Para ser libres hace falta recuperar la capacidad de razonar y no dejarse guiar sólo por los sentimientos. Ambos son humanos, pero humano es también que exista un orden de prioridades
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Parecía que la razón había triunfado. Durante doscientos años se había luchado por el triunfo de la razón y parecía que había llegado el triunfo. Se supone que tal triunfo debía traer una sociedad y unas personas caracterizadas por la capacidad de razonar, es decir, de analizar, de buscar la verdad y de actuar en consecuencia.
No parece que sea ésta la realidad actual. La razón ha dejado paso a los sentimientos. Si hay algo que caracterice a nuestra sociedad es la dependencia que de ellos se tiene. Cada vez, en mayor medida, se hacen depender las decisiones y acciones de lo que se siente. Se trata de un punto vulnerabilísimo del ser humano, un peligro en manos de manipuladores.
Siempre ha sido característico de la infancia y de la adolescencia, es decir, de la inmadurez, regirse por la apetencia. El mensaje tan repetido de que no existe la verdad, de que todo depende y todo vale lo mismo es la cara contraria de la razón.
Para ser libres hace falta recuperar la capacidad de razonar y no dejarse guiar sólo por los sentimientos. Ambos son humanos, pero humano es también que exista un orden de prioridades. Las personas maduras saben tomar decisiones basadas en la razón, en lo que ella nos indica que es correcto.
Los padres debemos estar preparados para dar esta batalla si queremos educar hijos libres.