He firmado la Carta de Bienvenida al Papa e invito a mis lectores a que hagan lo propio
ABC
Más de veinte mil personas han firmado ya la Carta de Bienvenida a Benedicto XVI que fuera presentada el pasado lunes, ante la proximidad de la visita del Papa a nuestro país, para consagrar el templo de la Sagrada Familia de Barcelona y peregrinar a Santiago de Compostela.
La Carta de Bienvenida es idea de un grupo de amigos convencidos de que la crisis económica y social que padecemos es expresión de otra crisis de naturaleza más honda, que es la que corrompe a los pueblos cuando se ofusca su capacidad de discernimiento moral, cuando -soltadas las amarras con «las categorías del Bien, la Verdad y la Belleza»- las personas son obligadas a chapotear en los lodazales del relativismo, sin otro horizonte que la consecución del interés propio.
A este proceso de descomposición de lo humano (o «abolición del hombre», según lo designara C. S. Lewis), que es consecuencia natural de la negación de lo divino, ha prestado atención principalísima Benedicto XVI en su magisterio papal, en un esfuerzo no siempre entendido por «promover un fecundo diálogo entre razón y fe» en un mundo que ha absolutizado la razón hasta convertirla en un monstruo que niega la razonabilidad de la fe.
Los cinco años del papado de Benedicto XVI están marcados por el signo del sufrimiento y el martirio, que ha alcanzado su paroxismo en la campaña orquestada para presentarlo como responsable último de las conductas indignas de algunos sacerdotes; conductas que Benedicto XVI ha combatido con inquebrantable denuedo desde el comienzo de su pontificado, y aun antes, adoptando medidas quirúrgicas sin que jamás le haya temblado el pulso y extremando el celo en el escrutinio de las vocaciones religiosas.
Quienes han desatado esta campaña tienen muy claro su objetivo final (que no es otro sino sentar al Papa en un banquillo), casi tanto como Benedicto XVI tiene claro el sentido martirial de su ministerio; y cuanto mayor es su ánimo en el desempeño de ese ministerio más obstinadas son las asechanzas que traten de rectificar su rumbo. Así se explica que allá donde el Papa más se empeña en ejercitar de forma inequívoca su misión de guía es precisamente donde de forma más agria y belicosa se le combate, en un intento desquiciado por negar ese empeño.
La Carta de Bienvenida a Benedicto XVI trata de derramar un poco de ungüento -humilde y filial ungüento- en las llagas de quien ha sido marcado con el signo del sufrimiento. Trata de expresar la gratitud de tantos españoles -católicos y no católicos- que reconocen en su magisterio un faro de luz que conjura la noche; trata de acoger hospitalariamente a quien, en medio de tantas iniciativas legales que pisotean el derecho a la vida, que erosionan el tejido familiar, que niegan a los padres el derecho a educar a sus hijos, nunca ha enmudecido, manteniendo viva la llama de la cordura en un tiempo de oprobio.
Y trata, en fin, de convertirse en un modesto instrumento aglutinador para tantos y tantos españoles que, compartiendo «la propuesta de sabiduría y esperanza» que Benedicto XVI les ofrece, buscan cauces organizados y relevantes de acción y comunicación. Por todo ello he firmado esta Carta de Bienvenida a Benedicto XVI e invito a mis lectores a que hagan lo propio.