Arvo.net
Antes de ordenar sus pensamientos, Nicodemo ordenó su mesa de redacción y le apareció en el fondo de un cajón un viejo número de la revista Time que guardó en su día y hoy es una reliquia de lo que fueron los años sesenta. Su portada, sonó a disparo: «¿Está muerto Dios?» ¿A qué venía esto? A que de vez en cuando, a lo largo de la historia, la gente se hace una reflexión que podría resumirse en esta pregunta provocadora: «¿Se le escapa a Dios el mundo de las manos?».
No faltan elementos para una respuesta pesimista. Hace dos mil años Jesucristo vino a predicar la buena noticia. ¿Qué hay de ella? Veamos los periódicos, la radio y la televisión: guerras, atentados, drogas, asesinatos, desastres. Las portadas de los diarios son un escaparate de malas noticias, pero ¿cómo evitarlo? En los coloquios suele preguntarse a los directores de periódicos por qué publican tantas malas noticias y responden encogiéndose de hombros: «¡Es lo que hay!».
Pero si esto es así, ¿qué hace Dios para controlar esta situación? Sólo sabemos que las penalidades humanas no le resultan indiferentes porque Jesús dijo: «Lo que hacéis con uno de éstos lo hacéis conmigo».
Le afectan las noticias, pero no hace como los políticos, que cuando presumen que va a salir publicada una información negativa tratan de pararla y si no lo consiguen llaman al día siguiente para quejarse. Algunas noticias afectan incluso a Dios de modo muy directo, como la mencionada portada de Time: «IsGod Dead?»
Ante ella, un Dios vengativo habría reaccionado diciendo: «¿Que si Dios ha muerto? ¡Ahora verá Time quién es el dead!» Pero Él no destruyó este monumento viviente del periodismo que es Time. Ni siquiera pidió una rectificación, aunque esto no debe extrañarnos: todo el mundo sabe que las rectificaciones no sirven para nada.
La impactante portada «Is God Dead?», tres letras escritas en rojo sobre fondo negro, apareció en un número de abril de 1966. Quiso llamar la atención sobre la crisis de los valores religiosos, aunque suscitó una gran polémica y muchos la consideraron blasfema. La revista recibió 3.430 cartas de los lectores y numerosas llamadas telefónicas.
Sea porque cambiaron las cosas o por la mala conciencia de aquella experiencia, Time publicó en diciembre de 1969 otra portada titulada: «Is God Coming Back to Life?». Alguien observó que, si Cristo resucitó al tercer día, Time tardó 44 meses en resucitar a Dios.
Durante ellos, ¿quién sino el hombre podía ocupar mientras tanto el reinado universal? Pero tampoco éste tuvo mejor suerte. Años más tarde, en noviembre de 1993, Time tituló una nueva portada: «Is Freud Dead?».
Tantas interrogaciones sobre la muerte provocaron el sarcasmo de un lector, que escribió al director esta breve carta: «Es terrible. Dios ha muerto, Freud ha muerto y yo mismo no me encuentro muy bien».
Pero volvamos a la cuestión inicial de si se le escapa a Dios el mundo de las manos, o al menos si hay una pérdida de influencia por su parte.
Hace muchos años el cardenal Joseph Ratzinger dijo algo profético sobre la Iglesia: «Se volverá pequeña, tendrá que empezar de nuevo; pero tras la prueba, una gran fuerza irradiará de una Iglesia interiorizada y más sencilla». En su libro de conversaciones con el hombre que presidió la Congregación para la Doctrina de la Fe antes de ser elegido papa con el nombre de Benedicto XVI, el periodista Peter Seewald le recordaba en el año 2000 aquella vieja profecía suya y le preguntaba si la Iglesia no debe aspirar a ser popular, mayoritaria. ¿No ha de ser un árbol cuyas numerosas ramas forman un techo para todas las personas? ¿Puede renunciar a la pretensión de ser una Iglesia popular y, en consecuencia, una Iglesia mayoritaria?
El principal asesor de Juan Pablo II reconocía el retroceso de la práctica cristiana en Europa y de allí la necesidad de una reevangelización en la que la Iglesia deberá aceptar pérdidas, pero habrá de seguir abierta, misionera, para enseñar a la sociedad valores que son el fundamento de su conciencia.
Al celebrar el año 2000 de la Redención, Juan Pablo II, casi sin fuerzas, empujó la Puerta Santa de San Pedro para que el mundo entrara de nuevo en la Iglesia aprovechando la amnistía general del Jubileo. Time no abrió la boca en esta ocasión, pero The Economist, que editó un número especial con los hechos más relevantes del último milenio, destacando los grandes personajes en sus diversas secciones, política, arte, ciencia, etc., en la sección de Obituario colocó un solo nombre: «God». ¡Otra vez la muerte del inmortal diagnosticada por los mortales!
Sin embargo, Dios sigue presente en el mundo, en los libros, en los debates, en todas las manifestaciones del ser humano. La Naturaleza le rinde culto sin darse cuenta, canta su gloria simplemente existiendo. Y las mujeres y los hombres de hoy ni cuando se lo proponen logran rehuir su presencia.
La Vanguardia pregunta invariablemente a sus entrevistados de la última página: «¿Cree en Dios?», a lo que responden: «Sí», «no», «soy agnóstico», «soy ateo», «creo, pero no practico»..., como si sus opiniones fueran puntos de una conferencia que no pueden olvidar el centro. Los que parecen más alejados son los jóvenes, aquellos que han conocido a Dios a través de la madre que les enseñó a santiguarse o de la abuela que manejaba un rosario entre los dedos. Ellos se han alejado, pero no renuncian a encontrarse con la religión algún día, incluso con emoción, como sucede con un recuerdo de familia, que se mete en un armario y al cabo del tiempo se redescubre con gozo, mientras uno se pregunta: «¿Cómo podía haberlo olvidado?».
