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La variedad de temas que aborda la tercera encíclica de Benedicto XVI dará lugar a infinidad de artículos, análisis y estudios más elaborados. Es, después de todo, una guía no sólo para los cristianos sino también para cualquier persona recta y honrada, que necesite criterios claros para navegar por los agitados mares de la globalización, y más en estos tiempos de crisis económica.
A algunos no le ha gustado el documento pontificio y hasta se han puesto a elucubrar que es lo que ha podido escribir o no realmente el Papa. ¿Cuáles serán las palabras del Papa Ratzinger o cuáles hay que atribuir a algún que otro Consejo pontificio?
En el fondo no les ha agradado la descalificación de la globalización entendida como un determinismo absoluto o que el Pontífice llegue a abogar por una especie de autoridad política universal. Otros, en cambio, se han quedado con la crítica al capitalismo salvaje, aunque no han debido leer muchos párrafos del documento porque la palabra capitalismo no se menciona ninguna vez.
Al ser una encíclica que quiere tener una continuidad con la Populorum progressio, hemos preferido detenernos en algunas referencias que la Veritas in caritate hace en torno al desarrollo y a la paz, pues es bien conocida aquella cita del documento de Pablo VI, prácticamente convertida en eslogan, y que afirma que el desarrollo es el nuevo nombre de la paz.
Benedicto XVI señala que El desarrollo de los pueblos es considerado con frecuencia como un problema de ingeniería financiera, de apertura de mercados, de bajadas de impuestos, de inversiones productivas, de reformas institucionales, en definitiva como una cuestión exclusivamente técnica. No critica el Pontífice la eficacia de estas iniciativas sino su consideración como un producto de fuerzas automáticas e impersonales.
Es una crítica de la deshumanización, aplicable a muchos aspectos de la vida. La búsqueda del propio interés, como si de una ley científica se tratara, no es un criterio para la convivencia humana. No se puede concebir la sociedad como un agregado de individuos que tienen sus necesidades satisfechas, que sólo se valen por sí mismos y no necesitan a los demás, y a lo mejor nos dicen que si los necesitaran, estarían atentando contra su propia libertad, contra su capacidad de autorrealizarse.
Esta imagen del hombre seguro de sí y dominador, habría encajado muy bien en la idea que todos tenemos del liberalismo individualista, sobre todo en su versión del burgués del siglo XIX. Lo que algunos no habían previsto es que mucho tiempo después, en nuestra era de los derechos elevados a la categoría de Absoluto, el socialismo posmoderno asumiría similares planteamientos.
Dejando de lado los clichés colectivistas, ese socialismo apostaría por el individualismo burgués, sobre todo en la práctica aunque siguiera cultivando una retórica compasiva. La deshumanización va acompañada del culto frío a la técnica, algo que comparte la burguesía liberal o la socialista. De ahí que sus proyectos políticos, aplicados al desarrollo, estén cortados por el mismo patrón: creen, más allá de lo meramente racional, en que la técnica es la medicina que lo cura todo, algo que hace de los seres humanos unos hombres o mujeres nuevos.
Se puede ser eficaz desde el punto de vista técnico, pero no necesariamente bueno. Y si la palabra bueno puede chocar a alguien, habrá que concluir que no debe tener muy claro lo que es el bien y el mal, aunque presuma de haber superado estas distinciones morales en nombre del conocimiento científico.
El protagonista de todo es el ser humano, también del desarrollo. Hay un desarrollo humano, al igual que existe una ecología humana, pues la naturaleza no es una fuerza ciega, una deidad mecánica y determinista. El Papa lo dice de un modo inequívoco: El desarrollo es imposible sin hombres rectos, sin operadores económicos y agentes económicos que sientan fuertemente en su conciencia la llamada al bien común. El auténtico desarrollo no es la búsqueda de un camino que lleve de una economía de subsistencia a una economía de alto consumo.
No es una terapia de choque que se lleva por delante la cultura y las tradiciones de los pueblos en desarrollo, y los envuelve en un tipo de sociedades cortadas por el mismo patrón. Sería confundir un medio con un fin. Sería caer, por ejemplo, en el simplismo de que las nuevas tecnologías están reñidas con las inquietudes espirituales de los hombres.
Si a pesar del desarrollo técnico, persisten en algunos lugares lo que Benedicto XVI llama incomprensiones, malestar e injusticia, habrá que pensar que la ética no ha estado presente en ese proceso. No se ha buscado el bien común sino sólo el poder y la riqueza de unos pocos. El balance ha llevado a situaciones de injusticia, y no deberíamos olvidar que, según Isaías, la paz es obra de la justicia.
Reflexiona además Benedicto XVI sobre la construcción de la paz, y no niega que ésta necesita una red constante de contactos diplomáticos, intercambios económicos y tecnológicos, encuentros culturales, acuerdos en proyectos comunes, ( ) compromisos compartidos para que se adopten compromisos compartidos para alejar las amenazas de tipo bélico o cortar de raíz las continuas tentaciones terroristas.
Pero a continuación añade: es preciso escuchar la voz de las poblaciones interesadas y tener en cuenta su situación para interpretar de manera adecuada sus expectativas. Todo proyecto de paz que no tenga en cuenta los intereses de las poblaciones afectadas está condenado a fracasar. Hay muchos proyectos de democratización, de estabilización posconflicto o de cualquier otra forma de intervención de la comunidad internacional, que están estancados durante años, que se mantienen por inercia, aunque todo el mundo sabe que si las organizaciones extranjeras se retiraran del país en cuestión, se volvería a la situación anterior.
No se retiran aunque tampoco se avanza hacia la consecución de una auténtica paz. ¡Cuántos ejemplos de think tanks, consejeros de políticos, que se equivocan en sus pronósticos porque en ellos sólo aparece la tabula rasa de un supuesto progreso y se desdeñan los factores históricos y culturales.
La reflexión de Benedicto XVI es mucho más sencilla porque parte del sentido común. Pretende dar un sentido plenamente humano al desarrollo y la paz.
Antonio R. Rubio Plo. Historiador y Analista de Relaciones InternacionalesIntroducción a la serie sobre “Perdón, la reconciliación y la Justicia Restaurativa” |
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