José Miguel Serrano Ruiz-Calderón, en Gaceta de los Negocios
Siguiendo el ejemplo de Balduino, difícil ejemplo que sólo puede seguir quien puede, que no quien quiere, Enrique de Luxemburgo ha demostrado de nuevo que la vieja tradición de las familias monárquicas europeas puede renacer en determinados momentos.
La conversión del gobernante cristiano, en estos casos del reinante, en símbolo de contradicción acerca mucho más al príncipe a su modelo que es Cristo que la reiterada participación en actos religiosos, o incluso la sustitución de la función puramente eclesial que en determinado momento realizaron los príncipes protestantes.
Con Balduino y Enrique, la familia le gana por dos cero a toda la patulea de políticos democristianos incapaces de dar un ejemplo remotamente similar, cuando apenas se juegan la estabilidad de uno de los innumerables gobiernos con los que la vieja oligarquía política europea nos aburre, con sus enormes barrigas y sus minúsculas conciencias. De paso ambos han sacado a sus ilustres familias de la reserva de revistas del corazón donde se habían ido refugiando en su desesperada búsqueda del beneplácito burgués.
Reserva cada vez más incómoda y agresiva a medida que los horteras exigían más a los nuevos actores y las familias reales se plegaban, consciente o inconscientemente, con su contraejemplo al nuevo guión. Los antecedentes, desde luego, son ilustres pues ya en su momento el propio Luis XVI aceptó el duro destino que le reservaron los laicistas jacobinos por la constitución civil del clero. Luis XVI murió en el cadalso sin aceptar a los juramentados, no por oponerse a una u otra facultad de los nuevos gobiernos. Luis, como luego Balduino y ahora Enrique, con resultados muy distintos, todo sea dicho, para cada uno de ellos, se han atrevido a decir a los verdaderos gobernantes, de los que ellos son poco más que una coartada institucional, que hay límites en la facultad del Gobierno y que no todo lo que el poder defina como justo lo es.
Frente a buena parte del discurso postmoderno conviene aclarar que es esa convicción la que sustenta la libertad. La evidencia de que los hombres no pueden tornar lo malvado en un derecho y el homicidio en una facultad. Que la careta de derechos no nos engaña respecto al enorme aumento de poder que reciben los fuertes sobre los débiles, los nacientes y los enfermos, en la nueva situación. El minúsculo Gobierno del minúsculo Estado ha dicho que va a resolver el asunto limitando los poderes del monarca. Mienten. Lo que hacen es aumentar su propio poder para matar, para volver lo injusto justo, para hacer más fuerte el argumento más débil. Basta, sin embargo, un solo ejemplo para redimirnos, en cuanto indica de forma práctica donde se encuentran el abuso y la mentira.
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ReligionEnLibertad.com
El gran duque de Luxemburgo se negó este martes a firmar una ley para despenalizar la eutanasia, por lo que el gobierno cristiano-demócrata anunció que va a modificar la Constitución para rebajar sus poderes, informó la emisora RTBF.
Enrique I de Luxemburgo ha invocado "razones de conciencia" para justificar su negativa a sancionar el texto aprobado por el Parlamento luxemburgués el pasado mes de febrero, y que convirtió al país en el tercero de la Unión Europea en legalizar la eutanasia, tras Bélgica y Holanda.
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Efe
A pesar de que la votación salió adelante con la oposición del partido del primer ministro luxemburgués, el socialcristiano Jean-Claude Juncker, hoy éste ha asegurado que el país reducirá las prerrogativas del gran duque para "evitar una crisis institucional".
Así, Juncker ha explicado en una declaración institucional que suprimirán el término "sancionar" del artículo 34 de su constitución, y lo reemplazarán por "promulgar", lo que significará que el gran duque sólo firmará las leyes para que entren en vigor, al mismo tiempo que "se respeta su opinión".
Enrique I de Luxemburgo ha reproducido la crisis originada en el año 1990 por su tío, el rey Balduino de Bélgica, que se negó a firmar el texto aprobado por las dos Cámaras legislativas sobre la legalización del aborto.
Aquella ley pasó a la historia de Bélgica como el primer texto que hizo renunciar a un rey, ya que Balduino abdicó durante día y medio y regresó a sus funciones cuando el nuevo texto del Código Penal había sido sancionado por el Consejo de Ministros.
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