La ideología de género identifica en la familia el mayor impedimento a la construcción de un mundo nuevo totalmente libre
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El movimiento feminista ha conocido tres hornadas que se han sucedido a partir de finales del siglo XVIII hasta finales del XX: la hornada del feminismo liberal, la del feminismo socialista y marxista y la del feminismo radical.
El feminismo radical es el ambiente cultural en el que cuaja y se desarrolla la ideología de género. Las feministas del género constituyen una élite intelectual numéricamente reducida, pero capaz de ejercer una profunda influencia política mediante campañas de persuasión y difusión de su visión y a través de la hábil manipulación de los procedimientos burocráticos e institucionales. De esta habilidad es testigo atenta e inteligente Dale O Leary, autora de muchos ensayos sobre la cuestión femenina. La O Leary reconstruye detalladamente las tácticas con las cuales las feministas radicales han conseguido meter la propia agenda política en encuentros internacionales de alto perfil, como la IV Conferencia mundial de las Naciones Unidas sobre la mujer que tuvo lugar en septiembre de 1995 en Pekín.
En el siglo XVIII el feminismo presenta una cierta unidad teórica debida, asimismo, al movimiento por los derechos civiles. De la misma manera, en el 68, la participación a la contestación garantiza la cohesión del movimiento en el cual conviven reivindicación de los derechos de la mujer, marxismo y radicalismo libertario. Es a finales de la década de los 70 que el feminismo entra en crisis como movimiento organizado. Contemporáneamente las teorías y las temáticas defendidas por las feministas, que a menudo han alcanzado puestos de prestigio dentro del mundo académico, continúan creciendo y diversificándose. Pero, a pesar de la diversidad, las corrientes del feminismo asumen las tesis del feminismo radical de género, que por lo tanto constituyen una suerte de mínimo común denominador entre las distintas tendencias del feminismo internacional.
Las tesis del feminismo radical de género se difunden a partir de la década de los 70. Éstas manifiestan la influencia ejercida sobre el pensamiento feminista por el radicalismo libertario, por el marxismo, por el post-estructuralismo y por el existencialismo. En esta ocasión me limitaré a la consideración de las ideas del radicalismo y del marxismo que son asumidas por el feminismo.
El radicalismo libertario traslada al feminismo de género su concepción de la libertad. Se trata de una libertad entendida como pura posibilidad de elección. El feminismo radical, asumiendo la antropología libertaria, afirma que la identidad sexual no está determinada por el sexo biológico, porque el cuerpo no debe representar un obstáculo y un límite a la libertad. Al contrario, el individuo debe poder elegir libremente el género al cual pertenece, esto es, si ser hombre o mujer. Según esta perspectiva, el sexo biológico no es y no debe ser el punto de referencia en la formación de la identidad sexual de la persona, por lo tanto es necesario intervenir desde el comienzo del proceso educativo para que el hombre construya su propio género de pertenencia, libre de todo ligamen cultural que lo oriente a la heterosexualidad como elección normal.
La segunda gran contribución a la formación de la ideología de género procede del marxismo. Para el marxismo toda la historia es una lucha de clases entre oprimidos y opresores. Las feministas radicales piensan que la revolución comunista, identificando las razones de la opresión en la explotación económica, haya errado el objetivo. Según éstas la revolución, para ser eficaz, debe dirigirse a la cancelación de las clases sexuales, es decir, eliminar las diferencias entre los sexos. Si para conseguir la liberación de la opresión es necesario quitar de las manos de los opresores los medios de opresión, la revolución no debe limitarse a quitar la propiedad de las manos de los capitalistas, sino destruir la familia patriarcal origen de la explotación de la mujer. Dado que engendrar hijos y crecerlos vuelve a la mujer económicamente vulnerable, y la vulnerabilidad es una condición que hace posible la explotación, es necesario orientar a la mujer a trabajar la jornada entera y entregarle el control total de la reproducción.
El objetivo inmediato del feminismo de género es crear una opinión que considere la igualdad no como igual dignidad, sino como participación estadísticamente igual para la conquista del poder. El feminismo de género parte de dos supuestos abstractos e irreales: el primero consiste en la idea que el hombre no tiene una naturaleza o que ésta sea irrelevante, el segundo en la idea que la relación entre hombre y mujer sea expresión de un conflicto por el poder. Ambos supuestos llevan a la confusión entre identidad sexual y preferencias sexuales.
De hecho, a diferencia de lo que afirma la ideología de género, la identidad sexual está siempre determinada por una naturaleza humana que se exprime mediante un sexo biológico-genético y somático, psicológico y sociológico. El sexo psicológico es la conciencia que cada uno tiene de su pertenencia a un determinado sexo. El sexo sociológico es aquel que es asignado a la persona en el momento del alumbramiento: éste exprime la percepción que el mundo tiene de ella y por consiguiente guarda relación con la función y los roles que la sociedad le reconoce. A tal propósito hay que decir que, si por una parte los roles sociales no deben ser considerados como vinculantes de manera irreversible a la biología, por otra parte la cultura no debe ser óbice a la naturaleza. Romper con la naturaleza, actuar por encima de los límites y de las oportunidades escritas en ella, destruye al hombre. La situación normal, esto es, la situación conforme a la norma constituida por la naturaleza, consiste en el desarrollo armonioso de la identidad sexual genética y somática en la dimensión psicológica y social de la persona, de manera tal que la identidad sexual y la orientación (esto es, las preferencias sexuales) no estén en conflicto entre ellas, sino que ambas expriman la tendencia del hombre hacia la mujer y viceversa, tendencia que hace a ambos conscientes de ser llamados a la comunión interpersonal. Hombre y mujer tienen necesidad el uno del otro para desarrollar la propia humanidad, es en la relación recíproca que ambos se vuelven conscientes que la plenitud puede ser alcanzada sólo entregándose desinteresadamente al otro. En esta perspectiva el sexo no se presenta como privilegio o como discriminación, sino como oportunidad de realizar la propia humanidad.
La ideología de género identifica en la familia el mayor impedimento a la construcción de un mundo nuevo totalmente libre, porque es en la familia que según las feministas se realiza el condicionamiento social de los niños. Coherentemente, el feminismo radical considera necesario emprender un cambio cultural que debe comenzar por la deconstrucción de los roles dentro de la familia (marido/mujer, madre/padre); el fin de la familia es visto como el fin de la institución que determina la construcción social de la diferencia hombre-mujer y, por tanto, la condición que hace posible el retorno a la sexualidad polimorfa originaria en la cual no se podrá ni tan siquiera hablar de heterosexualidad, homosexualidad o lesbianismo, categorías que serán abandonadas merced precisamente a la disponibilidad hacia cualquier forma de relación sexual.
La peligrosidad social de estas teorías y la capacidad que tienen de penetración está demostrada por las políticas sociales del gobierno socialista. Como ya ha ocurrido con todas las teorías que han asaltado la civilización natural y cristiana desde el Renacimiento y el Protestantismo (pasando por la Revolución francesa, el comunismo y la revolución cultural del 68), también en este caso nos hallamos frente a una masificación de ideas que en su origen estaban reservadas a un restringido círculo de personas. Es necesario, por tanto, que la oposición a los proyectos de enajenación del hombre de su naturaleza y de su origen y destino eternos se lleve a cabo a través de una nueva obra de inculturación de la Fe y de la cultura católica correspondiente. Sin un retorno al punto de partida donde comenzó el proceso de ruptura con los principios básicos de la civilización Cristiana, para desde ahí restaurar un orden de la sociedad conforme a la ley natural y cristiana, nuestra civilización occidental se verá abocada a la desaparición.