El choque actual es con el relativismo, el laicismo y temas relacionados con el sexo y la vida humana
Las Provincias
A primera vista, la respuesta al interrogante del título sería sí. Es la opinión de muchos y así parece según los acontecimientos. Desde Galileo a nuestros días ha podido suceder o dar esa impresión. Desde la Ilustración a los descubrimientos genéticos, desde Darwin a Stephen Hawking, se juzga que la fe ha ido a remolque de la ciencia o incluso contra ella.
Han existido momentos de fuertes tensiones entre fe y ciencia, entre verdad y libertad. Como ha escrito Rodríguez Luño, la historia puede mostrar no principalmente por parte de la Iglesia que a veces se ha inmolado la libertad en el altar de la verdad, mientras que en otros momentos se sacrifica la verdad en aras de la libertad. El Estado moderno ha sacrificado no poco la verdad; y luego, la libertad. Pero no es problema para resolver de un brochazo.
En los comienzos del cristianismo, cuando necesitó un desarrollo doctrinal, chocó con el mundo pagano, hasta que la filosofía y cultura griegas fueron asimiladas y utilizadas como vehículo para explicar la fe. Los Padres de la Iglesia dan prueba de ello.
Cuando en la Edad Media fe y razón corrían peligro de entrar en contradicción inconciliable, Tomás de Aquino medió entre la fe ilustrada en la tradición platónica y la filosofía aristotélica, logrando una relación positiva entre ambas. Ese trato se problematiza con Galileo y se rompe aún más con Kant y en la fase radical de la Revolución francesa, que casi no dejó espacio a la fe, aunque penó el ateísmo. Luego surge el enfrentamiento con el liberalismo radical y las ciencias naturales, pretenciosas de abarcar en sus conocimientos toda la realidad.
Algunos autores sostienen que la modernidad es cristiana, al facilitar el concepto de progreso con la noción bíblica de creación y el sentido decididamente renovador de la fe. La Revolución americana se basa en el cristianismo protestante y ofrece un modelo de Estado moderno sin los radicalismos de la segunda fase de la Revolución francesa. También las ciencias naturales comienzan a reflexionar sobre su propio límite.
Con las guerras europeas, aparecen estadistas católicos capaces de mostrar la existencia de Estados modernos laicos que beben en la ética cristiana. Pero a pesar del Vaticano II, con su interés por el mundo, no han desaparecido las tensiones y siguen abiertos los desencuentros. El concilio no podía abolir las contradicciones surgidas entre el Evangelio y sus contrapuestos radicales. Sí eliminó las erróneas o superfluas.
El Magisterio definió de un modo nuevo la conexión entre fe y ciencias modernas, explicó diversamente la relación entre Iglesia y Estado, asumiendo su pluralismo y la necesaria tolerancia, redefiniendo el trato entre fe cristiana y religiones del mundo. El Papa se refiere con audacia a un proceso de novedad en la continuidad en el que se debía aprender a captar, más concretamente que antes, que las decisiones de la Iglesia relativas a cosas contingentes, necesariamente debían ser contingentes también ellas, precisamente porque se referían a una realidad determinada en sí misma mudable.
El Papa afirma que esto requiere gran apertura mental y la prudencia que se espera de los católicos actuales. Sólo los principios expresan lo duradero: por ejemplo, es completamente diferente considerar la libertad religiosa como una necesidad de la convivencia libre, que verla como incapacidad del hombre para la verdad.
Así, el choque actual es con el relativismo, el laicismo y temas relacionados con el sexo y la vida humana, de cuyas excelencias la Iglesia es la gran valedora, espoleando siempre al respeto por los derechos del hombre y por una laicidad que ha de traducirse en libertad, nunca en soterrado disfraz que vulnere derechos fundamentales.
El fundador del Opus Dei afirmó que "el amor a la verdad compromete la vida y el trabajo entero del científico, y sostiene su temple de honradez ante posibles situaciones incómodas, porque a esa rectitud comprometida no corresponde siempre una imagen favorable en la opinión pública". Necesitamos estas actitudes para tratar con seriedad teológica y científica estos temas, sin insultos ni descalificaciones.