No es todavía noviazgo pero tampoco simple amistad. ¿Qué clase de amor es este, típico de la adolescencia? ¿Cómo conducirlo con realismo, sin ceder al ambiente superficial?
Pablo Prieto.
El modelo globalizado de amor erótico
La estructura perenne del noviazgo
Amistad complementaria
“Salir juntos”
Prometerse
Conclusiones y sugerencias
Bibliografía
El modelo globalizado de amor erótico
Complejo y lleno de matices, como todo el mundo sabe, es el lenguaje del amor. Decir “te quiero”, declararse, admite infinidad de modos y maneras, tal como ilustra la literatura y la música. El eterno I love you se pronuncia con innumerables circunloquios, entonaciones, ritos y gestos que lo hacen único en labios de cada enamorado. Las tradiciones de cada pueblo y cultura conservan este tesoro de expresividad, que aflora en el arte y el folklore.
Hay sin embargo un fenómeno actual que amenaza con empobrecer este patrimonio, reduciendo la declaración amorosa a fórmulas cada vez más triviales y uniformes. La globalización ha llegado a invadir este terreno, que se supone el más íntimo y personal. Los medios de comunicación, ese poderoso motor que todo lo unifica y nivela, que iguala gustos y disuelve diferencias, impone unas pautas de conducta amorosa, un modelo de “corrección erótica” universalmente válido. En la escuela de la pantalla los enamorados de Nueva York., París, Sydney, Nueva Delhi, Moscú o Pekín aprenden conductas, gestos y actitudes similares.
Esta influencia sobre la cultura amorosa es doble: no sólo reduce su variedad sino también su profundidad; el modelo propuesto no sólo es único, sino además trivial y ramplón. Podemos resumirlo en las siguientes tres notas:
? Poco argumento.— Aunque se cuenta con el cine, que es un arte genuinamente dramático, los relatos amorosos narrados en él son con frecuencia más pobres y lineales que en la gran novelística del siglo XIX. Desde que la pareja se conoce hasta que llegan a las relaciones íntimas, incluido el terreno sexual, apenas pasa tiempo; fases y etapas se consumen con facilidad o simplemente se suprimen. Apenas hay declaración amorosa ni diálogos sustanciosos.
? Poco compromiso.— El matrimonio rara vez aparece como meta u horizonte de la relación, y por tanto esta discurre al azar, a impulsos del ciego emotivismo, sin verdadera tensión dramática, es decir, sin constituir una auténtica historia.
? Poco lirismo.— Al suprimirse los pasos intermedios hasta las relaciones íntimas se olvida la dimensión estética del pudor y la castidad. Sin estos matices el noviazgo pierde lirismo, que es la calidad propiamente amorosa de una relación, combinación de delicadeza, admiración y creatividad.
No todo es negativo, ciertamente, pues los medios abren maravillosas posibilidades de encuentro interpersonal, inéditas hasta ahora, y en esa medida favorecen un conocimiento mutuo más rico y profundo de los amantes. Piénsese en el correo electrónico o el Messenger. Comunicar no es necesariamente uniformar, ni informarse equivale a mimetizarse. No obstante, aun evitando simplificaciones derrotistas, lo cierto es que la banalización del amor que describimos cunde por todas partes. Sin el necesario criterio ético y estético, la avalancha diaria de imágenes y noticias se torna abrumadora, como una atmósfera que enrarece hasta el ámbito más íntimo y personal. Moldeable y moldeado, el individuo pierde entonces, antes que cualquier otra cosa, su capacidad de amar, la posibilidad de abrirse plenamente a otra persona y descubrirse en ella. En medio de este panorama ¿qué queda del I love you que mencionábamos al principio?
La estructura perenne del noviazgo
La cuestión nos conduce de lleno a los fundamentos antropológicos del amor esponsal, por eso hemos de empezar aclarando nuestras ideas al respecto. ¿Cuáles son sus elementos esenciales y permanentes? ¿Qué convierte el afecto entre dos personas en amor romántico, es decir erótico o esponsal? ¿Basta con decir I love you?
