Discurso a los presidentes de las Comisiones Episcopales para la Familia y la Vida de América Latina
CIUDAD DEL VATICANO, domingo, 4 diciembre 2005 (ZENIT.org).- Publicamos el discurso que dirigió Benedicto XVI este sábado a los participantes en el encuentro de los presidentes de las Comisiones Episcopales para la Familia y la Vida de América Latina, organizado por el Consejo Pontificio para la Familia.
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Queridos Hermanos en el Episcopado:
1. Me complace recibiros con ocasión del Tercer Encuentro de los Presidentes de las Comisiones Episcopales para la Familia y la Vida de América Latina. Deseo expresar mi gratitud por las palabras que me ha dirigido el Señor Cardenal Alfonso López Trujillo, Presidente del Consejo Pontificio para la Familia. Soy testigo, junto con toda la Iglesia, de la solicitud con que el Papa Juan Pablo II se entregó a este tema tan importante. Por mi parte, asumo esta misma preocupación que afecta en gran medida al futuro de la Iglesia y de los pueblos, ya que, como afirmaba mi predecesor en la Exhortación Apostólica «Familiaris consortio», «¡el futuro de la humanidad se fragua en la familia!». Por consiguiente es indispensable y urgente que «todo hombre de buena voluntad se esfuerce por salvar y promover los valores y exigencias de la familia». Y añadía: «Corresponde también a los cristianos el deber de anunciar con alegría y convicción la ‘buena nueva’ sobre la familia que tiene absoluta necesidad de escuchar siempre de nuevo y de entender cada vez mejor las palabras auténticas que le revelan su identidad, sus recursos interiores, la importancia de su misión en la Ciudad de los hombres y en la de Dios» (nº 86). La mencionada Exhortación, junto con la Carta a las Familias «Gratissimam sane» y la Encíclica «Evangelium vitae» constituyen como un luminoso tríptico que debe inspirar vuestra tarea de Pastores.
2. Quiero agradecer, de modo especial, vuestra solicitud pastoral en el intento por salvaguardar los valores fundamentales del matrimonio y de la familia, amenazados por el fenómeno actual de la secularización que impide a la conciencia social llegar a descubrir adecuadamente la identidad y misión de la institución familiar, y últimamente por la presión de leyes injustas que desconocen los derechos fundamentales de la misma.
Frente a esta situación, contemplo con complacencia cómo crece y se consolida la labor de las Iglesias particulares en favor de esta institución humana, que hunde sus raíces en el designio amoroso de Dios y representa el modelo insustituible para el bien común de la humanidad. Son muchísimos los hogares que dan una respuesta generosa al Señor, y, además, abundan las experiencias pastorales, signo de una nueva vitalidad, en las que, a través de una mejor preparación para el matrimonio, se fortalece la identidad de la familia.
3. Vuestro deber de Pastores es presentar en toda su riqueza el valor extraordinario del matrimonio que, como institución natural, es «patrimonio de la humanidad». Por otra parte, su elevación a la altísima dignidad de sacramento debe ser contemplada con gratitud y estupor, como ya lo expresé recientemente al afirmar que «el valor de sacramento que el matrimonio asume en Cristo significa, por tanto, que el don de la creación fue elevado a gracia de redención. La gracia de Cristo no se añade desde fuera a la naturaleza del hombre, no le hace violencia, sino que la libera y la restaura, precisamente al elevarla más allá de sus propios límites» (Discurso en la Ceremonia de Apertura de la Asamblea Eclesial de la Diócesis de Roma, 6 junio 2005).
4. El amor y la entrega total de los esposos, con sus notas peculiares de exclusividad, fidelidad, permanencia en el tiempo y apertura a la vida, está en la base de esa comunidad de vida y amor que es el matrimonio (cf. GS 48). Hoy es preciso anunciar con renovado entusiasmo que el evangelio de la familia es un camino de realización humana y espiritual, con la certeza de que el Señor está siempre presente con su gracia. Este anuncio a menudo es desfigurado por falsas concepciones del matrimonio y de la familia que no respetan el proyecto originario de Dios. En este sentido, se han llegado a proponer nuevas formas de matrimonio, algunas de ellas desconocidas en las culturas de los pueblos, en las que se altera su naturaleza específica.
También en el ámbito de la vida están surgiendo nuevos planteamientos que ponen en tela de juicio este derecho fundamental. Como consecuencia, se facilita la eliminación del embrión o su uso arbitrario en aras del progreso de la ciencia que, al no reconocer sus propios límites y no aceptar todos los principios morales que permiten salvaguardar la dignidad de la persona, se convierte en una amenaza para el ser humano mismo, quedando reducido a un objeto o a un mero instrumento. Cuando se llega a estos niveles se resiente la misma sociedad y se estremecen sus fundamentos con toda clase de riesgos.
5. En América Latina, como en todas partes, los hijos tienen el derecho de nacer y crecer en el seno de una familia fundada sobre el matrimonio, donde los padres sean los primeros educadores de la fe de sus hijos, y éstos puedan alcanzar su plena madurez humana y espiritual. Verdaderamente, los hijos son la mayor riqueza y el bien más preciado de la familia. Por eso es necesario ayudar a todas las personas a tomar conciencia del mal intrínseco del crimen del aborto que, al atentar contra la vida humana en su inicio, es también una agresión contra la sociedad misma. De ahí que los políticos y legisladores, como servidores del bien social, tienen el deber de defender el derecho fundamental a la vida, fruto del amor de Dios.
6. Es indudable que para la acción pastoral, en una materia tan delicada y compleja, y en la que intervienen diversas disciplinas y se tratan cuestiones tan fundamentales, se requiere una cuidadosa preparación de los Agentes pastorales en las Diócesis. Así, los sacerdotes, como colaboradores inmediatos de los Obispos, han de poder recibir una sólida preparación en este campo, que les permita afrontar con competencia y convicción la problemática suscitada en su labor pastoral. En cuanto a los laicos, sobre todo los que dedican sus energías a este servicio de las familias, necesitan también una válida y elevada formación que les ayude a testimoniar la grandeza y el valor permanente del matrimonio en la sociedad actual.
7. Queridos Hermanos: como bien sabéis, está ya próximo el V Encuentro Mundial de las Familias, en Valencia, España, y que tendrá como tema: «La transmisión de la fe en familia». A este respecto, deseo expresar mi cordial saludo al Arzobispo de aquella ciudad, Mons. Agustín García-Gasco, el cual participa en este Encuentro y que, con el Consejo Pontificio para la Familia, lleva a cabo la ardua tarea de su preparación. Os animo a todos para que numerosas delegaciones de las Conferencias Episcopales, Diócesis y Movimientos de América Latina, puedan participar en tan importante evento eclesial. Por mi parte, apoyo decididamente la celebración de este Encuentro y lo pongo bajo la amorosa protección de la Sagrada Familia.
A vosotros, queridos Pastores, y a todas las familias de América Latina imparto de corazón mi Bendición Apostólica.
[Texto original en castellano]
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