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Ante la ya inminente llegada de Benedicto XVI a tierras españolas, han florecido un buen número de escritos, consideraciones, etc., preguntando qué Iglesia se va a encontrar; qué Iglesia espera encontrarse; qué Iglesia le va a recibir.
No faltan tampoco análisis de lo que le conviene hacer a la Iglesia para recuperar la plena confianza de los creyentes, «hay que mostrar con palabras, pensares y hecho que Dios es pensable, creíble y amable», recordaba un conocido teólogo. A todo esto hay que añadir estudios, estadísticas de la situación sociológica de los creyentes, de los creyentes de otras religiones, de los "nuevos cauces" que la Iglesia tendría que seguir para transmitir la Fe a las generaciones venideras; etc. etc. Algunos, incluso, desearían una Iglesia que "proponga la fe con una formación e información a la altura del tiempo histórico". Yo me pregunto, ¿qué altura, qué tiempo histórico?
A estas fechas, todos los detalles de los protocolos diplomáticos de situaciones semejantes están ya establecidos; cada personaje, actores principales y comparsas, todos tienen ya su puesto asignado, la misión que tienen que desarrollar; el lugar donde podrán saludar al Papa y, quien lo desee, una foto para recordar a las generaciones futuras familiares, ese encuentro con Benedicto XVI.
Benedicto XVI conoce la realidad espiritual de la Iglesia de Nuestro Señor Jesucristo que el Espíritu Santo le ha llamado a regir desde hace poco más de cinco años, y con serenidad y paz recorre caminos que quizá nunca había pensado recorrer, como Peregrino de la Fe, de la Esperanza, de la Caridad, anunciando «al Dios que nos ha creado por Amor; al Dios que nos ha redimido por Amor en la muerte de Jesucristo en Cruz y nos ha manifestado todo su Amor en la Resurrección de Jesucristo; y culminó la Revelación de todo su Amor enviándonos el Espíritu Santo».
¿Qué oídos van a escuchar sus palabras? ¿Qué corazones van a recibir sus miradas, sus gestos?
Muchos de los ojos que contemplaran a Benedicto XVI no se preocupan de la Iglesia "que encontrará el Papa"; sino de la «Iglesia que anhela el Papa, y que ellos quieren descubrir hecha realidad en el corazón del Papa». ¿Qué Iglesia?
Una Iglesia hambrienta de Fe en Jesucristo, Hijo de Dios hecho hombre. Una Iglesia que anhela ver esa Fe reflejada en las palabras de sus sacerdotes; en el ejemplo de sus Obispos; en la fortaleza de sus Pastores.
Una Iglesia que nunca separe "Jesús pobre"; "Jesús amigo"; "Jesús hermano"; "Jesús cercano"; "Jesús misericordioso", etc. de la realidad de Jesucristo, Dios y Hombre verdadero; de Jesucristo —Dios— que llora ante la tumba de Lázaro y expulsa a los mercaderes del templo; de Jesucristo que abre los ojos a María Magdalena la mañana de La Resurrección; de Jesucristo que se muere de Amor en la Cruz.
Una Iglesia que no se quiere "acomodar" al mundo; sino convertirlo, y abrirle los ojos a la Gloria y al Amor de Dios. Una Iglesia que sonría en el rostro de los recién bautizados; en la fidelidad de los esposos; en la armonía y en la paz familiar, padres con hijos, hijos con padres, con abuelos. Una Iglesia que sonría en la alegría de los padres que defienden su libertad para educar a sus hijos en la Fe y en la Moral, y no permiten intromisiones de ninguna clase de Estado, Poder —que serían Dictaduras, por muy elegidas por los votos, que fueran— en estos campos.
Un Iglesia que se goce en el canto de los adoradores de Cristo Eucaristía.
Una Iglesia hambrienta de seminaristas, de sacerdotes, sin complejos de ningún tiempo; conscientes que la Fe, la Esperanza cristiana iluminan y germinan en cualquier cultura, en cualquier tiempo histórico; porque el Misterio de la Encarnación del Hijo de Dios en el seno de la Virgen está más allá de cualquier cultura, de cualquier civilización.
Una Iglesia reacia a dejarse retratar en estadísticas, análisis sociológicos, porque es una Iglesia que cree en la acción del Espíritu Santo; y la acción de Dios no cabe en ninguna estadística.
Una Iglesia lejana de todo poder, "humilde y mansa de corazón", como su Fundador, Jesucristo. Y Libre, sin miedo alguno a ser mártir, en su defensa de la dignidad del hombre, hijo de Dios; en defensa de la vida del "concebido no nacido", que ya los primeros cristianos eran conocidos, entre otras cosas, "por no matar a los hombres y a las mujeres en el seno de la madre". Y en defensa de la dignidad de la muerte, en diálogo con Dios, rechazando abortos y eutanasias.
Una Iglesia que tiene sus ojos en todos los caminos de la tierra, y en todos los caminos del Cielo, porque afirma su Fe, su Esperanza, en la vida eterna, y llama a los hombres a rechazar el egoísmo que cierra su corazón, y los sitúa en el "infierno” que es su soledad; su rechazo del Amor de Dios.
Una Iglesia llena de amor a los hombres, "Caritas"; porque vive del amor de Dios, y a Dios, a Quien descubre en los Sacramentos. Una Iglesia de la que hija y Madre, la Madre y la hija de Dios, a María Santísima.
Introducción a la serie sobre “Perdón, la reconciliación y la Justicia Restaurativa” |
Aprender a perdonar |
Verdad y libertad |
El Magisterio Pontificio sobre el Rosario y la Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae |
El marco moral y el sentido del amor humano |
¿Qué es la Justicia Restaurativa? |
“Combate, cercanía, misión” (6): «Más grande que tu corazón»: Contrición y reconciliación |
Combate, cercanía, misión (5): «No te soltaré hasta que me bendigas»: la oración contemplativa |
Combate, cercanía, misión (4) «No entristezcáis al Espíritu Santo» La tibieza |
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La intervención estatal, la regulación económica y el poder de policía I |
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