El asalto a la razón se acomete en nombre de la ignorancia y la barbarie
Gaceta de los Negocios
¡Luz, más luz!. Estas fueron, al parecer, las últimas palabras de Goethe antes de morir. La luz siempre ha sido la gran metáfora de la sabiduría y la claridad, el signo distintivo de la certeza. No en vano, en el primer día Dios creó la luz. Y nada más puede ser hecho sin ella.
La teoría general de la relatividad afirma la imposibilidad de superar la velocidad de la luz. Huelga hablar de su presencia en los escritos místicos. Y la época moderna que aspiró a liberar a la humanidad de la esclavitud de la superstición y la ignorancia se reclamó de las Luces, pero estuvo muy lejos de inventarlas.
Las ideologías y los debates políticos sólo son inteligibles dentro de los contextos morales en los que se dan. Michael Oakeshott sostuvo que son tres los contextos morales relevantes en la actualidad. El primero de ellos, al que llama moral de la vida comunal, es, en realidad, una supervivencia medieval, aunque no ha perdido toda su vigencia, ya que pervive parcialmente en las dos formas dominantes en la Modernidad, que son las que se disputan la vigencia: la moral individualista y la colectivista.
El contexto moral hoy dominante es una mezcla de subjetivismo, emotivismo, utilitarismo y relativismo. El conjunto es predominantemente individualista, pues incluso el colectivismo es una reacción al individualismo y parte de sus mismos presupuestos. No obstante, quizá convenga distinguir si se trata de predominio en el ámbito del pensamiento o en el de la opinión pública, ya que pueden no coincidir. Me refiero aquí más a las concepciones dominantes en la sociedad que a las vigentes en la filosofía.
Con frecuencia se presentan los debates morales y jurídicos contemporáneos como un conflicto entre la religión (el cristianismo, para ser exactos) y la ilustración. La verdad es que se trata de un planteamiento más bien doméstico (español) y bastante añejo e intempestivo. Sí hay aquí un debate relevante, pero no un conflicto. En realidad, la ilustración es un fruto cristiano. Lo que hay más bien es una traición o una renuncia a los ideales ilustrados perpetrados no precisamente en el nombre de la religión cristiana.
El conflicto se da entre la ilustración y sus enemigos. Y entre ellos abundan quienes se presentan a sí mismos como la herencia o la cima de la ilustración. El asalto a la razón no se acomete hoy en nombre de la religión, sino en el de la ignorancia y la barbarie.
En la defensa de la vida humana no hay nada de contrario a la razón ni de asunción dogmática de un credo religioso, sino ejercicio de la racionalidad. En la creencia en la existencia de verdades morales previas a las decisiones jurídicas democráticas no hay sino defensa del valor de la razón. Lo que la moralidad imperante destruye no es sólo la concepción clásica y medieval de la ley natural, sino también la condición de la posibilidad de una moral objetiva derivada de la racionalidad, es decir, lo que se niega es la principal pretensión de la ilustración.
Así, la idea de que el fundamento de la moralidad es social o reside en la voluble decisión de las mayorías políticas no constituye ninguna liberación para el hombre, sino su sumisión a las nieblas antiilustradas. La democracia es más una forma de buscar la justicia (la menos imperfecta) que un método para determinar lo que es justo. Si la moral no depende del criterio de la mayoría, tampoco puede depender de él la justicia, ya que forma parte del orden moral. No van por ahí la justificación ni la fundamentación de la democracia.
A lo que parece que asistimos es a la destrucción modernista de la tradición ilustrada. No vivimos una lucha entre la religiosidad y la racionalidad, sino entre la razón y la barbarie, entre la defensa de la persona y su abolición. Importa mucho a los amigos de la razón acertar a determinar quiénes son los enemigos de ella.
La verdad nada debe temer de la verdad. La tarea, entonces, es despabilar las luces adormecidas, interrumpir la larga modorra de la razón, pero de la verdadera, no de sus sucedáneos. Nuestro lema bien puede ser el mismo que el de Goethe agonizante: ¡Luz, más luz!.
Ignacio Sánchez Cámara es catedrático de Filosofía del Derecho