El liberalismo se fundamenta en la renuncia a imponer la verdad por la fuerza
Gaceta de los Negocios
Uno de los falsos tópicos del laicismo militante sostiene que el cristianismo es incompatible con el liberalismo político, que un cristiano y, más aún, un católico, no puede ser un buen ciudadano en una democracia liberal. La verdad es que, por el contrario, el liberalismo político, aunque no es la única posición posible para un cristiano, es más bien un fruto del cristianismo, que sólo ha germinado en países impregnados de influencia y valores cristianos.
Entre los más grandes pensadores liberales del siglo pasado se encuentra Isaiah Berlin. Su liberalismo se asienta, además de sobre su distinción, procedente de Constant, entre libertad positiva y negativa, en el pluralismo objetivo y en el antiperfeccionismo. Berlin no cree en la existencia de un único principio dominante, y sostiene que no todos los bienes y virtudes son compatibles entre sí.
Sin embargo, según él, los valores humanos, aunque inconmensurables e incompatibles entre sí, poseen algún carácter humano general y común. En esto reside su pluralismo objetivo, que se distingue y opone a todas las formas de relativismo. Berlin es pluralista, pero no relativista. Existen, para él, valores universales. No obstante, considera que su posición es antiperfeccionista, pues no existe un único camino hacia el bien y la verdad, y además bienes y virtudes son incompatibles entre sí.
Berlin considera además que su pluralismo objetivo es incompatible con la creencia en una religión revelada y, por lo tanto, con el cristianismo, ya que todas son necesariamente expresión de un monismo. Ilustraba el gran liberal esa oposición entre monismo y pluralismo con la tipología que distinguía entre zorros y erizos. Éstos, los erizos, interpretan todo a la luz de un sistema omniabarcador, se representan las cosas en función de si encajan o no en la pauta única en la que creen con pasión. Los zorros, por el contrario, carecen de ese sistema omniabarcador.
La conclusión es que el liberalismo sería cosa de zorros, y vedada a los erizos. Quizá Berlin fuera un gran zorro que admiraba a los erizos. Pero lo cierto, si no me equivoco, es que puede haber zorros intransigentes y totalitarios, y erizos liberales. Berlin pensaba que quienes creen en la posibilidad de un mundo perfecto, pueden acabar pensando que ningún sacrificio es excesivo para lograr tan elevado fin.
En sus conversaciones con Ramin Jahanbegloo, afirma: No hay precio demasiado alto para la perfección. Si para crear la sociedad ideal hay que derramar sangre, piensan, derramémosla, no importa cuánta o de quién. No se puede hacer esta tortilla suprema sin romper huevos. Pero cuando la gente se acostumbra a romper huevos no para, y luego se siguen rompiendo huevos y la tortilla nunca está hecha. Toda fe fanática en la posibilidad de una solución final, que debe alcanzarse de la manera que sea, no puede acarrear sino sufrimiento, desgracia, sangre y una terrible opresión.
Acertaba así a arrojar luz crítica sobre los totalitarismos, pero nada hay aquí que pueda legítimamente interpretarse como una crítica al cristianismo, pues éste no sostiene ni la necesidad de romper huevos ni cree en una solución final mundana.
La solución final no pertenece a este mundo, que siempre será un combate entre el bien y el mal. Ciertamente existen formas fanáticas de las religiones, como de las ideologías políticas y de tantas otras cosas. Pero, para el cristianismo, la falibilidad humana es tan grande que el hombre no puede salvarse sin el auxilio de la Redención y de la gracia. La idea de un pluralismo objetivo basado en la falibilidad humana, pero también en la existencia de valores objetivos, es perfectamente compatible con el cristianismo.
Por lo demás, la libertad y, por tanto, el liberalismo, no se fundamenta en la negación de la verdad, sino en la renuncia a imponerla por la fuerza. Y es falso de toda falsedad que quien cree en la verdad, tenderá necesariamente a hacer una gran tortilla rompiendo huevos sin piedad. Por lo demás, para el cristiano hay un único camino, que consiste precisamente en el amor y el perdón.