De otro modo, todas las soluciones serán deficientes o algo peor: falsas
Las Provincias
Salvo el día de su publicación, es ensordecedor el silencio en torno a la encíclica 'La caridad en la verdad' de Benedicto XVI. Y, sin embargo, es una carga de profundidad sobre las causas de la crisis económica que padecemos y sus posibles soluciones. Ese día, medios de comunicación, políticos y alguna cabeza pensante dijeron lo que les pareció, y se acabó. Me parece penoso, porque ese documento es lo más hondo que se ha escrito sobre la situación actual.
Se han dicho cosas serias, pero ninguna de ellas ha buscado la raíz de lo que nos pasa. La razón es obvia: ir hasta el fondo es políticamente incorrecto, que es justamente lo que ha hecho el Papa afirmando que no hay amor a las personas, ni a los pueblos, ni al desarrollo integral de unas y otros si no es en la verdad.
Alguien ha afirmado que, con esta encíclica, la antropología ha entrado de lleno en la cuestión social. Y lo hace con una visión integral del hombre, abarcándolo por completo. De otro modo, todas las soluciones serán deficientes o algo peor: falsas.
Pero vivimos en un clima de pensamiento relativista al que sucede lo que decía una vieja canción italiana: «la verità mi fa male, lo so» 'la verdad me hace mal, lo sé'. Es explicable que un mundo pletórico de codicia y mentira tema a la verdad. No nos hace mal, pero la tememos porque es exigente, como también lo es el camino del amor. Pero el amor sin verdad no es amor, porque sólo en la verdad resplandece la caridad.
En principio, necesitamos ahondar en la verdad sobre el hombre, con el fin de no actuar en falso. Es necesario volver a plantearse las cuestiones esenciales de la vida: quién soy, de dónde vengo, adónde voy. Y no bastan las respuestas banales. Hay que recuperar al hombre, su naturaleza, su fin, el sentido de su libertad y del dolor, la educación en las virtudes, la religiosidad, la realidad de la muerte, el más allá...
El capítulo V de 'Caritas in veritate' ofrece muchas soluciones, pero en un escenario tal vez muy ajeno a la mentalidad contemporánea. Ese escenario es que, «sin Dios, el hombre no sabe dónde ir ni tampoco logra entender quién es». En la conclusión de la encíclica afirma, aun a costa de impopularidad, que «el humanismo que excluye a Dios es un humanismo inhumano».
Es precisa una valoración crítica de la situación actual, consecuencia del conocimiento del hombre completo, de la verdadera naturaleza de las relaciones interpersonales que facilitan ver la globalización en un clima de unión de toda la familia humana, clima imposible sin la consideración de la igual dignidad de todos por poseer la misma naturaleza y tener la misma pauta esencial de conducta: la ley natural.
En este contexto, la negación del derecho a profesar públicamente la propia religión y a trabajar para que estas convicciones inspiren la vida pública, tiene consecuencias negativas sobre el verdadero desarrollo, porque «salvarán este mundo nuestro permitid que lo recuerde, no los que pretenden narcotizar la vida del espíritu, reduciendo todo a cuestiones económicas o de bienestar material, sino los que tienen fe en Dios y en el destino eterno del hombre, y saben recibir la verdad de Cristo como luz orientadora para la acción y la conducta» (San Josemaría, discurso, 7-V-1974). Ni la exclusión de la religión ni el fundamentalismo religioso conducen al progreso de la humanidad.
Necesitamos creer en la razón y no sólo en la técnica empirista. Y establecer un fructífero diálogo con la fe. Tal vez por ahí podría ir la alianza de las civilizaciones, y la búsqueda de una cooperación para el desarrollo que no sea pura economía, sino ocasión para el encuentro cultural y humano.
Necesitamos creer en la subsidiaridad del Estado, llegando incluso como apunta el Papa a la subsidiaridad fiscal. Hemos de buscar un mejor acceso a la educación, entendiendo como tal la formación completa de la persona; estudiemos bien el fenómeno de las migraciones, la relación entre pobreza y desocupación, unas finanzas como instrumento encaminado a producir mejor riqueza y desarrollo, lo que es impensable sin ética, etc.
Lean despacio al Papa, aunque no sean creyentes y podrán comprobar la hondura de su aportación.