Malcolm Muggeridge abrió este armario a los ochenta años. El brillante periodista de The Guardian y el The Daily Telegraph encontró en la conversión la paz que buscó infructuosamente en París, Washington, Moscú y la India. Escribió: «Tuve la sensación de regreso al hogar, de recoger los hilos de una vida perdida, de responder al sonido de una campana que nos llamaba desde hacía mucho tiempo, de ocupar al fin en la mesa el asiento tanto tiempo vacío».
También anotó en su libro Conversión: «Puedo decir con verdad que yo nunca, ni en mis tiempos de mayor entrega a la sensualidad y al egoísmo, dudé seriamente de que nuestra existencia aquí está relacionada de manera misteriosa con otra existencia más amplia y duradera en otro lugar, que de un modo u otro pertenecemos a una escena más amplia que la que nos ofrece nuestra vida terrenal y a un espacio de tiempo mucho mayor que el que se nos ha concedido aquí abajo».
El mismo periodista une estas palabras a las que escribió John Donne, que fue deán de la catedral de San Pablo de Londres, como despedida de este mundo: «One short sleep past, we wake eternally, and Death shall be no more, Death thou shalt die» («Pasado un corto sueño, despertaremos eternamente y ya no habrá muerte; muerte, tú morirás»).
Si Muggeridge asumía estas convicciones, ¿por qué tardó tanto en dar el paso a una vida de acuerdo con ellas? Explicaba: «Una de las razones de que haya dudado tanto antes de hacerme católico fue mi desacuerdo con algunos elementos humanos de la Iglesia. Pero Teresa de Calcuta me escribió: "El amor personal que Cristo tiene por usted es infinito; las pequeñas dificultades que encuentra en el seno de la Iglesia son finitas"».
Las conversiones esporádicas no contrarrestan del todo la premonición de que la religión vive un fin de época, aunque esta sensación no es exclusiva de la gente del nuevo milenio. George Chevrot observa: «Ya en tiempos de san Agustín los enemigos de la Iglesia afirmaban que va a morir y que los cristianos ya han terminado. A lo cual el obispo de Hipona replicaba: "Sin embargo, yo los veo morir cada día y la Iglesia permanece siempre en pie, anunciando el poder de Dios a sucesivas generaciones"».
«De aquí a veinte años decía Voltaire ya habrá fenecido la Iglesia católica». Y veinte años después moría Voltaire y la Iglesia católica seguía viviendo.
Montalembert, dándose cuenta, concluía una sesión del Parlamento de 1845 diciendo: «La Iglesia católica tiene la victoria y la venganza aseguradas contra aquellos que la calumnian, la encadenan y la traicionan: su venganza es pedir por ellos y su victoria, sobrevivirlos». Fue Friedrich Nietzsche, quien en el siglo XIX se atrevió a soñar en un mundo en el que Dios fuera sustituido por el hombre, un superhombre, y extendió certificado de defunción al autor de la vida con su célebre expresión «Dios ha muerto».
Pero ¿cómo queda entonces el hombre, heredero universal de sus bienes? Sartre, desde su existencialismo ateo, lo ve como extranjero en un mundo sin sentido, un ser angustiado que va a morir y no tiene donde agarrarse, un ser «condenado a ser libre» ¡vaya paradoja! porque no habiéndose creado a sí mismo, una vez arrojado al mundo, es responsable de todo lo que hace.
Por fortuna para el hombre, la angustia sartriana tiene una respuesta: Dios no ha muerto. El mensaje cristiano sigue siendo tan actual y perenne que The Wall Street Journal cada día 23 de diciembre, celebra la proximidad de la Navidad publicando un editorial titulado «In Hoc Anno Domini». Bajo esta frase latina, el célebre periódico desarrolla el mensaje de Cristo partiendo de la experiencia de san Pablo en su camino a Damasco.
Cada año publica el mismo editorial, y con las mismas palabras, que apareció por primera vez en 1949. Es un caso único. Con ello el diario desea resaltar que siempre considerará un hito histórico la fundación y extensión del cristianismo en el Imperio romano primero y en todo el mundo desde entonces. Pudiendo cambiar de palabras para decir lo mismo, con esta originalidad de reproducir anualmente lo ya publicado, desea resaltar la permanencia del acontecimiento que es objeto de su comentario.?
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Antonio Orozco-Delcós, Arvo.net
Antoni Coll ha sido más de veinticinco años director de periódico. En su interesante libro «Dios y los periódicos» (Ed. Planeta, 2006), dedica un capítulo a tres famosas portadas de la revista TIME.
A lo largo de toda su obra, el autor se sirve de un personaje único-, Nicodemo, de profesión redactor de cierre, que reflexiona sobre las noticias que publican los periódicos. De modo desenfadado, ágil e incluso humorístico, Dios y los periódicos con prólogo de P.J. Ramírez pone de relieve los valores y contradicciones del pensamiento moderno en la búsqueda del Dios desconocido.
El breve capítulo que reproducimos puede resultar tan estimulante para muchos como de saludable efecto descorazonador para quienes en vano recuerdan de algún modo a Sísifo intentan destruir a la Iglesia. Lo dijo Jesucristo a Pedro: «los poderes del infierno no prevalecerán contra ella» (Mt 16, 18). Es palabra más que humana, no contiene arrogancia: es logos divino.
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