Hace falta reconstruir el sentido de la autoridad en padres y profesores
ReligionConfidencial.com
Una sociedad inmersa en el todo vale no puede esperar de reformas legales la solución de sus problemas, especialmente si afectan a los jóvenes. Mucha alarma han provocado recientes sucesos luctuosos, que confirman un crecimiento de la violencia entre los menores, con una reducción de la edad en que se produce. Automáticamente se ha planteado la necesidad de una nueva ley penal del menor.
En medio de esa convulsión, casi nadie se atreve a oponerse a esa reforma, como sucedió en su día con la ley sobre la violencia de género de 2004, sobre la que hace pocos días seguía pronunciándose aún el Tribunal Constitucional. También a favor de la ley, pero con votos particulares, porque suscita dudas más que fundadas.
En cualquier caso, a pesar de la norma, de la creación de tribunales especiales y de intensas campañas públicas, no acaba de frenarse de veras esa lacra social, que enlaza con los viejos crímenes pasionales del mundo latino. Ojalá lo hubiera logrado, pero no ha sido así.
En el caso de la violencia juvenil, la situación es muy comprometida, porque casi todo depende hoy más negativa que positivamente de la fragilidad de la familia y del sistema educativo. La agresividad deriva en gran medida, aunque cueste reconocerlo, de la cultura permisiva que se ha impuesto en muchos hogares y escuelas.
Ante el supuesto riesgo de dañar la psique del niño con exigencias represivas, su voluntad acaba siendo omnímoda y vacía: tirana, como describió hace tantos años Miguel Delibes. No se le puede llevar la contraria, menos aún cuando está en grupo, donde operan desde antiguo fenómenos de mimetismo y autoemulación: basta pensar en aquel robo en huerto ajeno evocado en las Confesiones de san Agustín.
El Dr. Benjamin Spock publicó en 1946 el libro sobre pediatría más difundido en el siglo XX. Su insistencia en el cariño en vez de la disciplina influyó en la actitud permisiva de los padres desde los años sesenta. Pero el propio Spock matizó mucho sus tesis, insistiendo en la necesidad de inculcar criterios y normas de conducta a los hijos.
Desde luego, muchos psiquiatras afirman hoy que el permisivismo produce más lesiones psicológicas que el autoritarismo. No se trata obviamente de magnificar el castigo. Pero sí de enseñar al niño siempre con la mayor comprensión y afecto posibles la diferencia entre el bien y el mal, con el consiguiente premio o sanción.
Aquellos tristes sucesos de Córdoba y Huelva suscitaron alarma social también por sus manifestaciones sexuales, no exentas de morbo. Pero, después de años de campañas oficiales, se ha banalizado la sexualidad, sin lograr de veras una educación de la afectividad que, en el fondo, exige un clima de intimidad responsable. Porque no es un juego, como en la dura película de Bertrand Tavernier, L'Appât, Oso de Oro 1995, sino algo decisivo.
Muchos aprendimos de Álvaro DOrs la clásica diferencia entre auctoritas y potestas. Poco se conseguirá en este campo desde el poder, aunque sea democrático. Hace falta, en cambio, reconstruir el sentido de la autoridad en padres y profesores: llena de razonamientos y convicciones, pero también de exigencias concretas no es coacción, en el esfuerzo intelectual y en las conductas prácticas diarias.