Propone principios de reflexión, extrae criterios de juicio, da orientaciones para la acción
ReligionConfidencial.com
La nueva encíclica de Benedicto XVI confirma una tradición: la doctrina social de la Iglesia se ha ido construyendo poco a poco a lo largo de la historia en función de acontecimientos y del conjunto de la evolución social. Refleja el juego de naturaleza y libertad, de ley y conciencia, que interviene en los comportamientos humanos.
Al comienzo fue prioritaria la asistencia a los pobres y a las viudas y, tras la fallida vida comunitaria de los primeros cristianos, san Pablo tuvo que impulsar las colectas a favor de los fieles de Jerusalén. Así hasta los retos que la globalización plantea ahora a creyentes y personas de buena voluntad.
Pero no es misión de la Jerarquía dar soluciones, sino orientar a los fieles. Con expresión lacónica, suele decirse que la doctrina social de la Iglesia propone principios de reflexión, extrae criterios de juicio, da orientaciones para la acción.
Tiene por eso mucha lógica que buena parte de los documentos pontificios sociales del siglo XX se fueran promulgando en aniversarios de la gran encíclica Rerum Novarum de León XIII, del 15 de mayo de 1891.
Cuarenta años después, como indica su nombre, Pío XI publicaba la Quadragesimo anno. No fue en efemérides redonda, pero también un 15 de mayo, de 1961, Juan XXIII sancionaba la Mater et Magistra. Pablo VI le dedicó en 1971 la Octogesima adveniens.
Juan Pablo II tan amante de jugar con los tiempos, cara a la eternidad, desde la radicalidad de su fe en la Encarnación del Verbo en la historia repitió el esquema, especialmente con la Centesimus annus de 1991, aunque en 1981 había publicado Laborem exercens, y en 1981 Sollicitudo rei socialis.
El nuevo documento enlaza con otra tradición: la preocupación por la paz en un mundo en que las relaciones humanas son cada vez más densas. Juan XXIII supo universalizar esas ansias de convivencia en su famosa Pacem in terris que, en 1963, antes del Concilio Vaticano II, fue como una recepción formal católica de los derechos humanos modernos: sólo desde el profundo respeto de la dignidad humana era concebible la paz, fruto de la justicia, que había sido lema de Pío XII.
En esa línea globalizadora, Pablo VI dio un paso adelante en 1967, con la Populorum progressio, y su famosa síntesis del desarrollo como nuevo nombre de la paz. Por así decir, el sucesor de Juan XXIII culminaba el proceso de globalización de la cuestión social.
Cumplidos ampliamente los cuarenta años de esa encíclica, Benedicto XVI ha querido rendirle homenaje, a la vez que analizaba desde la antropología cristiana los nuevos problemas que sufre hoy la humanidad. No es tarea fácil, si se tiene en cuenta las breves pero profundas páginas que el Papa dedicó ya al tema en Deus caritas est.
También porque un año antes, en 2004, fue presentado el importante Compendio de la doctrina social de la Iglesia, elaborado por el Consejo Pontificio Iustitia et Pax. Pero me parecen decisivas las reflexiones del Papa, tras la caducidad del sueño marxista, sobre la pretensión prometeica. Fracasado el materialismo dialéctico, asistimos quizá a la necesidad de una profunda revisión cultural, antropológica y ética del materialismo práctico. Caritas in veritate aporta muy valiosas sugerencias.