como decía Chesterton, la vulgaridad consiste en convivir con la grandeza y no darse cuenta. De ahí que no deseemos jamás olvidar los ratos que hemos compartido con él y ahondar en su vida y enseñanzas
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Hace algunos días se cumplió el tercer aniversario del fallecimiento de Juan Pablo II. A las 21,37 del 2 de abril de 2005, el Papa expiró. La cristiandad y muchas personas de buena voluntad rezaban intensamente desde hacía horas en la Plaza del Vaticano y gracias a los medios de comunicación este hecho se verificaba en todas las partes del mundo, en nuestra Aldea global como él decía.
Si ponemos el uso de razón en los 8 años y sumamos los 27 de Pontificado, concluiremos que para toda una población comprendida entre los 35 y 45 años Juan Pablo II es su Papa. En realidad es, ha sido, para todos nuestro Papa. Primero por ser el Vicario de Cristo ahora, pero quizá también porque junto a los inmensos méritos propios de Benedicto XVI, contó tanto con él Juan Pablo II se ha establecido un mayor amor al actual sucesor de Pedro. Sin embargo, como decía Chesterton, la vulgaridad consiste en convivir con la grandeza y no darse cuenta. De ahí que no deseemos jamás olvidar los ratos que hemos compartido con él y ahondar en su vida y enseñanzas.
El olor de santidad que le acompañó a lo largo de toda su vida se hizo, durante su Pontificado, muy conocido y creciente. Al conocer la noticia de su tránsito a la Casa del Padre millones de personas de todo el mundo fueron a la ciudad eterna a decirle su adiós personal. Este suceso histórico sin precedentes y el espontáneo grito ¡Santo subito! de los que estaban allí y que a los no presentes les pareció una ocurrencia providencial conmovió al mundo entero. Desde ese mismo momento millones de personas acudían a su intercesión para obtener favores del que sin duda gozaba ya de la visión beatífica.
En estos pocos años que han transcurrido desde ese día la confianza en la santidad de Juan Pablo II ha ido in crescendo como se ha podido constatar en las largas filas que se hacen día a día para visitar su tumba, con un acceso distinto al de entrada en la Basílica de San Pedro. Esta fama de santidad ha de llegar al final de su camino con la subida a los altares de manera solemne por Su Santidad Benedicto XVI.
Al parecer está cercano el momento. La documentación sobre las virtudes heroicas que dan acceso al título de Venerable es cosa de semanas y el milagro que se necesita para la beatificación está elegido de entre muchos contrastados. Las palabras pronunciadas por el Cardenal José Saraiva Martíns, prefecto de la Congregación de las Causas de los Santos, el 25 de marzo en la emisora pontificia son significativas: puedo garantizar que apenas recibiremos la positio la estudiaremos inmediatamente sin perder tiempo, pues ciertamente este Dicasterio desea que Juan Pablo II llegue cuanto antes a los altares y se le pueda llamar "beato" y así responder al grito de la plaza de San Pedro: ¡Santo súbito! (Santo ya).
Recientemente el cardenal Stanislaw Dziwisz, arzobispo de Cracovia, su secretario y más íntimo colaborador ha dicho a miles de jóvenes polacos con términos acuñados por el Papa Wojtyla: Sois los centinelas de la mañana, juventud que anuncia el día, una estación llena de sol. Sois la generación de Juan Pablo II que tiene la tarea de la nueva evangelización.
Este fiel secretario entablaba un diálogo con el Papa en su oración personal en voz alta: Tu servicio a la Iglesia continúa, aunque de otro modo. Pensamos en tu enseñanza, en el ejemplo de tu vida, que sigue hablando a nuestras conciencias. Y proseguía, deseamos proclamar el carácter sagrado de la vida y la santidad de la familia en el matrimonio, dijo recogiendo la herencia de sus mensaje. En nombre de Jesús, estamos de la parte de los pobres, de los humildes, de los que no tienen nada, de los perseguidos a causa de su justicia o de la religión.
Al terminar, el cardenal Stanislaw Dziwisz, en referencia a una frese emocionante que se nos quedó grabada a todos durante el Funeral que ofició el cardenal Joseph Ratzinger, dijo: Desde la ventana de la casa del Padre se ve mejor. Por tanto, te pedimos que veles por los jóvenes de hoy, por sus aspiraciones, esperanzas, preocupaciones. Juan Pablo II, Santo Padre, gracias por todo.
Mucho se ha escrito de él y todo es poco y nada con lo que falta por decir de su vida y de sus enseñanzas, pero ahora sólo desearía recordar una que fue tema estrella en su Pontificado porque fue su gran amor: Jesucristo. Que es cierto se pudo comprobar ya en la primera Encíclica y, por tanto emblemática, con que abrió su magisterio antes de cumplirse un año de Pontificado. Se tituló El Redentor del hombre, Redemptor hominis.
En referencia a ella, un domingo, durante el Ángelus al poco de ver el Documento la luz dijo: He tratado de expresar en ella lo que ha animado y anima continuamente mis pensamientos y mi corazón desde el principio de mi Pontificado que, por inescrutable designio de la Providencia, tuve que asumir. La Encíclica contiene los pensamientos que entonces, al comienzo de este nuevo camino, apremiaban con especial fuerza mi alma, y que sin duda ya anteriormente venían madurando en mí, durante los años de mi servicio sacerdotal y después en el episcopal. Creo que si Cristo me ha llamado así, con tales pensamientos..., con tales sentimientos, es porque ha querido que estas llamadas en mi mente y en mi corazón, que estas expresiones de fe, esperanza y caridad, encontrasen resonancia en mi nuevo ministerio universal, desde su comienzo. Por lo tanto, como veo y siento la relación entre el misterio de la redención en Cristo Jesús y la dignidad del hombre, así querría unir mucho la misión de la Iglesia con el servicio al hombre en este su impenetrable misterio. Veo en esto la tarea central de mi nuevo servicio eclesial (1).
Han pasado los años y siguen cada vez más vigentes estas enseñanzas que deseó y consiguió ver hechas realidad lo que dijo al inició de ocupar la Cátedra de San Pedro. El Papa que dio varias veces la vuelta al mundo ha dado al mundo la vuelta. De cómo estaba la Iglesia, y por ella y con ella el mundo, a cómo está ahora hay un abismo. Puede haber quien no lo crea así, pero es cosa de estudiar la realidad histórica del mundo, los derroteros que llevaba en los años que siguieron al Concilio Vaticano II y los que con él tomaron. El mundo, se comprueba una vez más, lo cambian los santos no los sabios y mucho menos los políticos.
Nota al pie:
(1) Ángelus, 11-III-1979