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Es un lema que figura en la bandera presidencial de la República Checa, pero antes había aparecido en la misma enseña de las diferentes etapas de la historia de Checoslovaquia. Leemos en ella en checo Pravda vitezi, transcripción del latín Veritas vincit, un lema que ha recorrido unos cuantos blasones de casas nobiliarias de generación.
Esta afirmación de que la verdad vence también está vinculada a la masonería, y logias ha habido que llevan esta denominación. En este sentido no es difícil llegar a la conclusión de que Thomas Masaryk, primer presidente y fundador de Checoslovaquia, tuvo algo que ver, dada su pertenencia a la masonería, con la adopción de este lema.
En 1918 Masaryk, hijo de padre checo y madre eslovaca, soñó con un país desvinculado del viejo Imperio austrohúngaro, encarnación para él del autoritarismo político y del catolicismo. La nueva república, que unía artificialmente a checos y eslovacos, parecía representar el triunfo de los ideales de la Revolución Francesa, entre ellos un laicismo militante, que daba por superada, en nombre del progreso, toda tradición cristiana.
Pero esto no fue suficiente para la historia checoslovaca: en 1948 entraba en escena la segunda gran revolución, la del comunismo, que prolongaría su vigencia durante cuarenta años, y con unos rasgos de férrea ortodoxia leninista y estalinista que en otros países de la región no se dieron tan acentuados.
Luego llegó la revolución de terciopelo, que derribó pacíficamente al sistema, y trajo a la política a un héroe de la libertad de conciencia, el escritor Vaclav Havel, el presidente que algunos calificarían de rey filósofo. Havel hizo suyo el lema presidencial acerca de la verdad, dándole, con su palabra y sus escritos, un sentido más pleno que el de las décadas anteriores.
Con su demostrada capacidad de análisis y observación, Benedicto XVI no podía dejar de llamar la atención sobre el lema presidencial en su visita a Praga. No sería ajeno a su discurso el que Vaclav Havel estuviera entre los oyentes de su discurso. Retirado de la política, el escritor intenta seguir siendo conciencia de su nación, aunque se quede tan en minoría como en sus tiempos de disidente cuatro décadas atrás.
Coincide Havel con el Papa en que no basta con ganar la libertad. El invierno moral que se abate sobre Chequia, y antes sobre la Checoslovaquia comunista, no es algo que afecte a una minoría católica. Afecta a toda una sociedad que se ha alejado de sus orígenes cristianos.
La estatua de San Wenceslao, que preside la plaza del mismo nombre en la capital checa, no es una simple referencia para la autoafirmación nacional. Es el enlace con las raíces de un pueblo. A esas raíces, que son las mismas de Europa, ha apelado el Papa en su visita a la República Checa. Esas raíces tienen mucha relación con la verdad, aunque algunos pretendan desvincular de ella la libertad humana.
Al final la verdad vence, no con la fuerza, sino gracias a la persuasión, al testimonio heroico de hombres y mujeres de sólidos principios, al diálogo sincero que sabe mirar más allá de los intereses personales, a la necesidad del bien común. Estas palabras de Benedicto XVI son un mandato imperativo para los cristianos de nuestro siglo, en particular para quienes viven en la Europa secularizada.
No deben dejarse llevar por el pesimismo de que vivimos en una época poscristiana, en la que están destinados a encerrarse en las catacumbas. Tienen que dar testimonio de la verdad, no de su verdad, porque la sociedad la está buscando siempre, aunque sólo sean unos pocos los que se esfuerzan en alcanzarla. Buscarla es la confirmación de que la nobleza no ha desaparecido del ser humano, aunque la hayan engañado en bastantes ocasiones en nombre de la verdad.
Ahora le dicen que la verdad no existe en nombre del relativismo moral, que además convierten en sinónimo de libertad. El resultado sólo puede llamarse cinismo y la extensión de la creencia de que los fines justifican los medios. De ahí que el Papa certeramente añada: ¿Qué cosa es más deshumana y destructiva que el cinismo que quisiera negar la grandeza de nuestra búsqueda de la verdad, y del relativismo que corroe los valores mismos que sostienen la construcción de un mundo unido y fraterno?.
Benedicto XVI ha recordado en su discurso en tierras eslavas el mensaje de su antecesor Juan Pablo II en la encíclica Fides et ratio: La libertad y la verdad van juntas, mano a mano, o juntas perecen miserablemente. No lo comprenden quienes se empeñan en asegurar que la libertad nos hará verdaderos, aunque hay que sospechar de ellos porque se han convertido en guardianes de lo que significan las palabras: sólo lo que ellos quieren que signifiquen.
¿No es esto una clase de cinismo, aunque los representantes del neolenguaje se atrevan incluso a afirmar que todo lo hacen por el bien del ser humano? Da la impresión de que han tomado por verdades absolutas lo que a cada paso no se cansan de repetir. Pero hay que desconfiar de supuestas libertades ganadas a costa de tergiversaciones y mentiras. Desconfiemos de los Maquiavelos afables.
El objetivo de vivir en libertad resulta insuficiente porque el ser humano aspira a algo más. Alguien nos puede insinuar que esas aspiraciones son una amenaza para la libertad. Son los que sólo creen en una libertad entregada a sí misma. Pero ese algo más existe. Sin ir más lejos, y lo ha recordado Benedicto XVI, está presente en la búsqueda de nuevos modelos en la vida pública y de solidaridad entre las naciones y los pueblos, sin los cuales el futuro de justicia, de paz y prosperidad, esperado por largo tiempo, quedaría sin respuesta.
Antonio R. Rubio Plo. Historiador y Analista de Relaciones Internacionales
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