La Gaceta de los Negocios, 8 de marzo de 2007
No me voy a enredar en si es eutanasia, suicidio asistido o asesinato lo que pide Inmaculada Echevarría, la desventurada mujer aquejada de distrofia muscular progresiva que, internada en el Hospital de San Rafael, de Granada, sobrevive gracias a un respirador. Lo seguro es que no se trata de evitar el llamado encarnizamiento terapéutico, por dos razones de peso: la primera es que esta actitud consiste en prolongar inútilmente la agonía de un enfermo, su proceso irreversible de muerte inminente, y no es el caso: Inmaculada Echevarría lleva nueve años viviendo con el respirador, y puede vivir otros tantos, o más, en estas condiciones. La segunda razón es que un ventilador no es un método extraordinario para mantener con vida a un paciente, al menos en nuestra sociedad. Nadie en la España de hoy puede decir una cosa así seriamente.
La desconexión del ventilador, si se llega a producir, será la causa de la muerte de Inmaculada Echevarría, se disfrace con las palabras que se quieran emplear. El Código Penal vigente parece haber tenido presente justo el caso de esta mujer cuando establece, en su artículo 143.4, que es reo de un delito de homicidio el que causare o cooperare activamente con actos necesarios y directos a la muerte de otro, por la petición expresa, seria e inequívoca de éste, en el caso de que la víctima sufriera una enfermedad grave que conduciría necesariamente a su muerte, o que produjera graves padecimientos permanentes y difíciles de soportar. El que desconecte el ventilador, pues, será un homicida. Presunto, desde luego, pero habrá de ser juzgado por su acción.
Aclaradas estas cuestiones en las que está enredado y confundido el debate público, me parece que deberíamos fijar nuestra atención en otros aspectos de este drama. Aspectos políticos, sociales, humanos.
Desde el punto de vista político, es inconcebible que la Junta de Andalucía no cuente con servicios jurídicos algo más competentes que yo, que he encontrado el tipo delictivo con una simple búsqueda en Internet. Me pregunto cómo es posible que la consejera competente obviamente en el otro sentido salga en una emisora radiofónica a atribuir la oposición a que se desconecte el ventilador de Inmaculada Echevarría a prejuicios religiosos, y que incluso plantee el traslado de la enferma a un hospital público para sortear posibles objeciones de conciencia.
Es inconcebible, asimismo, que esté ocurriendo todo esto al mismo tiempo que el presidente del Gobierno y secretario general del PSOE, partido que gobierna la Junta de Andalucía, se llena pomposamente la boca con el supremo valor de la vida para tratar de justificar el segundo grado penitenciario concedido al asesino De Juana Chaos. Y me resulta incomprensible qué quiere decir cuando afirma respetar el supremo valor de la vida mientras la principal causa de fallecimiento en España son los abortos provocados al abrigo de una ley vigente que no tiene la menor intención de derogar.
La hipocresía es la característica principal del caso en este aspecto político. Los políticos hablan para no decir nada o para confundir a los ciudadanos que les pagan los sueldos que cobran. Se contradicen, y les da igual. Concretamente los concernidos en este caso dejan mucho que desear, son de muy deficiente condición, son de lo peorcito que se puede despachar en políticos. Y conste que este juicio es el más benévolo, porque la otra posibilidad es que sepan perfectamente lo que dicen y hacen, y estén fingiéndose idiotas, y entonces merecerían otros calificativos.
Socialmente, el caso de Inmaculada Echevarría está siendo utilizado por los grupos de presión que patrocinan la legalización de la eutanasia, sea en forma de homicidio por compasión o en forma de cooperación necesaria al suicidio, y manipulan a la opinión pública acudiendo a excitar la sensibilidad ante el dolor ajeno para enmascarar la tesis nazi de que hay vidas que, por su poca calidad, no merecen ser vividas. Esos mensajeros de la muerte no son unos asesinos carniceros en potencia; sencillamente han llevado el utilitarismo hasta unas consecuencias que convierten la convivencia en la pesadilla imaginada por Orwell o Huxley, y a un neodarwinismo que no nos ennoblece, sino que nos acerca a la pura selva, cuya ley es que el débil muere y el fuerte sobrevive.
Llevamos ya años instalados en esta mentalidad deletérea, y esta locura nos lleva a contradicciones clamorosas como retirar a los Gobiernos y los jueces, gracias a la abolición de la pena capital, toda disposición de la vida de sus semejantes, y atribuírsela, en cambio, a los particulares si se dan determinadas circunstancias.
Esta actitud es radicalmente inhumana, aunque se disfrace precisamente de humanitaria, porque niega la dignidad de toda persona, por pequeño que sea su cuerpo, por escasos que sean sus caudales, por corta que sea su inteligencia, por reprochable que sea su comportamiento o por depauperado que tenga su organismo.
El lado humano del drama de Inmaculada Echevarría lo expresó ella mejor que nadie cuando dijo, al pedir que le retirasen el ventilador, que su vida era soledad, vacío y opresión, y que no es justo vivir así. Ahí, según sus propias palabras, está el fondo de su desesperanza; no en la enfermedad, tremenda enfermedad, que otros sobrellevan mejor que ella porque no están solos, se sienten queridos, llenan su vida con multitud de iniciativas y, lejos de sentirse oprimidos, ayudan con su ejemplo a otros a salir de la depresión. Éste es el fondo de la cuestión.