferencias entre los hombres y las mujeres son las regulaciones opresivas, los estereotipos culturales y las construcciones sociales, que se deben deconstruir para lograr la igualdad entre hombres y mujeres. Todo sin ninguna investigación convincente.
Pues bien, esa ideología ha pasado a nuestras leyes nacionales y autonómicas con todas las consecuencias. Hay que decir también que ha sucedido en territorios de distinto signo político, para que no culpemos solamente al anterior Jefe de gobierno, aunque sea preciso añadir que a él debemos de modo exclusivo la introducción de ese modo de pensar en nuestra legislación, que abarca las leyes denominadas de salud reproductiva, las relativas a transexuales, elección de género o concernientes a temas educativos. Estas siembran inquietud y confusión en niños y niñas de corta edad, chavales que se ven inducidos a pensar en que género desean vivir. Y a lo peor, sus padres no conocen esta situación o no perciben el alcance que tiene y puede llegar a tener.