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Mientras Barack Obama, como nuevo presidente de Estados Unidos, se embarca en su nueva misión con el ánimo dar un viraje a la política estadounidense, muchos de los embajadores nombrados por la anterior Administración se disponen a regresar a su país.
La embajadora Mary Ann Glendon, que representó a Estados Unidos ante la Santa Sede, regresó ya a Boston, donde es profesora de Derecho en la Universidad de Harvard. La ex embajadora reanudará también su trabajo como presidenta de la Academia Pontificia de Ciencias Sociales.
En esta entrevista con ZENIT, Glendon ofrece algunas reflexiones sobre su mandato como embajadora en Roma, que duró menos de un año.
Tras representar al Vaticano durante muchos años ¿cómo fue la experiencia de representar a Estados Unidos ante la Santa Sede?
Como representante de la Santa Sede ante Naciones Unidas, me empeñé en el tipo de trabajo al que los juristas estamos acostumbrados, la abogacía centrada en temas específicos tales como objetivos de desarrollo y derechos humanos. Lo que hizo el puesto de embajadora ante la Santa Sede especialmente atrayente para mí fue su variedad. Prácticamente cada día traía nuevas experiencias y percepciones, dado que tanto los intereses del Vaticano como los de Estados Unidos tienen fines que abarcan el mundo entero.
La Santa Sede tiene relaciones diplomáticas con 177 países; su voz moral llega a casa cada rincón de la Tierra, y su red de parroquias, diócesis, y agentes de ayuda humanitaria, forman un extraordinario puesto de escucha. Gran parte de mi trabajo incluía también la diplomacia oficial, hablar y escribir sobre temas de interés común tanto para Estados Unidos como para la Santa Sede.
Y, por supuesto, era responsable de la administración diaria de una pequeña pero muy ocupada embajada. Para alguien como yo, que enseña en el campo internacional, fue un gran privilegio poder saber de primera mano sobre el Departamento de Estado (Ministerio de Exteriores) de Estados Unidos, el Cuerpo Diplomático de la Santa Sede y el arte de la diplomacia como se practica en esta época con tantos retos.
¿Cuáles fueron sus mayores logros y desafíos durante su mandato como embajadora?
Me siento muy afortunada de haber servido en un momento en el que las relaciones entre Estados Unidos y la Santa Sede eran especialmente cercanas, como evidenció la histórica visita de Benedicto XVI a mi país en abril de 2008, y la extraordinaria hospitalidad mostrada hacia el presidente George Bush en su visita al Vaticano en junio.
No sólo el Papa y el Presidente compartieron un punto de vista común sobre un amplio abanico de temas sociales y culturales, sino que hubo una fuerte sintonía entre las visiones del Gobierno estadounidense y la Santa Sede sobre la importancia de reforzar el consenso moral global contra el terror (especialmente contra el uso de la religión como una justificación de la violencia); la promoción de los derechos humanos (especialmente la libertad religiosa); el fomento del diálogo interreligioso; y combatir la pobreza, el hambre y la enfermedad mediante partenariados entre el Gobierno e instituciones confesionales.
En nuestra creciente interdependencia en un mundo atravesado por conflictos, es un reto encontrar modos de hacer patentes y reforzar estos valores compartidos. Pero una oportunidad excelente para hacerlo fue la coincidencia este año del 25 aniversario de las relaciones diplomáticas formales entre Estados Unidos y la Santa Sede con el 60 aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
Dado que la declaración expresa tantos ideales a los que se han dedicado tanto Estados Unidos como la Santa Sede, la conjunción de estos aniversarios proporcionó muchas oportunidades de explorar y expandir el terreno común. Según esto, decidí que nuestra embajada patrocinara una serie de conferencias sobre varios aspectos de los derechos humanos. Me siento satisfecha de decir que hubo buena respuesta, y creo que ayudaron a profundizar la relación bilateral, al mismo tiempo que tuvimos acceso a nuevas audiencias con las más elevadas y mejores tradiciones estadounidenses.
Usted dijo que pondría el acento sobre los derechos humanos en su cargo. ¿Al dejarlo, qué visión tiene de la situación de los mismos a nivel global?
Echando una mirada al mundo contemporáneo, nadie puede negar que a la lucha por la libertad y dignidad humanas le queda un largo camino. Pero el movimiento pro derechos humanos que llegó a su cénit en la segunda mitad del siglo XX alcanzó impresionantes logros: desempeñó un papel importante en la caída de regímenes totalitarios en Europa Oriental y del 'apartheid' en Sudáfrica; ayudó a llevar los focos de la publicidad hacia abusos que de otro modo hubieran sido ignorados; y desacreditó de modo efectivo la asunción de que el trato de un estado a sus propios ciudadanos es exclusivamente asunto de ese estado. Como dijo Benedicto XVI en su discurso ante Naciones Unidas el año pasado, Los derechos humanos han sido cada vez más presentados como el lenguaje común y el sustrato ético de las relaciones internacionales.
Pero es lamentable decir que cuanto más ha mostrado su fuerza la idea de los derechos humanos, más intensa ha sido la lucha por capturar ese poder para diversos fines, de los cuales no todos respetan la dignidad humana. Los ideales basados en los derechos humanos están bajo el asalto directo de relativistas culturales y filosóficos que niegan que todos los valores son universales. Al mismo tiempo, están siendo minados indirectamente con la escalada de la exigencia de nuevos derechos, la difusión de enfoques selectivos del núcleo común de los derechos básicos, interpretaciones hiperindividualistas de los derechos, y el completo olvido de la relación entre derechos y responsabilidades.
¿En sus encuentros con Benedicto XVI cuál queda como el más memorable?
Ciertamente, nunca olvidaré la visita de Benedicto XVI a Estados Unidos, tan llena de momentos e imágenes muy impactantes, con cada discurso tan lleno de esperanza y ánimo, y tan perfectamente adaptados a la audiencia a la que iban dirigidos en primer término. Tras pasar un año en Roma, también me acordaré de los momentos de quietud, que revelaban especialmente el carácter pastoral de este hombre sabio y cortés, su don para hablar de Dios con los niños y los jóvenes, y sus cariñosas palabras paternales a los sacerdotes recién ordenados.
Irene Lagan, traducido del inglés por Nieves San Martín
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