Intervención en el domingo de la Divina Misericordia
CIUDAD DEL VATICANO, domingo, 23 abril 2006 (ZENIT.org).- Publicamos las palabras que dirigió Benedicto XVI este domingo a mediodía, antes de cantar la oración mariana del Regina Caeli junto a decenas de miles de fieles y peregrinos que colmaron la plaza de San Pedro del Vaticano.
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¡Queridos hermanos y hermanas!
Este domingo el Evangelio de Juan relata que Jesús resucitado se apareció a los discípulos...
Intervención en el domingo de la Divina Misericordia
CIUDAD DEL VATICANO, domingo, 23 abril 2006 (ZENIT.org).- Publicamos las palabras que dirigió Benedicto XVI este domingo a mediodía, antes de cantar la oración mariana del Regina Caeli junto a decenas de miles de fieles y peregrinos que colmaron la plaza de San Pedro del Vaticano.
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¡Queridos hermanos y hermanas!
Este domingo el Evangelio de Juan relata que Jesús resucitado se apareció a los discípulos, reunidos en el Cenáculo, la tarde del «primer día después del sábado» (Jn 20,19), y que se mostró a ellos nuevamente en el mismo lugar «ocho días después» (Jn 20,26). Desde el principio, por lo tanto, la comunidad cristiana empezó a vivir un ritmo semanal, destacado por el encuentro con el Señor resucitado. Es cuanto subraya también la Constitución del Concilio Vaticano II sobre la liturgia, afirmando: «La Iglesia, por una tradición apostólica, que trae su origen del mismo día de la Resurrección de Cristo, celebra el misterio pascual cada ocho días, en el día que es llamado con razón "día del Señor" o domingo» (Sacrosanctum Concilium , 106).
Recuerda además el evangelista que en ambas apariciones el Señor Jesús mostró a los discípulos las señales de la crucifixión, bien visibles y tangibles también en su cuerpo glorioso (cfr. Jn 20,20.27). Aquellas sagradas llagas, en las manos, en los pies y en el costado, son fuente inagotable de fe, de esperanza y de amor en la que cada uno puede beber, especialmente las almas más sedientas de la divina misericordia. En consideración de ello, el siervo de Dios Juan Pablo II, valorando la experiencia espiritual de una humilde religiosa, Santa Faustina Kowalska, quiso que el Domingo después de Pascua estuviera dedicado de una forma especial a la Divina Misericordia; y la Providencia dispuso que él muriera precisamente en la vigilia de tal día [en las manos de la misericordia divina]. El misterio del amor misericordioso de Dios estuvo en el centro del pontificado de mi venerado Predecesor. Recordemos, en particular, la Encíclica Dives in misericordia de 1980, y la dedicación del nuevo Santuario de la Divina Misericordia en Cracovia, en 2002. Las palabras que él pronunció en esa última ocasión fueron como una síntesis de su magisterio, evidenciando que el culto de la misericordia divina no es una devoción secundaria, sino dimensión integrante de la fe y de la oración del cristiano.
Que María Santísima, Madre de la Iglesia, a la que ahora nos dirigimos con el Regina Caeli, obtenga para todos los cristianos vivir en plenitud el Domingo como «Pascua de la semana», saboreando la belleza del encuentro con el Señor resucitado y bebiendo en la fuente de su amor misericordioso, para ser apóstoles de su paz.
[Tras rezar el Ángelus, el Papa saludó a los peregrinos en ocho idiomas. Estas fueron sus palabras en español:]
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. En este domingo de la octava de Pascua contemplamos a Cristo resucitado que entrega a su Iglesia el don de su amor misericordioso: «A quiénes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados». Pidamos a la Virgen María que, confiando cada vez más en la misericordia divina, nuestra vida cristiana progrese en el camino hacia la santidad. ¡Feliz Día del Señor!
[© Copyright 2006 - Libreria Editrice Vaticana.
Traducción del original italiano realizada por Zenit]
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