Gaceta de los Negocios
Todo es grande en Bilbao. La Semana grande, el día grande, los edificios, los hombres grandes, y las IV Jornadas Católicas y Vida Pública, a lo grande. Y lo grande no es más que una dimensión del interior.
Porque en Bilbao se respiraba sufrimiento, también grande; se respiraba autenticidad; se respiraba una Iglesia y un Evangelio que sonaba a puro y con muchas ganas de explotar y de hablar en libertad. Dios siempre sabe más; Dios siempre da más, se oyó decir en un aquilatado testimonio.
Y grandes fueron los protagonistas de la última Jornada de esta iniciativa que es, también, Iglesia, en Bilbao. Para testificarlo, firma y rúbrica, allí estuvieron monseñor Ricardo Bláquez y monseñor Mario Iceta, un tandem, podríamos decir, casi perfecto.
La mañana comenzó con el frío del norte que hace que los hombres se sientan más cercanos. De la espera, a la esperanza, sólo hay un paso, por más que haya que llevar la contraria a algún filósofo. Todos esperábamos la llegada de monseñor Javier Echevarría, Prelado del Opus Dei, con esperanza.
Rafa, compañero en lides, hombre bueno y cabal donde los haya, exiliado periodístico, me dijo: Qué bueno que el Padre venga a las Jornadas. Le salió espontáneo, del corazón. Qué bueno.
Y llegó don Javier, cercano, muy cercano, en la distancia corta y en la lejanía. Don Javier transparenta Evangelio, así de claro. Y su palabra, cálida, le brota de las entrañas del corazón de Cristo y llega al corazón del hombre.
Pensé, mientras observaba de rejo esa sombra alargada de don Javier que son don Fernando y don Joaquín, por cierto, don Fernando no puede dejar de escribir teología, de la profunda, de la que él sabe, cómo había que escuchar la conferencia de don Javier con los ojos cerrados.
Porque sus palabras, sus cambios de tonos, no sólo hablan a la razón, hablan a al corazón del cristiano, al corazón del católico en la vida, pública y privada. La conferencia, que versaba sobre la conversión y sobre la santificación el trabajo, imaginé iba a ser como la homilía del Campus.
Y así me sonó, aunque estuve demasiado ocupado en mirar, participadamente, la reacción del auditorio al susurro de la verdad, de la belleza y de la libertad que nace de la alegría espontánea de la vida en Cristo. Santidad y nada más que santidad.
No sé si ocurrirá en más ocasiones que el Prelado del Opus Dei tenga la generosidad de ofrecer un testimonio público de fe en un Congreso de esa naturaleza. Pero lo que sí sé es que lo que pasó en Bilbao, el fin de semana, difícilmente se puede olvidar.
El otro gran protagonista fue, sin duda, don Ricardo Blázquez, que recibía a raudales el cariño y el aprecio, la espontaneidad y la generosa palabra laudatoria de los suyos. Don Ricardo, si de la lidia se tratara, hubiera salido a hombros, con una ovación, una más de las muchas que recibió, y con varios trofeos.
El primero, el de la verdad tranquila que presenta y representa. En la intervención previa a la presentación de la conferencia del cardenal J. Cordes, leída por su genial secretario, Segundo Tejado, monseñor Blázquez hizo una de las más inteligentes condenas del aborto y de la cultura del aborto que se haya escuchado en mucho tiempo.
Grande, sí señor, tarde grande en Bilbao.
José Francisco Serrano Oceja
Decano de Periodismo. Universidad CEU San Pablo
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