Hace algunos años, fuimos a misiones con la fe y la ilusión de quienes van a algo grande. La fe ha crecido, por supuesto; la ilusión sigue viva y con ganas de contagiar. Cuando uno va a misiones piensa que puede dar mucho; y es cierto que se da y nos damos; pero no es menos cierto que recibimos mucho; tal vez mucho más de lo que damos. Nosotros nos damos, pero la gente también se da. Nuestra labor allá (nos hemos movido por Ecuador, Colombia y Perú) ha sido y sigue siendo la evangelización, llev...
Hace algunos años, fuimos a misiones con la fe y la ilusión de quienes van a algo grande. La fe ha crecido, por supuesto; la ilusión sigue viva y con ganas de contagiar. Cuando uno va a misiones piensa que puede dar mucho; y es cierto que se da y nos damos; pero no es menos cierto que recibimos mucho; tal vez mucho más de lo que damos. Nosotros nos damos, pero la gente también se da. Nuestra labor allá (nos hemos movido por Ecuador, Colombia y Perú) ha sido y sigue siendo la evangelización, llevar el mensaje del Evangelio, darlo a conocer y, sobre todo, intentar vivirlo y ayudar a que otros lo vivan.
La esencia de la Iglesia es ser misionera, es decir, portadora del mensaje de Jesús al mundo. Y todos somos Iglesia, por lo que todos debemos trabajar y empeñarnos en esta gran tarea eclesial. No podemos decir que «es cosa de sacerdotes o religiosas, que lo hagan ellos», sino que, como bautizados que somos y miembros vivos (no simples espectadores) de la Iglesia y del Cuerpo de Cristo, tenemos este compromiso. Y como dice el Apóstol: «¡Ay de mí si no evangelizare!» (1 Co 9, 16).
Tenemos muchas vivencias que podríamos compartir, pues hemos impartido cursos y convivencias de carácter teológico y bíblico con muchísimas personas, y, en especial, con catequistas, que prestan un valiosísimo servicio a la Iglesia.
Hoy nos referimos a algo que nos sucedió en Ecuador, allá por el año 1986. Recorríamos las comunidades cristianas de una parroquia de la provincia de Cañar (diócesis de Azogues), llamada Chontamarca. Nuestro vehículo era un par de caballos que nos prestaban para movernos por las zonas casi intransitables del lugar. A Finita le ofrecían siempre un caballo hermoso y dócil, que por su color le pusimos el nombre de El caballo blanco de la hermanita; era de la familia Orbe Castro, un matrimonio muy fervoroso y diez hijos, todos ellos serviciales al máximo e inteligentes y bondadosos. Nos acompañaba siempre un chiquito que hacía tres años terminó los estudios primarios y estaba dedicado a los animales y al campo. Nos tomó gran cariño (y nosotros a él, por supuesto); y con él compartíamos las naranjas o los chocolates que llevábamos para el camino.
Un feliz día le preguntamos si desearía ser sacerdote, a lo que sin titubear y con gran dulzura nos respondió afirmativamente. Tal vez no sabía bien lo que decía, pero él era piadoso y nos quería mucho. Le dijimos que preparara sus cosas y que, pasados unos días viniera donde nosotros; pero él no esperó, y, al día siguiente, regresó dispuesto a vivir con nosotros. Conversamos con el obispo de Azogues, que por aquel tiempo era monseñor Raúl Vela (ahora arzobispo de Quito y Primado de Ecuador). Le hablamos sobre la entrada de Mario al seminario menor, pero nos dijo que estaba con nosotros y ya era una excelente preparación. A Mario le dimos todo el cariño y los estudios posibles, logrando ser el número uno al final de los estudios secundarios. Entre los tres, habíamos madurado mucho la idea del sacerdocio, y quedaba una cuestión: ¿diocesano o religioso? Nos dijo que amaba mucho a su diócesis de Azogues, así que marchó al seminario de Ibarra (norte de Ecuador, en la provincia de Imbabura), para iniciar los estudios de Filosofía. Terminó estos estudios y su obispo (entonces monseñor Jacinto Zarauz, hoy emérito) lo envió al seminario de Pamplona, a fin de cursar los estudios de Teología. Los terminó brillantemente y se licenció en Teología Dogmática. Ahora trabaja en su diócesis, pues se ordenó sacerdote el 15 de agosto de 1998, en la catedral de Azogues. En agosto pasado celebramos su sexto aniversario.
Sinceramente creemos que esto es lo más grande que Dios ha realizado por medio de nosotros, pues nos ayudó inmensamente a conseguir un excelente sacerdote para la Iglesia del Señor, de la que, sin mérito nuestro, sino por gracia divina, somos miembros vivos, miembros vivos del Cuerpo de Cristo.
Para nosotros supone una alegría tan inmensa que no lo podemos expresar ni con palabras ni por escrito. Quien tiene estas experiencias, sabe que es cierto. Sentimos que Dios ha actuado y sigue actuando en la Historia, pues su Amor es infinito. Damos inmensas gracias a Dios por todo lo que nos ama.
Finita y Salvador
matrimonio misionero
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