Este escrito es un cariñoso homenaje a los ancianos, a los mayores, a los que ahora, eufemísticamente hablando, llamamos tercera edad, según lo políticamente correcto
Como en todo homenaje, hay dos compases elementales que me han movido a escribir estas líneas: admiración y agradecimiento, sentimientos que brotan espontáneamente en mi corazón hacia estas personas, que ya en el atardecer de la vida nos han dado tanto y, a veces, sólo reciben soledad e incomprensión. Digo admiración porque, si repasamos sus vidas y hacemos balance de tantos años de caminar por este mundo, nos encontramos con unas vidas ricas, profundas y llenas de vivencias y experiencias, llenas de sabiduría.
Admiro a los ancianos y me gusta hablar con ellos, porque los conocimientos que han adquirido a lo largo de su vida no están escritos en ningún libro de texto, sino en el libro de la vida. Los han ido adquiriendo y haciendo suyos de mucho mirar, de mucho pensar, de mucho observar, de mucho renunciar y de mucho amar.
Su vida, en la mayoría de los casos, ha sido una vida de entrega, de servicio, de generosidad desbordante, de mucha responsabilidad, ayuda y compromiso, de mucho amor. ¡Nos han dado tanto a las nuevas generaciones! El ejemplo de su trabajo bien hecho; para ellos, no existía hora de entrada y salida, casi no había fiestas, y las que había las celebraban con cariño y sin excesos. El ejemplo de su amor a la familia, a los vecinos, a sus paisanos… Siempre había en sus vidas un abuelo, un tío a quien cuidar, y lo hacían con mimo y dulzura, dando lo mejor de sí mismos.
Admiración por esa vida llena de virtudes que recibieron de sus mayores, y ellos han sabido atesorar en lo más interno de su ser, haciendo un proyecto de vida honrado, noble, de fidelidad a unos principios y a unas convicciones que siempre han regido su actuar.
Admiro su manera de ser, de pensar y de estar en el mundo, llena de dignidad y coraje. Admiro cómo han sabido abrirse camino aun a costa de dificultades y penurias.
Admiro su respeto, su humildad y su sencillez, actitudes que les hacen más grandes. Admiro su amor a Dios y a sus mandamientos.
Admiro esa paz que transmite su mirada cuando estás junto a ellos, sabedores de su deber cumplido, porque nuestros mayores han tenido siempre más presente los deberes que los derechos, y eso da tranquilidad al espíritu y satisfacción de haber conseguido una vida lograda y ejemplar que dejar como herencia y legado a los suyos.
Por todo lo que acabo de relatar, y por mucho, muchísimo más, siento un hondo agradecimiento y pienso que las generaciones que tanto les debemos tenemos una deuda pendiente de gratitud para con ellos. Quisiera pagar muy modestamente con estas líneas, y sensibilizar si es posible a los más jóvenes, para que no sea tarde en darnos cuenta de su influencia tan benefactora, pues es un acto de justicia así reconocerlo.
Basta con el cariño
Quisiera que sirviera para llamar la atención de unas generaciones jóvenes que, preocupadas e inmersas en su alocado discurrir y quizá llevados por una falsa modernidad y progreso, no hemos reparado en la soledad y abandono en que se encuentran muchos de ellos… Cuando ellos han dado todo, es de justicia, pero es, sobre todo, de amor, darles nuestra ayuda, nuestra presencia, darles, sencillamente, nuestra sonrisa y nuestro cariño. ¡No necesitan más!
La sabiduría de una sociedad, su estatura ética se demuestra dando como mínimo algo de lo que ha recibido.
¿Nos hemos parado a pensar si quizá lo mejor que tenemos, si quizá la parte de nuestra vida de la que más orgullosos estamos se lo debemos a su influencia y ejemplo? Sería mezquino no reconocerlo.
Por favor, no nos dejemos arrastrar por esta sociedad deshumanizada que sólo valora lo útil, lo que produce, lo joven, lo bello, lo cómodo, lo que no ata…, que echa de sus entrañas unas vidas llenas de entrega, sacrificio, generosidad, amor… No los recluyamos en el olvido y soledad; no piden nada, sólo compañía, cariño.
Queridos ancianos, ante la dignidad de vuestras vidas, recibid mi cariño y más sinceras gracias por vuestro ejemplo. Si estáis aquí, si Dios os quiere aún en este mundo terreno, con vuestros achaques y dependencias, quiero pediros, por favor, que no os sintáis un estorbo (como a veces escucho), pues toda vida, vuestra vida es un punto de referencia, un faro donde quizá a los más jóvenes sólo nos quede esa luz ante tanta oscuridad.
Rosa María Resino Barrientos
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