En el hombre nunca se da una presencia meramente física, inerte, pasiva. Su estar es siempre mostrarse, interpretarse como persona, asumir la propia imagen ante los demás.
Pablo Olmedo ([email protected])
En el artículo titulado La humanidad del cuerpo, del que estas líneas son continuación, meditábamos sobre un dato de la experiencia: que antes y más que con ropa el hombre se viste de humanidad; y que su apariencia externa está siempre y necesariamente interpretada, tanto a sus ojos como a los del prójimo, según unas claves antropológicas perennes: personeidad, esponsalidad, indigencia, plasticidad, carnalidad y totalidad visual. Son características que derivan de la verdad del hombre y por eso son comunes a toda cultura y época histórica. Representan una exigencia tanto ética como estética que surge dondequiera que se dé una presencia personal, una figura humana, ya sea desnuda o vestida.
Estas categorías o rasgos humanos constitutivos representan a su vez como la estructura básica de toda expresividad corporal, a partir de la cual es posible entender fenómenos como el pudor, la higiene, el lenguaje gestual, el adorno y el vestido. En esta perspectiva el cuerpo aparece como palabra de carne, lenguaje primordial y raíz de todo otro lenguaje.
Más adelante trataremos de explicar cómo estas seis categorías se relacionan entre sí y se modulan culturalmente para expresar a la persona mediante el arreglo y el vestido. Ahora sin embargo conviene detenernos un poco más en el tema de la desnudez para insistir en lo que es clave en ella: su índole irreductiblemente cultural.
Cultural no es sinónimo de artificial. Cultura no es, como quiere la modernidad positivista, cierto añadido espurio y postizo que la civilización ha impuesto a lo biológico, que sería lo verdaderamente “natural”. Lo que sí parece espurio, una abstracción que violenta la realidad artificiosamente, es este concepto de “naturaleza fisiológica”. Aunque superado en otros ámbitos de la Antropología, aún persiste en la teoría de la moda por estar ésta tan ligada al psicoanálisis y a su correspondiente versión sociológica. Se trata de una visión estrechamente naturalista, donde nada escapa al sistema implacable de los impulsos sexuales, los tabúes reprimidos, la prepotencia machista y los traumas religiosos. Visto así, el hombre no es más que un animal evolucionado, y el vestido, el principal instrumento empleado para su domesticación, sobre todo en el caso de la mujer (1).
Afortunadamente no encontramos en la experiencia cotidiana esta alambicada “naturaleza fisiológica” sino más bien la naturaleza interpretada, inventada, vivida; en otras palabras, la cultura (2). La auténtica cultura, en efecto, es la realización humana de la naturaleza, aquello que el hombre hace de sí a partir de lo que sabe de sí. En este sentido el cuerpo —o mejor dicho la corporeidad, porque hablamos de una dimensión de la persona—, es la primera y principal experiencia cultural del hombre, la primera invención de su creatividad (3). El mismo hecho de verse significa, de un modo u otro, entreverse; reconocerse implica soñarse. ¿Y qué es este soñarse sino mirarse en el espejo de los demás? Si no es en la perspectiva de la vocación al amor, en efecto, si no es en la comunión con los demás, en el encuentro con el prójimo, apenas tendríamos un atisbo de nosotros mismos. Por eso verse es también y simultáneamente comunicarse. Y no de cualquier modo sino artísticamente, ya que la persona sólo se expresa como tal en términos estéticos. Esta autoexpresión es lo que llamamos, en un sentido muy general, arreglo, el cual nunca falta en el ser humano, ni siquiera en los llamados “pueblos desnudos”.
