Ante la crisis de la civilización global, no bastan propuestas coyunturales
Gaceta de los Negocios
De la gran lección de Benedicto XVI en Ratisbona, en septiembre de 2006, algunos se han quedado con la anécdota del Islam. Pero el centro fue el diálogo de fe y razón, gran camino para evitar violencias irracionales.
En su última encíclica da un paso más, al situar al pensamiento en el eje de los problemas que atenazan al mundo actual. Éste necesita una profunda renovación cultural y el redescubrimiento de valores de fondo.
Juan Pablo II reiteró unas palabras decisivas, que se me grabaron en la Facultad de Derecho de la Complutense el 3 de noviembre de 1982: "Una fe que no se hace cultura es una fe no plenamente acogida, no totalmente pensada, no fielmente vivida".
En cierta medida, Benedicto XVI avanza en Caritas in veritate: La razón necesita siempre ser purificada por la fe, y esto vale también para la razón política, que no debe creerse omnipotente. A su vez, la religión tiene siempre necesidad de ser purificada por la razón para mostrar su auténtico rostro humano. La ruptura de este diálogo comporta un coste muy gravoso para el desarrollo de la humanidad.
De ahí la necesidad de esas nuevas síntesis entre fe y razón, entre religión y técnica, porque el conocimiento, enriquecido con la aportación de la fe, proporciona a un pueblo la capacidad de saber mirar al futuro con esperanza, superando la visión puramente materialista de la existencia y de la historia.
Como señalaba Alejandro Llano, la Encíclica es postideológica y, en el buen sentido de la palabra, postmoderna. Ante la crisis de la civilización global, no bastan propuestas coyunturales, como la reforma de la ONU o las burocracias internaciones. Urge el ejercicio de la razón para repensar desde Cristo y la cultura el sentido del ser humano y su gobierno.