Se presenta esta sentencia como esperanza y señal de una nueva cultura, superadora de no se sabe qué rencores y complejos
El Mundo - Castellón
Si algún símbolo habla de paz y tolerancia, ése es el crucifijo. Paz en contraste con los violentos e intolerantes de hace veinte siglos, que son los que ahora desean quitar de su vista los crucifijos. Un símbolo de reconciliación, un recuerdo que se ofrece sin ningún tipo de imposición, es malinterpretado y utilizado como afrenta.
Un juzgado de Valladolid ha decidido retirar los crucifijos y los símbolos religiosos de un colegio público. La Junta de Castilla y León ha anunciado que va a recurrir la decisión. Los vallisoletanos, y el resto de los españoles en su amplísima mayoría basta recordar la encuesta de El Mundo, en la que el 74% de los votantes se muestran en contra de esa sentencia, la han recibido con disgusto.
Algunos esperan una ocasión como esta sentencia para manifestar sus fobias profundas. Con la polémica avivada, pretenden asustar a los acomplejados, haciendo olvidar que poner o no un crucifijo es una decisión libre y cultural, no autoritaria ni clerical. El Gobierno tardó poco en pedir que se retiraran todos los crucifijos de los colegios públicos, y el periódico El País presenta esta sentencia como esperanza y señal de una nueva cultura, superadora de no se sabe qué rencores y complejos.
El socialista Juan Alberto Benlloch, alcalde de Zaragoza, afirmó hace unos meses que, mientras él fuera alcalde de la ciudad, el crucifijo seguirá presidiendo el salón de plenos. Razonó su postura de este modo: las sociedades más maduras son las que no cambian las costumbres y tradiciones, sino que la acumulan y superponen, y que a él le basta con que el crucifijo lleve muchos años ahí, porque creo que eso no debe ofender a nadie.
El sentido común del socialista Benlloch debería hacer reflexionar a muchos. El crucifijo es un símbolo cultural, que recuerda nuestra historia, y a nadie ofende. Es un símbolo de paz. Simplemente, que esté donde quiera que esté quien ostente la autoridad en cualquier edificio o institución. En el caso de un colegio público, tal vez es una decisión del Consejo Escolar, y no da más de sí el asunto. ¡Que no nos distraigan con vuelos a Guantánamo o crucifijos, y que afronten la crisis económica y el paro!
Alguien puede proponer no celebrar los domingos, suprimir los belenes, eliminar las fiestas de Navidad o Semana Santa, cambiar los nombres de hombres y mujeres que son de santos y santas. Defiendo la laicidad, la separación de ámbitos civiles y religiosos en lo que tienen de autonomía, pero la persona tiene una unidad. Y no pienso cambiar mi nombre por el de Gramsci, ahora que se ha sabido que el fundador del eurocomunismo murió recibiendo los Sacramentos poco antes de morir, noticia muy silenciada por ciertos medios. Además, hoy celebro mi santo, y lo pienso celebrar: si a alguien le pica, que se rasque. iY felicidades a los Javieres!