Evidentemente no. Para que signifique lo que realmente dice, esta declaración debe pronunciarse en un contexto determinado, que es aquella historia común entre dos personas, varón y mujer, que llamamos noviazgo. Caben muchas formas de vivirlo, ciertamente, y no existe consenso acerca de su duración o sus ingredientes, pero hay un elemento esencial: el compromiso de cara al matrimonio. Sin este horizonte conyugal, sin una disposición de los amantes, por vaga que sea, a darse y recibirse mutuamente por amor, no existe noviazgo. El I love you pierde entonces consistencia, no se pronuncia de modo creíble y auténtico. El que así se declara no aclara nada, ni siquiera a sí mismo, pues contradice el testimonio de su corazón que le llama, de modo espontáneo e impetuoso, a una entrega irrevocable. El only you forever del matrimonio constituye, en efecto, una tendencia inherente al corazón humano y en esa medida pertenece a la estructura natural y originaria del amor esponsal.
También pertenece a la naturaleza del hombre el que su vida discurra de forma argumental, histórica. Por eso el compromiso irrevocable y vocacional, el only you forever del matrimonio necesita anticiparse y prepararse mediante formas más atenuadas. Es lo que antiguamente se llamaba esponsales y hoy día entendemos por declararse, prometerse de cara al matrimonio. Se trata de un acto de extraordinaria densidad humana que abre perspectivas inéditas e introduce un nuevo orden de valores y deberes. Declararse mutuamente —no importa de quien parta la iniciativa— es interpretar la historia común en un sentido concreto y marcarle una dirección, es decir, revelarla como noviazgo. Con ello el pasado y el futuro de ambos se recapitulan en el presente y el amor que les une se inserta en la realidad. Mi ayer —viene a decir el enamorado— apunta a tu mañana; mi vida se orienta a ti, mi destino eres tú. Por eso declararse al otro es aclararse uno consigo mismo.
Ciertamente no toda declaración amorosa es así de lúcida y decisiva, no siempre conlleva una intuición tan diáfana del sentido de la vida, pero lo cierto es que tiende a ello, y la luz que poco a poco va clareando en la conciencia enamorada es justamente esta.
Una vez aceptada mutuamente, la declaración inaugura en el noviazgo una nueva etapa. Hasta ahora ambos procuraban acercarse y conocerse movidos por el amor, pero a partir de este momento la relación adquiere una cierta consistencia y estabilidad que conlleva un régimen ético y estético peculiar, distinto de la etapa anterior.
La referencia al matrimonio, por tanto, da lugar en el noviazgo a varias fases con un paisaje afectivo y moral diverso según intervenga o no el compromiso formal. Aunque la vida no puede reducirse a esquemas rígidos, el criterio aludido nos permite distinguir fundamentalmente tres estadios o etapas: 1) amistad complementaria, 2) “salir juntos” y 3) prometerse.
Amistad complementaria
Nos referimos aquí al trato amistoso, que es una especie dentro de lo que los filósofos llaman, en un sentido mucho más general amor de amistad o íntimo. Este trato amistoso presenta dos características.
En primer lugar se configura como una amistad complementaria, ya que en ella entra en juego la condición sexuada, se cuenta con ella, se asume mediante el respeto y la admiración. Ahora bien, lo que constituye formalmente esta amistad no es tal complementariedad, ni se entabla en función de ella, sino de otros motivos muy diversos: un trabajo o afición comunes, un ideal político, científico o religioso compartido, etc.
En segundo lugar, y como consecuencia de lo anterior, este trato no está focalizado en una sola persona como sucede a los que están enamorados (only you). Aquí el amigo o amiga lo es también de otros y otras sin que nadie vea en ello deslealtad o traición. La complementariedad, en efecto, es aquí factor de diversidad y no de exclusividad pues abre a un gran abanico de amistades entre chicos y chicas. Incluso puede ser altamente enriquecedor, como sucede en ciertas pandillas.
