cuando nos acogemos a la solícita protección de María, invocándola de diversas formas, no cumplimos con un ritual que no tenga nada que ver con nuestra existencia
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El mes de mayo evoca inmediatamente en nosotros a la Madre de Dios. No hace tanto tiempo que la práctica del Mes de María formaba parte de la piedad sólida y dulcemente asentada en familias, asociaciones parroquias y colegios. Y, sin duda, aún se conserva en muchas partes y se reza con fervor. Quizás gente poco adentrada en la vida de la Iglesia y acostumbrada a la observación superficial, fuente de no pocos engaños, piense que el amor a la Virgen ha retrocedido entre las filas de los católicos. Parece que no es así.
Una alumna de la Universidad me ha enviado el link a un video dedicado al Rosario.
Acostumbrados a las manipulaciones publicitarias, al juego del marketing y a las ilusiones de la propaganda, la sospecha podría apoderarse de nosotros y dejarnos en el escepticismo. Sin embargo, lo que aparece en ese video, sencillo pero ingenioso, coincide con lo que la Iglesia vive a diario. Hace pocos días una joven profesora me llamó para comunicarme que junto a algunos jóvenes llevan días preparándose para la consagración a María según la doctrina de san Luis María Grignon de Monfort. Y otro grupo, y sé que hay varios más, recibe en su casa una de las capillas de la Virgen Peregrina que la familia de Schönstatt, distribuye especialmente durante este mes.
Aunque señalo sólo estos ejemplos hay muchísimos más que nos llevan a una reflexión. Existe una profunda conciencia en el pueblo cristiano del papel singular que ocupa, en la vida de la Iglesia, la Virgen María. Basta fijarse en algunas de las oraciones que han llegado hasta nosotros y en las que se resalta la especial confianza que los cristianos ponemos en la Madre. Tenemos el Bajo tu amparo nos acogemos
(Sub tuum praesidium), cuya formulación más antigua se ha encontrado en un papiro egipcio del siglo III. También podemos fijarnos en el Acordaos o piadosísima Virgen María
(Memorare), a tribuido a san Bernardo.
En ambas oraciones se expresa la seguridad en la mediación y protección de María. El hecho de que no hayan dejado de rezarse después de tantos siglos, y lo mismo podemos decir del Rosario, indica que en el pueblo de Dios existe la conciencia de que ella nunca defrauda. Ello justifica que las sucesivas generaciones de creyentes continúen acudiendo a estas oraciones, en las que se cristaliza de forma eminente la actitud del cristiano hacia María. Se señala su grandeza en el plan de salvación dispuesto por la providencia divina y, al mismo tiempo, su solicitud maternal hacia nosotros.
Por tanto cuando nos acogemos a la solícita protección de María, invocándola de diversas formas, no cumplimos con un ritual que no tenga nada que ver con nuestra existencia. Precisamente porque hemos comprobado su asistencia continua, desde la vigilia de Pentecostés junto a los apóstoles, hasta el día de hoy, seguimos acudiendo a ella.
Lejos de haberse enfriado la devoción mariana esta ha ganado en intensidad. Puede suceder que, en algunos ambientes, no sea así, pero en el conjunto de la Iglesia, y sobre todo en los carismas nuevos que florecen, se percibe como una clarificación de su papel en el desarrollo de la vida espiritual de cada cristiano y de toda la comunidad.