El libro de Arturo Mari, el fotógrafo de los Papas, recoge numerosas anécdotas y episodios inéditos
Gaceta de los Negocios
Con su cámara de fotos, Arturo Mari, el fotógrafo de los Papas, ha testimoniado cada momento de los pontificados de Pablo VI, Juan Pablo I, Juan Pablo II, y, hasta hace unos meses cuando se jubiló de Benedicto XVI.
Ahora, el tiempo libre lo dedica a rememorar y a archivar recuerdos a través de miles de fotografías, algunas inéditas. Arturo nunca pensó en escribir un libro, pero después de una larguísima entrevista que le hizo un periodista polaco tras la muerte de Juan Pablo II, el cardenal Dziwisz le animó a hacerlo. Nació, así, un libro pequeño, grande en contenido y con imágenes extraordinarias.
Se titula Arrivederci in paradiso, la frase con la que un joven, enfermo terminal de cáncer, se despidió del Pontífice polaco. Mari recuerda la anécdota con cariño.
Era la víspera de Navidad, cuando desde el apartamento papal, el secretario Stanislao Dziwisz, llamo al fotógrafo. "¿A quien recibiría el Pontífice? No hay ningún acto previsto", pensó. En el despacho del Santo Padre se encontró a un muchacho enfermo supo que estaba desahuciado, tenía poco tiempo de vida cuya última voluntad era recibir la bendición del Papa. Juan Pablo II había aceptado la visita del joven sin dudar. Tras impartirle la bendición, Wojtyla se quitó la medalla de la Virgen y se la puso al joven. Éste agradeció el gesto y dijo: "Se la devolveré en el cielo. Arrivederci in Paradiso".
Del mismo modo, Juan Pablo II quiso despedirse de su fotógrafo. Con lágrimas, Arturo Mari se acercó al Papa moribundo, quien le hizo la señal de la cruz en la frente y movió los labios en un imperceptible "gracias".
Son numerosas las anécdotas, los episodios que se cuentan en el libro, casi todos inéditos. Unos que, por prudencia o delicadeza, no se habían revelado hasta hoy; y otros sencillos, pero curiosos, como los regalos que hacía el Papa el día de Navidad.
Durante el viaje a Sudán, Arturo Mari fue testigo de la durísima conversación que mantuvieron Juan Pablo II y el presidente del país, donde se estaba llevando a cabo un auténtico genocidio cristiano. El Papa comentó: "Presidente, se da cuenta de que hay millones de asesinados, huérfanos... ¿cómo no se hace nada para impedirlo?. El presidente contestó irritado: "Pongamos una piedra sobre lo que me está diciendo". Pero el Papa no podía callar: "No he venido para dar un paseo, ni de vacaciones. He venido en el nombre de Dios para defender a los que han muerto y a sus familias".
En el libro se descubren otras narraciones, como la que se refiere a la visita del Papa al presidente de Italia, Sandro Pertini, en el Policlínico Umberto I. A pesar de ser ateo, Pertini sentía un cariño especial por el Pontífice. Durante su ingreso, pidió que avisaran al Santo Padre para despedirse de él. Éste acudió inmediatamente, pero la esposa del presidente le prohibió entrar en el cuarto. Wojtyla no insistió, sólo pidió permiso para estar fuera, junto a la puerta. "Haga lo que quiera, ahí puede quedarse", le respondió Carla. En el pasillo, sentado, rezó el Rosario y la Liturgia de las Horas. De regreso, comentó que había estado junto a Pertini con la oración.