¿Cuáles son estos pueblos? Nos referimos a aquellas comunidades humanas, tanto prehistóricas como actuales, en que la desnudez pertenece a la convivencia cotidiana y por tanto posee un sentido social: su estar es estar desnudos (4). En rigor no puede decirse que se “hayan desnudado” para nada, pues su ausencia de ropa no obedece a una intención particular. Esta intención de desnudarse a la vista de otros sólo existe entre personas habitualmente vestidas, y de ahí el carácter extraordinario de este gesto y su intensidad, a veces avasalladora (5). La ausencia de esta sensibilidad en los pueblos primitivos no indica que estemos ante una desnudez meramente “fisiológica” o “zoológica”, carente de intimidad, o que no puedan expresar el pudor de otros modos. De hecho los datos etnográficos testimonian que se trata de una desnudez arreglada, interpretada, comprendida en el contexto de una relación personal. El uso universal de adornos corporales —pigmentos, tatuajes, escarificaciones, etc, además colgantes y abalorios—, prueba que en estas comunidades el cuerpo se percibe espontáneamente como figura, totalidad visual dotada de sentido, la cual “habla” de muchas cosas, y además con admirable elocuencia: maternidad, familia, trabajo, relaciones sociales, religión, etc. Se trata por tanto de una desnudez con rostro, con nombre, con historia, plenamente cultural, si bien con una discernimiento ético y estético de diverso grado y calidad. Lo veremos más adelante, cuando reflexionemos sobre la esencia del vestido.
——————————-
NOTAS:
(1) Esta es la postura de autores como Toussaint-Samat, Maguelonne, Historia técnica y moral del vestido (3 vols), ed. Alianza, Madrid 1994, pp. 51-72; KÖNIG, René, Sociología de la moda, ed. A. Redondo, Barcelona 1972, pp. 124-131; SQUICCIARINO, Nicola, El vestido habla, ed. Cátedra, Madrid 2003, pp. 43-53; Martínez Barreiro, Ana, Mirar y hacerse mirar. La moda en las sociedades modernas, ed. Tecnos, Madrid 1998, pp. 74-105.
(2) Sobre el engarce entre naturaleza y cultura cfr arregui, Jorge V.-Rodríguez Lluesma, Carlos, Inventar la sexualidad, Documentos del Instituto para la Familia nº 18, Rialp, Madrid 1995, y también el artículo de Pablo Prieto en DARFRUTO “El cutis de Tarzán”.
(3) Un análisis fenomenológico del cuerpo como experiencia primordial de cultura puede verse en: barbotin, Edmond, El lenguaje del cuerpo, Pamplona 1970. Sobre el rostro como invención cultural cfr CHOZA, Jacinto, “Las máscaras del sí mismo”, en Anuario filosófico 26(1993) pp. 375-394.
(4) Como se sabe, quedan aún muchos pueblos en África, Australiay América del Sur que mantienen usos sociales muy primitivos, también en cuanto a indumentaria. Sobre ellos puede consultarse en Internet una amplia documentación etnológica, con abundante material gráfico, por ejemplo en www.ikuska.com/Africa ; www.survival.es ; www.antoniocores.com. También son de interés los múltiples reportajes de la revista National Geographic sobre etnias aborígenes, recogidos en www.nationalgeographic.com/siteindex/people.html
(5) “Desde tiempos inmemoriales el hombre desnudo ha sido para nuestros antepasados no el hombre natural sino el anormal, no el hombre que se abstiene de vestirse sino el hombre que está, por alguna razón, desnudo. ... En este sentido somos más ‘nosotros mismos’ cuando estamos vestidos. Por la desnudez, los amantes dejan de ser Juan y María: se ha puesto el énfasis en el universal él y ella. Casi podría decirse que se ‘visten’ la desnudez como una túnica de ceremonia, o como el disfraz de una charada.” (C.S Lewis Los cuatro amores, ed. Rialp, Madrid 1996, p.116).
Introducción a la serie sobre “Perdón, la reconciliación y la Justicia Restaurativa” |
San Josemaría, maestro de perdón (1ª parte) |
Aprender a perdonar |
Verdad y libertad |
El Magisterio Pontificio sobre el Rosario y la Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae |
El marco moral y el sentido del amor humano |
¿Qué es la Justicia Restaurativa? |
“Combate, cercanía, misión” (6): «Más grande que tu corazón»: Contrición y reconciliación |
Combate, cercanía, misión (5): «No te soltaré hasta que me bendigas»: la oración contemplativa |
Combate, cercanía, misión (4) «No entristezcáis al Espíritu Santo» La tibieza |
Combate, cercanía, misión (3): Todo es nuestro y todo es de Dios |
Combate, cercanía, misión (2): «Se hace camino al andar» |
Combate, cercanía, misión I: «Elige la Vida» |
La intervención estatal, la regulación económica y el poder de policía II |
La intervención estatal, la regulación económica y el poder de policía I |