La ideología del egoísmo y la discriminación tiene muy poco de realista
Gaceta de los Negocios
La crisis económica ha sido el detonante de un proceso que, desde hace años, venía cuestionando los modelos de empresa. La bibliografía sobre gestión empresarial es oceánica; y, sin embargo, rara vez se ha tocado en ella el núcleo de la cuestión. Su enfoque inspirado en la filosofía pragmatista y positivista se ha centrado en el funcionalismo organizativo y en la maximización de beneficios. Incluso la creciente atención a los recursos humanos (denominación significativa) seguía apuntando al logro de mayores rendimientos por parte de trabajadores y empleados.
Parecen incluso apagados hoy los entusiasmos que hace dos o tres décadas despertó una orientación de la gestión empresarial, aparentemente nueva, que tendía a destacar los aspectos cualitativos, la flexibilidad funcional y la importancia de los valores. Más recientemente, se ha comprobado que ese giro hacia la excelencia era más cosmético que real. Lo cual se ha confirmado, tristemente, al comprobar que empresas supuestamente evolucionadas escondían tras su brillante apariencia serios fallos de dirección y situaciones moralmente inaceptables.
La reciente encíclica de Benedicto XVI ha aplicado al campo empresarial su manera de pensar el mundo económico desde la perspectiva de la lógica del don. Todas las organizaciones humanas, también las orientadas preferentemente hacia la productividad y el beneficio, han de tener en cuenta la necesidad de contar con la gratuidad como un factor imprescindible. Porque las decisivas aportaciones humanas que se producen en las empresas no se pueden reducir a su cuantificación en términos financieros. Si se margina la gratuidad, es claro indicio de que se está prescindiendo de la centralidad de la persona en la organización. Y de esta deshumanización, a la larga, nada socialmente positivo puede surgir.
Muy preciso, duro incluso, es el documento pontificio en lo que se refiere a la ética empresarial. No basta con cualquier ética, sino que se precisa una ética amiga de la persona y de la familia, en la que viven las mujeres y los hombres. La visión distorsionada del ser humano, que se encuentra latente en no pocas concepciones empresariales, conduce a sistemas morales de referencia contraproducentes. Es necesario que la ética se fundamente en la dignidad inviolable de la persona y en la ley natural, lejos de todo consecuencialismo y relativismo. Una ética económica que prescinda de estos dos pilares correría el peligro de perder inevitablemente su propio significado y prestarse así a ser instrumentalizada. De nada sirve el recurso a la palabra, si la ética se utiliza de hecho como recurso para cohonestar sistemas económico-financieros existentes y que permiten, e incluso fomentan, situaciones notoriamente injustas.
La consideración exclusiva del papel del beneficio no es suficiente para clasificar los distintos modelos de empresa, como si la presencia o ausencia del ánimo de lucro fuera el factor clave. Tampoco quedan definidas las organizaciones por su carácter público o privado. Hay un campo crecientemente diversificado de organizaciones que, sin excluir el beneficio económico, lo ponen al servicio del mejoramiento social y humano con un enfoque económico global, que mira especialmente a los países excluidos o marginados. No hay que prestar tanta importancia a su configuración jurídica, sino valorar sobre todo sus objetivos de humanización del mercado y de la sociedad. Según advierte la encíclica, la misma pluralidad de las formas institucionales de empresa es lo que promueve un mercado más cívico y al mismo tiempo más competitivo.
Hay quienes se escandalizan con sólo oír hablar de responsabilidad social de la empresa, por considerarlo poco realista. Es posible que también tachen de irreales estos planteamientos del Romano Pontífice. Quizá prefieran la realidad más inmediata, tan notoria en España: el cierre de empresas y el aumento del paro. En la medida en que se perpetúen de manera inmovilista los modelos dominantes de empresa, la tendencia económica destructiva se mantendrá e irá a peor. La ideología del egoísmo y la discriminación tiene muy poco de realista.
Alejandro Llano es catedrático de Metafísica