“Salir juntos”
En el contexto amistoso que acabamos de describir es donde acontece el enamoramiento. Aparece entonces un factor nuevo, que es el eros. No vamos a indicar aquí sus elementos sino sólo subrayar el cambio que representa respecto al trato amistoso. Ahora la pareja de amigos comienza a tratarse no solo contando con la condición sexuada sino sobre todo en función de ella, es decir, se miran y hablan en cuanto varón y mujer. El significado esponsal del cuerpo, que había funcionado hasta este momento como trasfondo de la amistad se coloca ahora en primer plano con toda su arrebatadora elocuencia.
Se abre entonces un periodo de prueba o exploración que podríamos llamar prenoviazgo, pues aún no existe un compromiso formal. Por eso mismo no es necesariamente señal de frivolidad el que abunden en este periodo las vacilaciones, retrocesos, titubeos, rectificaciones, arrepentimientos, etc., así como las diversas “estrategias” para conquistar y atraer a la pareja. No todo tanteo es tonteo, es decir, flirteo superficial.
Se trata de un tipo de relación sobre el que pocas veces se ha reflexionado, pues lo normal es juzgarla con las categorías del noviazgo, simplemente como su comienzo, y no como una situación que puede durar meses o años sin llegar a cuajar en compromiso de futuro. Así sucede a menudo con adolescentes en edad escolar, cuyas circunstancias de madurez, formación e independencia económica hacen improbable en la práctica un compromiso matrimonial.
Ahora bien, que estas circunstancias sean objetivas no impide que el afecto que experimentan sea auténtico eros o amor esponsal, es decir, un amor vivido por y desde el significado esponsal del cuerpo. El desafío ético y pedagógico que ello plantea consiste en conducir, modelar y purificar este afecto con realismo, adecuándolo a las circunstancias de la persona, como diremos más adelante.
El principio antropológico que rige este período podría enunciarse así: experimentar verdadero amor esponsal hacia una persona no significa inmediatamente estar llamado a casarse con ella. En efecto, toda verdadera vocación (en este caso, al matrimonio) se descubre en términos de eros, pero no todo auténtico eros envuelve una verdadera vocación. Es cierto que en el eros búsqueda y descubrimiento se dan a la par, pero en este caso el descubrimiento no es aún el de tal persona, sino de su belleza y encanto, que embargan el corazón. Volveremos sobre este punto más adelante.
Este carácter de búsqueda y espera es lo que define la estética peculiar de esta etapa. Los piropos, gestos, regalos y atenciones que se despliegan aquí no están informados por una vocación concreta, y por eso mismo presentan un tono más respetuoso y comedido que en el noviazgo propiamente dicho.
Es en esta etapa donde se hace sentir con más fuerza el influjo nocivo de la cultura audiovisual, mencionado antes. Los adolescentes son los más vulnerables a estos patrones de conducta que equiparan “salir juntos” al noviazgo maduro, confundiendo el lenguaje peculiar de uno y otro. Como consecuencia tienden a instalarse en una permanente provisionalidad, donde el sentido argumental del amor se oscurece, al tiempo que se adopta una retórica amorosa hueca, afectada y fraudulenta.
Antes de proponer algunas sugerencias formativas para este periodo detengámonos un momento en el siguiente, que es el noviazgo propiamente dicho.
Prometerse
Aunque denominemos noviazgo a todo el proceso, es realmente a partir de la declaración o promesa matrimonial cuando este nombre se emplea con toda propiedad. Es el hecho de prometerse lo que convierte a los enamorados en novios. Esta palabra, que viene de novelli, nuevos, denominaba en un principio a los recién casados, pero con el tiempo ha venido a designar, paradójicamente, a los que no lo están. El uso antiguo pervive en la aclamación ¡vivan los novios! con que se saluda, por extraño que parezca, a los que acaban de convertirse en marido y mujer. Con la palabra esposos ocurre a la inversa. Proviene de sponsi, prometidos, es decir novios, mientras que en la actualidad se denomina así a los que ya son marido y mujer. Estas vicisitudes del lenguaje ponen de relieve hasta qué punto el noviazgo se ha entendido siempre en función del matrimonio, y cómo esta referencia determina su sentido y su razón de ser.
