Ernesto Galli della Loggia es uno de los pensadores que con más interés es seguidoen Italia. Recientemente, participó en un Encuentro que llevaba por lema Repensando el 11-S. Ofrecemos un extracto del artículo que, sobre este asunto, publicó en el diario italiano Corriere della Sera
Cuanto más se aleja en el tiempo, más se muestra como un evento revelador, uno de esos acontecimientos que rompen la trama prevista y predecible de los tiempos, mostrando contenidos nuevos e insospechables, ...
Ernesto Galli della Loggia es uno de los pensadores que con más interés es seguidoen Italia. Recientemente, participó en un Encuentro que llevaba por lema Repensando el 11-S. Ofrecemos un extracto del artículo que, sobre este asunto, publicó en el diario italiano Corriere della Sera
Cuanto más se aleja en el tiempo, más se muestra como un evento revelador, uno de esos acontecimientos que rompen la trama prevista y predecible de los tiempos, mostrando contenidos nuevos e insospechables, direcciones y actores de los cuales nadie imaginaba su existencia. La densidad del descubrimiento tiene que ver, sobre todo, con el lugar del acontecimiento: Nueva York, la capital de Occidente, la cosmópolis símbolo de la globalización y de toda nuestra organización social. El ataque a las torres gemelas ha mostrado la vulnerabilidad y, en cierto sentido, la infundada presunción de la tecnología. El refinamiento de las técnicas de control de las amenazas y de la administración de la violencia como respuesta ha sido arrollado por una fuerza brutal y sumaria como es la de un avión estrellado contra un edificio.
En aquellos aviones había un grupo de hombres: eran hombres decididos a morir para llevar a término su empresa. Nos encontramos aquí ante otro descubrimiento: en los albores del siglo XXI, la Humanidad no está unida por nada, ni parece fácilmente unificable por algún paradigma antropológico universal y común. La economía y el mercado apuntan hacia la unificación material del mundo, pero existe otro plano en el que fuerzas más antiguas –y por lo tanto más potentes– actúan en el sentido contrario. Son las fuerzas inmateriales de la religión, de las costumbres, de la tradición; en una palabra: de la Historia y de la identidad. Creímos durante mucho tiempo que el resultado de la partida entre los dos tipos de fuerzas –aquí esquemáticamente indicadas– daría con la inevitable victoria de las primeras. Hoy, en cambio, la existencia de hombres dispuestos a perder la vida para asesinar a otros parece sólo la punta del iceberg de la irreductibilidad cultural del planeta. Quizá deberíamos prepararnos intelectualmente para panoramas histórico-sociales caracterizados por contradicciones inéditas entre lo viejo y lo nuevo, entre inmanencia tecnológica y tensión hacia la trascendencia, entre subjetividad irrefrenable y revival comunitario.
Todo ello ha contribuido a derrumbar profundamente aquella imagen de la modernidad que, durante muchas décadas, teníamos como algo cohesionado y compacto, de unívoco significado. Naturalmente, esta descomposición fue prevista con claridad por algunos frecuentadores de los pisos altos de la cultura, pero hoy es advertida en toda su realidad por la gran mayoría de la opinión pública occidental. En cierto sentido, es como si el 11-S, también debido a su impacto visual-simbólico, hubiese representado una suerte de cumbre que ha reasumido una condición general de precariedad, de ambigüedad y de riesgo que muchos otros ámbitos e indicios anunciaban desde hace tiempo, pero que aguardaban ser llevados a la máxima visibilidad simbólica en un acontecimiento singular.
De la incertidumbre revelada aquel día toma parte un último e importante aspecto: la percepción de una sobrevenida e intensa fluidez en la división de los espacios políticos mundiales, tangiblemente ejemplificada en la insospechada permeabilidad de los cielos americanos. Ha sido una revelación y un desmentido; un desmentido de la hipótesis que sostenía que el fin del comunismo traería una recomposición espacial del planeta, sustancialmente bajo un solo orden y bajo un solo guardián de ese orden. Es importante el hecho de que grandes áreas geo-político-económicas del mundo, como Asia central o el espacio afro-asiático del petróleo, parecen estar más convulsionadas que nunca, o a punto de ser protagonistas de grandes procesos de redistribución del poder.
Al 11-S le corresponde también el término revelación. Es este carácter de revelación, de desvelamiento, el que le hace ser un evento filosófico, cargado de significados tan intensos que deben ser reconducidos a categorías interpretativas, a paradigmas más allá del acontecimiento mismo y que responden a una visión compleja del momento histórico. Ya desde hace tiempo se percibía en el panorama cultural de Occidente una tendencia hacia las grandes síntesis, hacia los grandes arcos diacrónicos, hacia el desarrollo de religiones universales y no contradictorias, hacia las grandes personalidades y los grandes eventos.
El 11 de septiembre ha reforzado esta tendencia hasta volverla casi hegemónica: debido a su impacto, el ataque a Nueva York parece haber puesto de nuevo al cabo de la calle la filosofía de la Historia, o al menos reproponer de un modo culturalmente pleno y denso su problema. La filosofía de la Historia se mueve por la idea de que es posible encontrar un sentido al discurrir histórico. Se trata de una sugerencia que está de actualidad en la vivencia contemporánea, en la que toda unilinealidad se rompe, todo diseño se descompone y desarticula, pero en la que parecen aflorar más que nunca los signos de un cumplimiento, si no de un destino.
Ernesto Galli della Loggia
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