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Como ya hice mención en la anterior colaboración, la existencia de la verdad es evidente incluso negándola. Pero la historia pone de manifiesto que con frecuencia se ha respondido con el escepticismo pasotismo lo llama el vulgo ahora, de un relativismo multiforme. Es una respuesta de no compromiso. Pirrón, en el s. III a.C. lo dice bien claro: el conocimiento de algo que por su naturaleza te da angustia debes rechazarlo de inmediato como algo malo. Si la verdad te angustia ¡evítala, mira a otro lado!
Con esto ya se ve que la búsqueda de la verdad se trata en definitiva de un tema moral, ético. La verdad hay que buscarla y abrazarla aunque comprometa o desagrade. Descartes no se dolerá en prendas para afirmar que el pensamiento de cada cual es la regla moral de actuación.
Las eternas preguntas sobre quién soy, de dónde vengo, adónde voy, para qué existo, por qué hay sufrimiento, por qué el inocente es afligido, etc., son cuestiones que nadie, ya sea filósofo o un sencillo y corriente hombre de la calle puede obviar.
De la respuesta que se dé a las mismas depende mucho su madurez como hombre. ¿Es posible alcanzar una verdad universal y absoluta? De por sí, toda verdad, incluso parcial, si es realmente verdad, se presenta como universal. Lo que es verdad, debe ser verdad para todos y siempre [1], pero además el hombre busca un absoluto que sea capaz de dar respuesta y sentido a toda su búsqueda. En suma, busca una explicación definitiva, un valor supremo, más allá del cual no haya ni pueda haber interrogantes o instancias posteriores.
Los sistemas filosóficos o escuelas de pensamiento lo han intentado a lo largo de los siglos sin conseguirlo. A lo más han alcanzado convicciones, experiencias, tradiciones familiares o culturales o itinerarios existenciales en los cuales se confía en la autoridad de un maestro. En cada una de estas manifestaciones lo que permanece es el deseo de alcanzar la certeza de la verdad y de su valor absoluto [2]. La triste realidad de las hipótesis es que por muy fascinantes que sean no satisfacen y llega el momento ineludible de encontrar una verdad reconocida como definitiva que dé una certeza no sometida ya a la duda [3]. Que la certeza, subjetiva siempre, se identifique con la verdad objetiva es la clave.
Decíamos en la última colaboración que sólo el hombre por ser persona es capaz de ponerse en el lugar del otro. Él es un absoluto-relativo capaz de comprender a otro absoluto-relativo como es otro hombre. Si bien es encomiable y meritorio el esfuerzo de la filosofía moderna al haber fijado su mirada en el hombre hay que decir también que la razón humana se ha llenado de interrogantes a los que no ha podido contestar y la angustia y la incertidumbre han hecho mella.
El ansia de sosiego, de no comprometerse, de evitar lo que complica la existencia, ha encaminado al hombre a la búsqueda y captura de una falsa paz construyendo complejos sistemas de pensamiento falsos basados en el utilitarismo. La Encíclica Fides et ratio desenmascara esta realidad cuando dice: los resultados positivos alcanzados no deben llevar a descuidar el hecho de que la razón misma, movida a indagar de forma unilateral sobre el hombre como sujeto, parece haber olvidado que éste está también llamado a orientarse hacia una verdad que lo transciende [4].
Así pues, ¿dónde está el nervio del relativismo actual? En la pérdida de la referencia trascendental de la persona. Así, queda a merced de criterios utilitaristas o pragmáticos basados en el dato experimental exclusivamente. De esta manera han emergido hoy mil formas de agnosticismo y de relativismo que hunden a la sociedad en un escepticismo generalizado.
Y, ¿cómo se manifiesta hoy el relativismo en nuestra sociedad? Evitando dar una respuesta a los problemas dejando en la duda a todos para que actúen según su criterio al que hacen bueno si te sientes bien con ello. Se acaba así con la capacidad de alcanzar la verdad y el compromiso que acompaña.
