La conciencia no se somete a nadie, sino a Dios
Las Provincias
Algunos partidarios del aborto han esgrimido a su favor argumentos tan peregrinos como que el feto de determinadas semanas es un ser vivo, pero no un ser humano, que es lo decidido por los militantes del partido en el gobierno, que es algo del pasado oponerse a esta práctica, etc.
Para la ciencia y para el TC es evidente que el óvulo fecundado tiene ya toda la carga genética humana. Los militantes pueden decidir libremente, pero no después de que los votantes dieran la mayoría a un partido que, no sólo no llevaba esa ley en su programa, sino que su jefe de filas afirmó expresamente que no iría en esta legislatura.
Hay muchas cosas del pasado que seguimos manteniendo para poder vivir medianamente bien, por lo que no es un argumento muy válido. En cambio, pocos valoran la realidad: muerte de un ser humano procurada como un derecho de la madre. Eso sí que es antiguo: el derecho sobre vidas y haciendas. El argumento de la hipocresía no aguanta racionalidad alguna, pues las cosas no son buenas o malas por eso.
Se metió a moralista un alto cargo, que ya justificó el matrimonio entre personas de igual sexo, acudiendo a la frase agustiniana de ama y haz lo que quieras. Si es conocedor de la fe cristiana, debería saber que el que ama bien, obra bien. Pero ahora ha vuelto a salir con la sutil distinción entre la conciencia personal y la disciplina de partido, en una suerte de esquizofrenia impropia del católico que dice ser.
La conciencia no se somete a nadie, sino a Dios. Un católico y toda persona que ame la vida debería hacer más caso a estas dos afirmaciones: «declaro que el aborto directo, es decir, querido como fin o como medio, es siempre un desorden moral grave» (Evangelium Vitae, 62). Y ésta: «la responsabilidad implica también a los legisladores que han promovido y aprobado leyes que amparan el aborto» (Ibid. 59).
No se escuezan, pues, si los obispos hablan de pecado grave. ¿Les importa tanto no estando dispuestos a seguir sus directrices? ¿Se dan cuenta de que el aborto es la causa de más muertes en España?: en 2008 fueron 115.812. Por accidente de tráfico, en el mismo año, 2.181 personas. ¿A quién restamos los puntos?
Pero puesto que ese alto cargo habló del amor, pienso que el aborto, porque es matar, es un fracaso del amor, al que conducen varias sendas, tales como la banalización del sexo convertido en simple diversión, la legislación que no protege la vida, la píldora del día siguiente, el pensamiento de que amarse es sólo goce o sentimentalismo, sin tener en cuenta que lo más profundo del amor está en la entrega personal y en el olvido de sí mismo; el egoísmo que lleva a la destrucción de una vida porque no era deseada o sencillamente no querida.
El amor que es donación y olvido de si, permite vivir la frase de San Agustín: ama y haz lo que quieras, porque quien ama de veras, lucha por entregarse al amado sin pensar en sí mismo. Seguro que así querrá a su esposa e hijos el citado alto cargo.
Sólo esa comunidad de vida y amor, que es el matrimonio, es el lugar más adecuado para que venga una vida, fruto de un amor entero y verdadero. Pero aunque proceda de otro tipo de unión, nadie tiene el derecho de exterminar al ser más inocente sea cual fuera la causa.
El amor al hijo, esperado o no, debe de estar por encima de cualquier conveniencia. Toda madre es capaz del amor que se hace gratuidad, acogida, entrega. En la familia sea matrimonial, de madre soltera o adoptiva es donde cada uno es reconocido, respetado y honrado por ser persona. Y si hay alguno más necesitado, la atención hacia él será más intensa y viva.
De entrada, el nasciturus es el ser más indigente, más dependiente de la madre que lo trae, pues, querido o no, esa madre se ha convertido en santuario de la vida, en alguien con una nueva y especialísima capacidad de amar. Deshacerse de ese ser puede parecer una solución, pero sólo aparente, porque esa muerte y esa renuncia al amor grande de ser madre se cobrarán probablemente un alto precio.
Ahora, el legislador tiene en sus manos la capacidad de cooperar con el amor y la razón y no con la muerte. Y eso ni se compra ni se vende, justo como canta la antigua copla del cariño verdadero.