Muchos no otorgan igual dignidad a las distintas ocupaciones humanas
Las Provincias
Actualmente, es aún más visible el don de Dios que supone el trabajo, pero no podemos contentarnos con no estar parados ya es mucho, sino que podemos ahondar en su profunda valía.
El fundador del Opus Dei escribió en Surco: «Ante Dios, ninguna ocupación es por sí misma grande ni pequeña. Todo adquiere el valor del Amor con que se realiza». Entre los centenares de referencias al trabajo que aparecen en sus obras, es la más breve que he encontrado referente a la categoría de todo trabajo.
He releído un estudio que la profesora italiana María Pía Chirinos publicó en 2007. Se trata de un análisis filosófico sobre el trabajo, en el que partiendo de otro texto de San Josemaría, trata de explicar la unidad entre trabajo, virtud y contemplación.
Para acometer su propósito, realiza una «paseo» desde Aristóteles a nuestros días, en el que muestra la desigual apreciación de las diversas tareas humanas en tiempos y culturas muy diferentes. Y viene a concluir que prácticamente nadie ha valorado con la misma dignidad las diversas ocupaciones de los hombres.
Respecto a su propósito, no excluye que la teología espiritual católica con harta frecuencia ha separado, cuando no opuesto, vida activa y vida contemplativa, quizá basándose en las palabras que Jesús dirige a Marta reprochándole su afanarse en muchas tareas, mientras que su hermana ha elegido la mejor parte: conversar con Jesús. Es evidente que la mejor parte no es el todo. Por ello, en lugar de contraponer a María (contemplativa) con Marta (activa), se trataría de integrar las dos partes.
Con lo dicho, quiero transmitir que no hay desigual dignidad ni por el binomio acción-contemplación, ni por el tipo de trabajo realizado. Me detengo en este punto. Muchos también ahora no otorgan igual dignidad a las distintas ocupaciones humanas, fundamentalmente porque se atiende al fruto del trabajo y se valora mejor a los que han brillado más en cada momento de la historia.
Ya Aristóteles separa artes liberales de artes serviles y, de un modo u otro, lo que podríamos llamar tradición aristotélica da prioridad a los trabajos intelectuales. Actualmente ya no es la filosofía, sino la ciencia experimental lo que deslumbra, aunque se sigue prefiriendo el ocio sobre el negocio (nec otio no ocio).
A este respecto, buena parte del pensamiento no ha apreciado suficientemente el cuerpo y sus necesidades básicas, especialmente en momentos de enfermedad, infancia o vejez. Si se valora el trabajo por el producto, se termina inevitablemente en el economicismo. Ahí confluye la ética calvinista del éxito con la tesis marxista que considera el trabajo como una actividad alienante.
Chirinos ve una salida en la comprensión de cualquier trabajo como cauce de bienes internos para quien lo ejerce, entendidos como bienes sociales. Somos dependientes y frágiles, dos realidades que se centran en lo más propiamente humano: la dependencia corporal y el cuidado de lo cotidiano.
Esta antropología que refleja al hombre de carne y hueso, al ser humano real y concreto, que enferma, que sufre, que se equivoca y rectifica, es menos aceptada en sociedades muy desarrolladas, en las que se exalta la técnica, el progreso y el bienestar, mientras surgen grandes dificultades para enfrentar el sufrimiento y la muerte. A más recursos materiales, se oponen menos recursos filosóficos, éticos o religiosos para aceptar nuestra condición vulnerable y dependiente. Seguiremos.