¿Comprometerse para siempre en cualquier asunto: entrega a Dios, a un hombre o mujer en el matrimonio? ¡Qué locura absurda! El egoísmo se hace tan connatural que nos pasa inadvertido. ¿Quién sabe qué es el egoísmo?, pregunta la profesora a las niñas. Una levanta la mano. Sabe la respuesta. Su contestación es: egoísta es aquella persona que no piensa en mí.
Al margen de esta anécdota, veamos un ejemplo de cómo llegar al relativismo actual que es esencialmente utilitarista. En primer lugar se afirma que no existe la verdad sino las verdades. Es patente, porque si necesitas viajar de una ciudad a otra y se puede ir en coche, en tren, en avión, en autobús, etc., cada individuo elegirá el medio de transporte que más le convenga por razones prácticas de tiempo, de dinero, etc.
No es posible afirmar que un medio y sólo uno sea el mejor si se prescinde de las circunstancias apuntadas. Por tanto, la verdad es relativa según cada pasajero, pues no es igual un viaje de negocios que uno de turismo, uno rápido por una emergencia que uno de descanso, tampoco es lo mismo el coste del avión que el del autobús, ni el tiempo invertido, etc. Quien defienda que su opción es la única verdadera y que las demás, por tanto, son erróneas, se equivoca: ése es el único de quien puede decirse con seguridad que está en el error.
De acuerdo. Se plantea un problema teórico que no tiene una única solución posible. Dadas varias opiniones, ¿cuál de ellas es la verdadera?; ¿quién tiene razón si se discute, por principio, sobre un tema opinable?; ¿por qué las razones de uno han de tener más peso que las de otro que piensa distinto? La única respuesta posible es que, mientras no se demuestre que alguien se equivoca porque da un dato falso, por ejemplo, todas las opiniones son igualmente válidas, si se tiene en cuenta que cada uno ve las cosas desde un punto de vista distinto al proponerse un fin diferente y para ello prefiere usar de unos medios y no otros para lograrlo. [5]
Ya vimos que no se puede identificar certeza con verdad pues se puede tener certeza de algo que luego resulta ser falso. Identificar verdad y certeza es un error grave pues la certeza, incluso la verdadera, es siempre subjetiva. Es decir, esa identificación supone que para buscar la verdad se ha admitido previamente un criterio subjetivo que sirve para discriminar las ideas y los juicios, y clasificarlos como verdaderos o falsos.
En el caso de Descartes el criterio deriva del deseo de seguridad; Kant, en cambio, parte de los intereses de la razón, el primero de los cuales, al que se subordinan los demás, es el interés moral (que por su misma naturaleza es de orden práctico, de ahí la primacía de la razón práctica sobre la teórica). [6]
Todo el desarrollo filosófico de estos últimos siglos han desembocado en la filosofía de la sospecha en la que so capa de verdad se esconden turbios intereses prácticos. De esta cuestión hablaremos en la siguiente colaboración. Aquí sólo dejarla enunciada.
En definitiva, el relativismo no se presenta a sí mismo como una postura racional relativa, sino como el representante único de la verdadera racionalidad, fundamento, por tanto, de la libertad, tanto individual como social, y de la convivencia pacífica. Sólo él es fuente de la verdadera tolerancia porque hace compatibles las libertades de todos los ciudadanos, sean cuales sean sus opiniones.
No es extraño, por eso, que se le considere como un valor el primero, del que dependen los demás, que debe ser defendido frente al dogmatismo, que no puede provenir más que de posturas irracionales, fanáticas y totalitarias. [7]
Pedro Beteta López. Doctor en Teología y Bioquímica
Notas al pie
[1] Fides et ratio, 27.
[2] Cfr. Ibídem.
[3] Cfr. Fides et ratio, 27.
[4] Fides et ratio, 5.
[5] Corazón, R, Conferencia en el Curso de Estudios de Baeza, 2009.
[6] Kant, I., Crítica de la razón pura, A 816 s, B 844 s.
[7] Corazón, R, Conferencia en el Curso de Estudios de Baeza, 2009.
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