El fundamento antropológico del noviazgo, por consiguiente, hay que buscarlo en el sentido vocacional del matrimonio. En esta perspectiva el noviazgo aparece como un paulatino descubrimiento mutuo que conduce, por su propia dinamismo, al don de sí. Dado que el matrimonio es un compromiso para amar parece lógico que se llegue a él por amor. En este proceso desempeña un papel clave la virtud de la castidad, más exactamente la pureza de corazón, que el cristianismo define como “escuela de donación de la persona” (Catecismo 2346). Solamente con ella es posible acceder a la intimidad de la otra persona y elegirla por sí misma, más allá de sus cualidades y circunstancias.
Esta perspectiva vocacional es lo que define la estética propia del noviazgo e informa su lenguaje específico. Las manifestaciones afectivas de este periodo, aunque parezcan similares a las de “salir juntos”, se mueven en un plano espiritual diverso. Las del noviazgo se inscriben en una conversación latente e incesante cuya raíz es el compromiso que une a la pareja. Es un matiz que pasa inadvertido a los extraños y que fácilmente se deforma en los medios de comunicación y en la ficción cinematográfica.
Este descubrimiento de la vocación matrimonial por vía amorosa es una experiencia de naturaleza contemplativa, es decir, consiste en la intuición sabrosa de una verdad que sobrepasa nuestras fuerzas y cálculos humanos. No obstante, por muy misteriosa e inaprensible que sea, esta revelación surge siempre en función de las circunstancias objetivas de los enamorados y alumbra un proyecto de vida definido y concreto.
Este grado de realismo difícilmente puede encontrarse en lo que hemos llamado “salir juntos”, y en esa misma medida no se le puede atribuir un carácter rigurosamente vocacional. El eros llama, pero aún no se ha revelado su rostro. La atención se focaliza en una persona concreta, ciertamente, pero aún no hay un proyecto de vida en el que ambas personas puedan coincidir. Por divina que sea, la semilla de la vocación sólo germina en el terreno firme de la existencia humana.
Conclusiones y sugerencias
Para recorrer con éxito el itinerario que hemos descrito, los novios necesitan del consejo y la orientación de los buenos amigos, más aún en la coyuntura actual. A fin de facilitar esta ayuda, resumimos a continuación algunas de las ideas expuestos que, a nuestro juicio, revisten especial interés pedagógico y moral.
1.— En el asesoramiento a gente joven conviene dejar clara la diferencia antropológica y ética entre “salir juntos” y el noviazgo formal, tanto más cuanto que la cultura actual tiende a difuminar sus límites. Sin este discernimiento previo es muy difícil situar a la persona en la historia concreta que está viviendo y darle así el consejo oportuno.
2.— Este criterio permite además poner de relieve los valores y posibilidades específicas de este prenoviazgo o “salir juntos”. Es un periodo en que ante todo se aprende a asumir de forma madura y responsable la complementariedad sexual, superando los prejuicios que suelen oscurecerla. Para lograrlo son necesarias tres actitudes: el respeto, la admiración y el sentido festivo, mediante las cuales el sujeto logra verse en el “espejo” de sexo opuesto, y así enriquecerse con sus cualidades y asumirlas a su manera. Porque varón y mujer tienen mucho que aprender el uno del otro: sobre el modo de enfocar la vida, la sensibilidad, el modo de trabajar, el estilo intelectual, etc.
3.— En este sentido “salir juntos” representa una excelente oportunidad para vivir virtudes que no se encuentran en la mera amistad, o al menos no en el mismo grado. La fidelidad, la pureza y la sinceridad se redescubren ahora con destellos nuevos, y se experimentan insólitos impulsos de superación.
