La reciente concesión del Premio Príncipe de Asturias a la Compañía de Hijas de la Caridad me parece una noticia digna de resaltar. Es una decisión justa y ponderada.
Si admitimos que el valor de una persona no se mide por la cantidad de lo que da, sino por la alegría y generosidad que manifiesta en sus detalles, las Hijas de la Caridad son seres excepcionales. Trabajadoras incansables, dedican su vida a secundar las causas humanitarias más variadas. Para ellas hay una sola fuerza que ...
La reciente concesión del Premio Príncipe de Asturias a la Compañía de Hijas de la Caridad me parece una noticia digna de resaltar. Es una decisión justa y ponderada.
Si admitimos que el valor de una persona no se mide por la cantidad de lo que da, sino por la alegría y generosidad que manifiesta en sus detalles, las Hijas de la Caridad son seres excepcionales. Trabajadoras incansables, dedican su vida a secundar las causas humanitarias más variadas. Para ellas hay una sola fuerza que mueve el mundo: el amor, y una única patria: el dolor humano. Su mayor virtud: no invadir la conciencia de nadie.
Su fundador, san Vicente de Paúl, fue ayudado por santa Luisa de Marillac. Mujer de gran carácter y acusada personalidad, consciente de la problemática de la sociedad de su tiempo, ayudó a los más necesitados, a los que sufren, y a los olvidados.
Los que las conocen saben de su humanidad, de su mundo interior, de su continua oración. «La gente se asombra de que seamos capaces de hacer lo que hacemos, pero lo asombroso es que, al hacerlo, somos felices», afirman unánimemente.
En la sociedad actual, son muchos los que piensan sólo en triunfar, en poseer, mientras las Hijas de la Caridad conviven en la adversidad, conscientes de que así ofrecen algo de bienestar a quienes carecen de ello. Sus vidas son un ejemplo para todos. Por doquier dejan un mensaje de cordialidad, amor y solidaridad; sigamos sus huellas y sus testimonios.
Su camino es siempre el de la sencillez, el pasar haciendo el bien; por tanto, el homenaje que se les rinde es merecido. Las encontramos en medio de vagabundos, moribundos, niños sin hogar, familias destruidas, hospitales y casas de acogida.
La FAO nos recuerda que hay 800 millones de habitantes que pasan hambre, de los que 20 millones son niños. La pobreza es una forma de tortura que viola los derechos del hombre. El alimento es un derecho natural del ser humano. No es caridad, como muchos creen, pero sí es justicia. Desde el punto de vista sociológico, cultura es un sistema bien ordenado de intuiciones, leyes y valores. Cultura es el equilibrio psíquico del individuo y del grupo, es el humanismo integral del que nos hablaba Maritain.
Todos los seres humanos son iguales y dignos del mayor respeto; por ello, con sus vidas han intentado construir un mundo nuevo, entregando su vida de servircio a Cristo a través de los pobres.
Reflexionando en voz alta, pienso que todos y cada uno de nosotros puede ayudar a las Hijas de la Caridad y a los sacerdotes de san Vicente de Paúl. Como ellos, veamos en cada pobre al ser humano, que tiene derecho al afecto, al cariño, a ser tratado dignamente, y al enfermo que reclama el primero de sus derechos, un trato digno y humano. La vida, como afirmaba la Beata Madre Teresa de Calcuta, es una oportunidad única: aprovechémosla.
Soledad Porras Castro
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