Se trata de vivir juntos de forma solidaria esa experiencia dolorosa
En su columna mensual para el National Catholic Bioethics Center, el padre Tadeusz Pacholczyc –sacerdote y doctor en neurociencia por la Universidad de Yale– explica cómo crear las condiciones adecuadas para que los enfermos terminales afronten sus últimas horas o días de vida con serenidad.
Pacholczyc es consciente de que ayudar a morir bien a una persona no es una tarea sencilla. Cuando imparte conferencias sobre este tema, a menudo se le acerca gente del público para desahogarse: "¿Sabe, padre? Cuando mi madre murió hace 6 años y pienso en cómo la cuidamos mis hermanos y yo, no estoy segura de que tomáramos las decisiones correctas".
Comentarios como éste, han llevado a Pacholczyc a darse cuenta de que las circunstancias que rodean la muerte de una persona no sólo son importantes para quien se va, sino también para quienes se quedan. Esta conexión con el enfermo permite comprender mejor sus necesidades.
"Normalmente, una buena muerte reúne varios elementos: morir rodeado de las personas a las que queremos, preferiblemente en casa o en una residencia; aliviar el dolor con los tratamientos adecuados (y evitar el ensañamiento); hacer las paces con familiares y amigos; hacer las paces con Dios (y recibir los últimos sacramentos); y unirse a Cristo en sus horas de sufrimiento en la Cruz".
Una cuestión clave es ayudarles a superar la soledad que pueden sentir los enfermos cuando se ven rodeados por tubos y máquinas. En un momento en el que la muerte se ha tecnificado tanto, Pacholczyc reivindica el contacto humano, la compasión y el cariño de los familiares.
En esta línea, Pacholczyc recuerda unas palabras de Diana Bader: "En el pasado, la muerte era un evento que se vivía en comunidad. Los más cercanos al enfermo le acompañaban de muchas maneras: mirándole y rezando con él; escuchándole y hablándole; riendo y llorando. Se trataba de vivir juntos —de forma solidaria— esa experiencia dolorosa".
Para Pacholczyc, los espectaculares avances de la técnica —que permiten atender con gran eficacia a un enfermo tras otro— no deben llevar al personal sanitario ni a los familiares a descuidar la que probablemente sea la necesidad más acuciante en esos momentos: la compañía y el contacto humano.
"Este esfuerzo por hacernos presentes ante quienes se están muriendo alimenta nuestra solidaridad con ellos, reafirma su dignidad, es una muestra de benevolencia, y fortalece la comunicación. De esta manera, les ayudamos a superar el miedo a sentirse solos y abandonados".