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Hacia Belén va una burra, rin, rin
yo me remendaba, yo me remendé,
yo me eché un remiendo, yo me lo quite,
cargada de chocoláateeeee...
A unos pastores, que dormían al raso y vigilaban por turno durante la noche su rebaño, se les presentó el Ángel del Señor, y la gloria del Señor los envolvió en su luz; y se llenaron de temor. El ángel les dijo: «No temáis, pues os anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor; y esto os servirá de señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre...» Y sucedió que [...] los pastores se decían unos a otros: «Vayamos, pues, hasta Belén y veamos lo que ha sucedido y el Señor nos ha manifestado». Y fueron a toda prisa, y encontraron a María y a José, y al Niño acostado en el pesebre. [Lc 2, 8-15]
La burra y el burro, tú, yo, se ponen en marcha hacia la gran alegría esperada durante largos y cachazudos siglos.
Éramos gente somnolienta, arrebujados en el calorcillo breve de la manta tan estimada en esas noches de invierno frío, dura sequedad del corazón, esperanzas insatisfechas que dejan una sed mayor que antes de beber...
Los burros no vemos más que el suelo, andamos a cuatro patas, a pesar de la evolución de nuestra distinguida especie, como si no tuviéramos una dimensión vertical que proyecta a las cumbres, más allá del sol y de las estrellas. Sin embargo, cuando en una tarde tibia de primavera, tendidos junto a la fuente, forzamos un poco las cervicales hacia el Cielo, entonces nos damos cuenta de que, como diría Shakespeare, más o menos, hay algo más en el universo que lo soñado por nuestra filosofía asnal, un no sé qué que ha de haber y venir de alguna parte, no de la tierra, ni de otros planetas, otras nadas.
Ahora dice un ángel: Os ha nacido un salvador que os trae la alegría para siempre. Y nosotros: ¡Vayamos a Belén! Pero... ah, es preciso remendarse. Yo me remendaba, yo me remendé, yo me eché un remiendo, yo me lo quité.
Los borricos que fueron a Belén el año pasado, se remendaron, echaron remiendos a sus andrajosos pelajes y a todo cuanto remendable descubrían. Echaban remiendos a conciencia. Pero, ay, voló la Navidad y empezaron de nuevo a deshacer remiendos y casi quedaron como estaban o peor. Por eso muchos burros y borricas ahora andan descorazonados en el surco del desaliento, con témpanos en el alma. Pero he aquí que de nuevo aparece el Ángel e insiste: «¡Os ha nacido un Salvador....!»
¿Es esto posible, nacer un año y otro y otro? Pues, sí, es posible. Quien nace es el Señor del Tiempo y de la Eternidad y una vez nacido en el Tiempo, de una vez por todas, su Nacimiento permanece. ¿Es que no habéis leído el punto 1085 del Catecismo de la Iglesia Católica?: "todo lo que Cristo es y todo lo que hizo y padeció por los hombres participa de la eternidad divina y domina así todos los tiempos y en ellos se mantiene permanentemente presente". Sí, el Niño Jesús existe. De un modo misterioso pero real, como nadie más puede hacer.
Con nuestro modo de hablar habitual podemos decir que "vuelve a nacer". Pero en verdad hemos de decir más bien se trata de un Nacimiento que no pasa, acontece en nuestro hoy, hoy Jesús sigue siendo el Niño Jesús, y también el Cristo Crucificado y Resucitado que se nos presenta con todo su Misterio Pascual en cada celebración Eucarística, para redimirnos hoy, para salvarnos hoy, para darnos su Cuerpo y su Sangre llenos de la Divinidad, hoy.
¡Sí, queridísimos borricas y borricos, hermanas y hermanos míos!, nos está naciendo la Vida en nuestros corazones remendados. No nos cansemos de remendar. Los remiendos no desalientan a este Niño envuelto en pañales. Los pañales de Belén anuncian los lienzos del Sepulcro y de la Resurrección, de la Vida eterna. Forman un misterio único; nuestro misterio de esperanza cierta (Spe salvi!).
Uníos todos en la posesión incoada de la Vida del siempre Niño, crucificado desde Belén hasta el Calvario y resucitado para darnos vida eterna. NiñoDiosHombreCaminoVerdadVidaLibertad sin límite. Yo me remendaba, yo me remendé y seguiré remendándome... Eso sí, cargado de chocolate, que ahora mismo erigimos en símbolo de la Ternura de DiosNiño para nuestra definitiva dulcedumbre existencial.
Pero, ¡cuidado! Sucede lo que escribió san Josemaría en cierta ocasión: "Conozco un borrico de tan mala condición que, si hubiera estado en Belén junto al buey, en lugar de adorar, sumiso, al Creador, se hubiera comido la paja del pesebre...".
Cuando te miro Niño
Dios te contemplo
Cuando Dios te miro
Niño te veo...
Bienvenidos a Belén!!
Bienvenidos a la Esperanza!!
Feliz Navidad!
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