Reme Falaguera
Almudi.org
Resulta evidente que los acontecimientos que celebramos estos días –el Nacimiento de Jesús, la festividad de la Sagrada Familia, los Santos Inocentes, la venida de los Reyes Magos,... -, no existirían si una joven adolescente, Maria, no hubiera aceptando con valentía el extraordinario reto de ser la “Madre de Dios” .
Es más, sin su asentimiento a las palabras del Ángel, acontecimientos como la evangelización de nuevos continentes, la supresión de la esclavitud, la creación de las Universidades o ,las maravillosas obras de arte como la Capilla Sixtina, las catedrales, las grandes pinacotecas e incluso, la música de El Mesías de Handel, no formarían parte de nuestra historia.
Hay que reconocer que, a pesar de su inicial sobresalto, las dudas y la incomprensión que iba a suponer para ella el “Hágase en mí según tú palabra.” no fueron suficiente para que Maria vacilara en responder con alegría y audacia.
Y, aunque muchos de nosotros, ante esta extraordinaria realidad, seguimos sin querer entender su valentía y buscamos excusas afirmando que “tan joven, no era consciente”, no podemos negar que la fe de Maria no era teoría ni ideología barata sino convicciones reales y prácticas. Maria las profesaba de verdad y las vivía; y como consecuencia, asumió el compromiso de esa decisión, de “su” respuesta, en lo que se ha llamado “el acto de fe más difícil de la historia”.
Sería un acto de soberbia por mi parte intentar igualar la actitud y respuesta del ser humano con el de Maria, sobretodo, en ese instante de extraordinaria entrega. Pero en la vida del ser humano y especialmente de una mujer, de muchas mujeres, existen muchas de esas situaciones que exigen una respuesta valiente, con una fe sin condiciones y mirando al frente con la cabeza bien alta y, sin miedo.
Hoy más que nunca, vuelven a mi memoria aquellas palabras que Juan Pablo II, férreo defensor de la mujer- trabajadora, la mujer-hija, la mujer-hermana, la mujer-madre, la mujer -esposa,... nos dirigió en su Carta a las mujeres: El punto de partida de este diálogo no es otro que dar las gracias... a cada mujer, por lo que representan en la vida de la humanidad. ... Te doy gracias, mujer, ¡por el hecho mismo de ser mujer! Con la intuición propia de tu feminidad enriqueces la comprensión del mundo y contribuyes a la plena verdad de las relaciones humanas.
Además, en la Carta apostólica Mulieris dignitatem, nos recordaba la aportación esencial y exclusiva de la mujer a la humanidad: ” Ser la primera raíz del amor humano es la característica principal de la feminidad. .... De ahí la fuerza de la mujer cuando sabe amar,... por ello Dios le confía de un modo especial al hombre, es decir, al ser humano.”
Y como mujer que se honra de ello, quiero dejar constancia que, a pesar de que a veces resulta difícil, mi apuesta por las mujeres, las nuevas mujeres del S.XXI es total y esperanzadora. Diferentes por su naturaleza a los hombres y por tanto, poseedoras de unos valores y cualidades distintos, aportamos una visión nueva a la familia y a la sociedad. Las mujeres de hoy no queremos igualarnos al hombre, simplemente, queremos defender a la mujer en sí misma: su maternidad, la conciliación familiar con el trabajo profesional, una imagen digna y respetada, las cualidades y valores propios de nuestra naturaleza femenina, etc.
Podemos ofrecer una importante contribución en el mundo profesional, en la cultura, en la vida pública y política, en la ciencia... Y, nos dejamos la piel, día a día, intentando demostrar los efectos positivos que esta aportación produce en la familia, las relaciones personales y en la sociedad.
Puesto que el “SI” de Maria transformó el curso de la historia de la humanidad, con su ejemplo audaz, el sí de cada mujer, -estoy segura-, cambiará nuestra pequeña historia y, una vez más, ¡Podemos cambiar el mundo!
¡Siempre lo hemos hecho, aunque muchas veces no se nos ha valorado por ello!