Quizá podamos aprender algo de la historia
Las Provincias
Pronto conmemoraremos los 20 años de la caída del muro de Berlín. Ocurrió durante la noche del 9 al 10 de noviembre de 1989. Aquel muro simbolizaba el límite entre dos concepciones del mundo. Esa noche el bloque de los países comunistas se tambaleó y terminó desplomándose de un modo inesperado. El marxismo había sufrido un terremoto terrible. Ahora, sobre las ruinas se está levantando una nueva concepción de la sociedad. Se trata de la ideología de género.
De la misma forma que los marxistas del siglo XIX hicieron causa contra los abusos del capitalismo salvaje, los valedores de la perspectiva de género han tomado hoy la bandera de la denuncia de los actos violentos que se producen en el hogar. Sin duda, las noticias de las agresiones domésticas son unos hechos deplorables, a los que no podemos dar la espalda y que hemos de intentar paliar.
Los marxistas explican la historia en clave de conflicto. Por ello, no resulta difícil trasladar esa categoría a los problemas domésticos para alguien que haya calado en la visión marxista de la historia. Así, la denominación de esos actos violentos en el hogar como 'violencia de género' vendría a ser un eco de la 'lucha de clases'.
Para los males sociales ocurre algo similar que con la propia salud. Todos hemos estado enfermos alguna vez y tenemos bien experimentada la importancia que tiene un diagnóstico acertado. El diagnóstico no es lo definitivo para curarse: lo que nos sana es el tratamiento. Pero, si no se diagnostica bien la enfermedad, el tratamiento que se proponga tendrá escasa eficacia, probablemente mantendremos los síntomas, y quién sabe si no empeoraremos.
A mi modo de ver, los actos violentos domésticos en los que una mujer ha sido víctima en algunos casos mortal del abuso físico de su compañero se nos presentan con frecuencia a través de un diagnóstico un tanto sospechoso. Cuando se hace referencia a estos lamentables hechos da la impresión de que no es violento tanto el agresor singular cuanto el género masculino. Englobar estas agresiones bajo el concepto de 'violencia de género' conlleva implícita la idea de que hombre y mujer se encuentran en conflicto por el mero hecho de pertenecer a géneros distintos. Es decir, que son los géneros y no las personas los que se hallan enfrentados.
Las propuestas que se hacen para curar esta herida social diagnosticada como violencia de género evocan aquellas que propusieron los marxistas para erradicar la desigualdad social. Antes se proponía la revolución como medio imprescindible que nos conduciría al paraíso del proletariado, donde no habría distinción de clases sociales ni propiedad privada; ahora la ideología de género pretende difundir un modelo de sociedad en el que la autonomía del individuo no esté limitada, en lo relativo a la identidad sexual y su ejercicio, ni por la opinión pública, ni por la legislación, ni siquiera por la propia corporalidad. Así se entiende que los esfuerzos destructivos de esta ideología se dirijan hacia la familia. Podemos encontrar indicios de esta utopía en algunos contenidos de la asignatura Educación para la Ciudadanía.
Efectivamente, la relación entre marido y mujer puede deteriorarse. Es un riesgo que se corre en toda relación entre personas. Ese riesgo todavía es mayor si la convivencia no se apoya en un compromiso previo de fidelidad mutua. En cualquier caso, cuando la relación de amor entre dos personas se corrompe y deteriora en extremo, aparece el odio hacia el otro. Si no se va limpiando, la infección del odio va a más y engendra un deseo de profunda aversión y repulsa, que termina desencadenando la violencia. El odio no lo produce la estructura de género sino que anida en un corazón herido.
Desde luego, no podemos negar que hay hombres agresivos, como tampoco podemos negar que encontramos mujeres de carácter fuerte. En asunto tan delicado como el de las agresiones domésticas conviene ser precisos. A lo mejor no es muy justo generalizar la violencia a todo un género determinado. Son mucho más numerosos los ejemplos de armonía y buen entendimiento en las relaciones entre hombre y mujer que los casos escandalosos de violencia. No sólo estos ejemplos de familias unidas son más abundantes, sino que son más atrayentes y fecundos.
Que un corazón cicatrice no es fácil. Pero es posible. Lo que vivifica un corazón es saberse querido. Y, si hay heridas profundas, tanto más incondicional ha de ser ese amor. La persona se purifica y se decide a cambiar cuando sabe que no va a ser rechazada, incluso a pesar de haberse equivocado. Pocos ámbitos hay como la familia que permitan perdonar de este modo. Y es que en la familia no se miden las aptitudes o las cualidades que se tengan: se aprende a aceptar al otro como es, con sus cosas buenas y también con sus defectos.
La familia, que es lo que la perspectiva de género pretende diluir, nos ofrece justamente la posibilidad real de sanar de raíz nuestro corazón herido.
Quizá podamos aprender algo de la historia. El sueño comunista de una sociedad sin clases duró poco más de 70 años y al cabo de ese tiempo se hizo evidente que realmente se trataba de una pesadilla. Quién sabe si pretender que la sociedad pueda formarse con estructuras de convivencia sin distinción de sexos no terminará también en una pesadilla. Ojalá no despertemos demasiado tarde.
Tomás Baviera Puig. Director del Colegio Mayor Universitario La Alameda