Imaginaba al intelectual despegado del terreno o más defensor de la Fe que experto en humanidad
Levante-Emv
Conocí al cardenal Ratzinger finalizando 2002. Le escuché una excelente conferencia y participé en un almuerzo con él. Le fui presentado antes, y sostuvimos una breve pero encantadora conversación.
Me impresionó en la conferencia: sin perder tono académico, traslucía algo muy sacerdotal, y también ternura. Yo no tenía la imagen de inquisidor que algunos quisieron atribuirle; pero me sorprendió, tal vez porque imaginaba al intelectual despegado del terreno o más defensor de la Fe que experto en humanidad.
Era tan distinto, que volví relatando eso: había conocido alguien muy sacerdotal, un alemán tierno. Quizá hay muchos alemanes así, pero el estereotipo español de ellos parece otro.
La imagen de inquisidor se volatilizó, en cuanto se oyó su voz dulce y amable, se advirtió esa presencia sencilla que tuve oportunidad de gozar. Sin embargo, algunos se empeñan en buscar no tres pies al gato, sino cinco, para desprestigiar al Papa y al papado.
Se vuelve sobre él con asuntos como el levantamiento de la excomunión a los obispos de Lefebvre en fatal coincidencia con uno que desprecia el holocausto; su famoso discurso en la Universidad de Ratisbona y, luego, el asunto del preservativo en África. No se pierden una oportunidad.
Si es preciso, la inventan. Incluso el embajador de Bélgica ante la Santa Sede comunicó al Arzobispo secretario para las Relaciones con los Estados una resolución del parlamento belga pidiendo al gobierno que «condene las declaraciones inaceptables del Papa con motivo de su viaje a África y que eleve una protesta oficial ante la Santa Sede».
Se ponen al frente de la manifestación para ser más progres y modernos. Luego, aquí ocurre lo mismo: un claro intento de intimidación al Papa para disuadirle de expresarse en temas cuya relevancia moral es obvia.
Habría que comprobar la real preocupación por África, el pueblo judío o la excomunión, de los políticos y comunicadores que han echado su cuarto a espadas en ésos u otros temas semejantes. ¿Saben que la Iglesia católica atiende al veintiséis por ciento de los enfermos de sida en el mundo?
Por ser su fin primordial la salvación del hombre, le importa el hombre entero, lo que incluye el servicio de la caridad para esos enfermos y para tantos desvalidos del mundo. Y no vengan con la cantilena de las riquezas de la Iglesia, tesoro cultural y de fe, improductivo económicamente; más aún, es costoso mantenerlo.
Pero lo políticamente correcto impone ser amigo del preservativo, sin detenerse en la valentía santa y cariñosa del Papa para ofertar la verdad, para navegar contracorriente, frente a la cobardía moral de los que siempre se encuentran junto al sol que más calienta, y no al lado del hombre. ¿Conocen la correlación de que a mayor proporción de católicos es mucho menor la incidencia de la enfermedad en África?
El proyecto más noble puede ser objeto de burla fácil. Eso no necesita inteligencia. Tales de Mileto advertía de que lo más difícil es conocerse a sí mismo, y lo más fácil, hablar mal de los demás.
Nadie intimidará al Papa que tiene el señorío de la libertad del corazón, goza del cariño, las oraciones y el apoyo de millones de fieles, también el de muchos que no viven todo lo que la Iglesia enseña, pero continúan sabiendo dónde está el asidero seguro. Y Cristo, que le hace roca imbatible.