La afectividad sin razón es pasto de cualquier tipo de manoseo
Las Provincias
Supongo que nadie alberga la menor duda acerca del valor de la afectividad en la vida humana. Desde hace unos años, se habla más de inteligencia emocional, para aludir a ese importante aspecto de la existencia, integrado en la razón, en el ejercicio de pensar.
Sin embargo, algunos aprovechan la parte menos racional de la afectividad la emotividad, que en sí misma es muy buena, para utilizarla en beneficio de sus intereses. Las emociones pueden hacer más vulnerables a las personas si no son guiadas por la razón y se viven acríticamente. Son penosos los muchos ejemplos de esa manipulación de emociones y afectos. Pondré algunos.
Se dice que la Iglesia desea la cárcel para las mujeres que abortan, por su oposición a estas prácticas. Argumento emotivo que omite: el aborto es matar, no sólo la Iglesia se opone a la destrucción de vidas, nadie recuerda cuándo fue a la cárcel alguien que puso fin a la vida del hijo que venía, nunca la Iglesia pidió la prisión para ellas, los mismos que hablaron de la tragedia del aborto no explican ahora la conversión del drama en derecho.
Otro ejemplo: con cierta frecuencia, se altera lo más noble del corazón humano a causa del engaño sufrido sobre ciertas posibles curaciones fruto de la investigación con células embrionarias.
Eso sí que es jugar con los sentimientos porque, hasta la fecha, no se ha curado nadie como fruto de ese estudio, se oculta la muerte de seres humanos en el inicio de sus vidas y el ejercicio de la eugenesia: por ejemplo, se seleccionan varios óvulos fecundados, se desechan los portadores de la posible enfermedad hereditaria y se implantan los sanos, y aún algunos más serán desechados si prosperan varios.
Se crean expectativas tal vez engañosas. Podríamos hablar de tratamientos de infertilidad con el señuelo del derecho a un hijo, sin que los presuntos padres se enteren mucho del proceso seguido, y sin explicarles que nadie tiene derecho a la vida de otro.
Pero el tirón afectivo, al hacer diana en el buen sentimiento de las gentes, suele tener réditos económicos y electorales principalmente. Una frase lograda resulta de alta efectividad, aunque sea falaz, y de escasa o nula racionalidad. Así no se cuidan las emociones, se manipulan; no hay servicio a la sociedad, se sirven de ella. La afectividad sin razón es pasto de cualquier tipo de manoseo.
Podríamos continuar con los consabidos ataques de sexista a cualquier opinión discrepante de la "oficial", de homofóbico para el discordante con ciertas leyes, de contrario al progreso para quien busca el real avance del hombre y de la ciencia, en lugar de hacerlo con fábulas privadas de razón. No se educa la afectividad, se la utiliza.
Quizá sirvan unas ideas de Rodríguez Luño para recordar que mueven más y mejor el conocimiento de la verdad, el bien y la belleza, porque aportan razones al corazón sin separarlo de la inteligencia: es alicorta y engañosa la mente deslumbrada por la técnica, en detrimento de la función sapiencial con la que está dotado el ser humano para pensar desde la mirada más honda y más alta. La razón no está sólo para el descubrimiento de la técnica valioso, por cierto; es mucho más.
Añadiría algo estrechamente vinculado con lo anterior: la falta de sensibilidad hacia la verdad y hacia las cuestiones relativas al sentido del vivir, el arrastre hacia simples y engañosas emotividades, llevan consigo la deformación de la idea y de la experiencia de la libertad; de la propia libertad en primer lugar.
No puede extrañar que la consolidación social y legal de modos de vida congruentes con el desorden antropológico que supone lo que venimos tratando, se fundamenten siempre invocando la libertad, realidad ciertamente sacrosanta, pero a entender bien.
Se invoca la libertad como libertad de abortar, libertad de ignorar, libertad de hablar con palabras soeces, libertad de no deber dar razón de las propias posiciones, libertad de molestar y, principalmente, libertad de imponer una filosofía relativista, de obligatorio aplauso, como filosofía de la libertad. Quien le niega la ovación será sometido a un proceso de linchamiento social y cultural de difícil aguante.
Estas consideraciones pueden ayudar a captar en qué sentido Benedicto XVI ha hablado de "dictadura del relativismo". Pero le falta racionalidad y, como los hombres tenemos "la funesta manía de pensar", nos iremos sublevando contra esa tiranía, que trata a los humanos a modo de objetos. Animo a ese motín de la razón.