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Tierra de abundancia. Así se titula la película de W.Wenders (Land of plenty, 2004) que puede considerarse como una alegoría de nuestra situación en Occidente.
Se ha puesto de relieve que la película examina el impacto psicológico que produjo el atentado del 11-S, en 2001, sobre muchos americanos. También, que transmite un mensaje universal sobre los sentimientos humanos y las ganas de vivir. Uno de esos cuentos que enseñan profundizando en las heridas, para curarlas poco a poco. Como telón de fondo, la dignidad de las personas, las relaciones familiares, la paz. Muestra una mezcla de ingenuidad con extrañeza, ante la aparente incapacidad para percibir el dolor de unos o de otros.
Sin decirlo todo la película apunta una luz esencial. Esa luz se descubre sobre todo en la oración de Lana (Gracias por este día, por la habitación, por mi vida; tienes que ayudarme en esto sé que no puedo hacerlo yo sola; ayúdanos en nuestra impotencia) y la misericordia hacia los más pobres y desheredados (Cristo prefirió vuestra compañía).
Muy cierto. La predicación de Jesús de Nazaret comenzó anunciando a los pobres la Buena Noticia de que también para ellos ha llegado la salvación y la liberación. En su predicación, advirtió que el juicio final de salvación o condenación depende sobre todo de la caridad y la misericordia. Cierto que Cristo vino para todos. Pero mostró una predilección por los pobres. Precisamente para mostrar el porqué y el cómo de esa predilección, proclamó la pobreza de espíritu (virtud cristiana); es decir, la necesidad de estar desprendidos de los bienes materiales; de oponernos a la codicia y al consumismo desenfrenado, y manipulado, que destruye a las personas y acrecienta escandalosamente las diferencias sociales.
La Eucaristía entraña un compromiso a favor de los pobres, afirma el Catecismo. El amor a los pobres explica no abarca sólo la pobreza material, sino también las numerosas formas de pobreza cultural y religiosa. Cristo se compadeció de las miserias humanas, materiales y espirituales. Los hambrientos del mundo nos queman el corazón y por ellos hemos de trabajar y rezar sin pausa. Una gran pobreza es la carencia de la amistad con Dios, hoy muy extendida por el materialismo de la cultura dominante. Para la Iglesia, los oprimidos por la miseria son objeto de un amor de preferencia.
Al mismo tiempo, Jesús, que echó en cara la hipocresía del que criticaba el derroche del rico perfume sobre su cabeza mientras robaba el dinero destinado a los pobres, Jesús invitó a reconocerle precisamente en los más necesitados: en los pobres, en los enfermos, en los perseguidos.
La Iglesia ha procurado siempre atender a los necesitados. En 1985, el Sínodo extraordinario que celebraba los veinte años del último concilio declaró: Después del Concilio Vaticano II, la Iglesia, se ha hecho más consciente de su misión para el servicio de los pobres, los oprimidos y los marginados. Y Juan Pablo II observó que, más allá de ideologías contrapuestas, el amor (o la opción) preferencial por los pobres es un signo principal de la autenticidad del Evangelio y, por tanto, de la credibilidad del mensaje cristiano.
Un signo, cabría añadir, que reviste en cada cristiano formas diversas de expresión, según su condición en la Iglesia y en el mundo. Ignorarlo decía el Papa polaco significaría parecernos al rico epulón que fingía no conocer al mendigo Lázaro, postrado a su puerta.
Recapitulemos. El amor preferencial por los pobres aparece como una actitud decisiva, que la Iglesia propone para todos los cristianos en nuestro tiempo. Ese amor se dirige tanto a la pobreza material como a la espiritual. Implica el desprendimiento como virtud, porque sólo el que renuncia voluntariamente al uso egoísta de los bienes materiales, puede optar por el pobre, percibir su realidad y servirle adecuadamente (pobreza como opción).
San Pablo supo captar esa autenticidad del Evangelio en su raíz teológica, y vivirla con todas sus consecuencias. Lo confirmaba Benedicto XVI en la inauguración de la V Conferencia del CELAM (Brasil, mayo de 2007): La opción preferencial por los pobres está implícita en la fe cristológica en aquel Dios que se ha hecho pobre por nosotros, para enriquecernos con su pobreza.
Para Occidente en su conjunto, la situación actual reclama una reflexión profunda y un cambio igualmente profundo, que afecta a todas las esferas de la cultura: al sentido de la vida y del trabajo, el mundo que queremos dejar a los jóvenes, la responsabilidad por la tierra, etc. Para el cristianismo se trata de coherencia y autenticidad.
Teresa de Calcuta lo señaló justamente: A menudo los cristianos nos convertimos en el mayor obstáculo para cuantos desean acercarse a Cristo. A menudo predicamos un Evangelio que no cumplimos. Ésta es la principal razón por la cual la gente del mundo no cree. La autenticidad del cristianismo resplandece en la caridad.
Land of plenty. Al final de la película suena el estribillo de la canción de Leonard Cohen: Alzo mi voz y rezo: que algún día, en la Tierra de la Abundancia, haya luces que esclarezcan la verdad.
Ramiro Pellitero, Profesor de Teología pastoral en la Universidad de Navarra
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