4.— El primer requisito, por tanto, para aconsejar a estas personas es reconocer que el afecto que les une no es una simple amistad sino auténtico amor erótico, por muy lejos que esté del noviazgo serio. Sería equivocado, por consiguiente, aplicar aquí los mismos criterios morales que para los amigos de una pandilla o compañeros de clase. Cuando, en vista de la corta edad de los enamorados, el padre, educador, profesor o sacerdote, se empeñan en hacer creer a los interesados que lo que viven es mera amistad (“en realidad no sois más que buenos amigos”) pierden la confianza de sus interlocutores y fracasan en su intento de aconsejarles, ya que ellos perciben evidencia irrefutable que no es así, sino que están realmente enamorados.
5.– En el extremo opuesto, no hay que presuponer que esta relación adolescente sea siempre un flirteo superficial, por más que sea lo normal en muchos ambientes escolares. Como hemos dicho más arriba, la fase de “salir juntos” se caracteriza por una cierta actitud de prueba o exploración, en virtud de la cual las relaciones son lógicamente frágiles e inestables sin que por ello sean necesariamente frívolas e insustanciales.
6.– A pesar de todo, es obvio que el amor adolescente de que tratamos se encuentra enormemente desfigurado por lo que hemos llamado “modelo globalizado de amor erótico”, en el cual el matrimonio queda suprimido del horizonte amoroso, y su puente hacia él, que es el noviazgo, pierde su sentido. ¿Cómo rebatir esta mentalidad? Ante todo ayudando a los enamorados a situarse en la propia vida; un amor verdadero es siempre un amor situado, que se toma en serio las cosas, que no duda en aclararse sobre sí mismo. En efecto, el amor se alimenta de realidad, pide encarnarse en el hoy y ahora concreto; como una planta, necesita arraigar en el terreno firme de la existencia de los amantes, con sus circunstancias de edad, familia, educación, trabajo. Lo que sucede en el caso de los adolescentes es que estas circunstancias hacen muy improbable, o al menos muy lejano, el compromiso matrimonial, y esto es lo que hay que hacerles entender. Si son sinceros notarán que el mismo amor que les une es el que les dice “debo purificarme, debo esperar, debo madurar, crecer, formarme…”. Verdadero pero no hacedero, este amor aún no ha echado raíces en este mundo y para ello necesita virtudes, trabajo y educación. Envuelve por tanto una llamada a la conversión personal y a la superación ascética.
7.– Por último es ineludible referirnos a la cultura audiovisual, que es el vehículo y como la atmósfera del modelo globalizado de amor erótico. Hoy más que nunca el amor humano se encuentra permanentemente acompañado por esta imagen de sí mismo que le ofrece el espejo mediático. Por eso resulta imprescindible, como parte del asesoramiento que deseamos brindar a nuestros amigos, ayudarles a desarrollar el sentido crítico ante los medios, en especial el cine. Si siempre la formación moral ha de estar unida a la formación estética —cosa que suelen olvidar los moralistas— ahora más que nunca urge conciliar estas dos perspectivas en el trato con los jóvenes. En el caso de las chicas es aún más importante ya que ellas se encuentran en el centro del mundo de la imagen. En este campo las mujeres son más poderosas pero también más vulnerables que los varones. En medio de escaparates, revistas y pantallas tienen el desafío de ser ellas mismas, traduciendo la figura ficticia que ven, en la persona real que son.
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BIBLIOGRAFÍA
Sobre el amor esponsal, llamado también erótico o romántico, se ofrece una selección bibliográfica en la “Sección de Libros” de www.darfruto.com
También son de interés los artículos de Javier Laínez que se reproducen en la “Sección Documentos” de www.darfruto.com. En ellos se describe con viveza y fidelidad el ambiente en que se desenvuelve el amor adolescente en España. Aunque el argot juvenil no sea el mismo, las observaciones que se hacen son válidas para otros países.
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