¿Estamos en una era crepuscular? ¿Son estos años el preludio de una noche profunda? ¿Estará nuestra civilización destinada a sumirse en una oscuridad y una esterilidad seculares? Son interrogantes que acudían a mi mente con la lectura de las declaraciones del escritor y Premio Cervantes José Jiménez Lozano, con motivo de la publicación de su última novela, con las severas advertencias del peligro que supone el nihilismo banal de la sociedad de nuestros días: “en una situación como la nuest...
¿Estamos en una era crepuscular? ¿Son estos años el preludio de una noche profunda? ¿Estará nuestra civilización destinada a sumirse en una oscuridad y una esterilidad seculares? Son interrogantes que acudían a mi mente con la lectura de las declaraciones del escritor y Premio Cervantes José Jiménez Lozano, con motivo de la publicación de su última novela, con las severas advertencias del peligro que supone el nihilismo banal de la sociedad de nuestros días: “en una situación como la nuestra las cosas no se han ido arruinando solas: alguien se ha decidido a arruinarlas, desde el siglo XIX hasta la llegada del nihilismo. Entonces hubo un nihilismo apesumbrado pero hoy vivimos un nihilismo gozoso”. A estas palabras se añadía recientemente un sugerente artículo suyo en La Tercera de ABC: “Cuestión de carreteras”, donde establece un paralelismo de la situación contemporánea con la caída del Imperio Romano.
Recordaba mientras lo leía un símil que Hervé Pasqua utiliza, en una de sus obras, para afrontar con una respuesta optimista esas dramáticas preguntas: el rayo verde. Al oscurecer, cuando el día decae y el sol se pone en el horizonte, en algunos lugares, se puede apreciar cómo el borde superior, cuando está a punto de ocultarse, emite una luz verde que no ha dejado de cautivar a cuantos han tenido la oportunidad de observarlo. Quizás este fenómeno de la naturaleza podría ser adoptado como un símbolo de la esperanza. Por su color, por su belleza y por la forma de su aparición. Para poder percibirlo se requiere un día claro y estar alejado del ecuador de la tierra, pero sobre todo atención en la mirada. Un novelista del XIX , Emilio Salgari, sitúa en los mares de Malasia la descripción de este efecto óptico, aunque ésta sea sólo fruto de su imaginación. Otro novelista contemporáneo, y viajero incansable, Julio Verne, tampoco se sustrajo a su fascinación. El 17 de mayo de 1882 comenzaba la publicación de una obra por entregas Le rayon vert. Por aquél entonces ya era muy conocido. Hasta 1905 en que fallecía en Amiens -estamos en su centenario- su inventiva desbordante sobre las posibilidades de la ciencia se detuvo, cada vez con más agudeza ante el problema ético que surge cuando ésta se opone al servicio de la humanidad.
Este año se conmemora otro centenario, el de la teoría de la relatividad de Einstein. Su influjo cultural desde el inicio de su publicación fue enorme. “A principios de la década de 1920, comenta Paul Johnson en Tiempos Modernos, comenzó a difundirse, por primera vez en un ámbito popular, la idea de que ya no existían absolutos: de tiempo y espacio, de bien y mal, de saber, y sobre todo de valor. En un error quizá inevitable, vino a confundirse la relatividad con el relativismo”. Pero este paso, a mi entender, no se hubiera producido sin la obra de Nietzsche, fallecido en 1900. Fue él, con su filosofía del “desenmascaramiento”, quien negó la existencia de la verdad. No hay lugar para lo absoluto, lo trascendente o lo eterno. Su pensamiento recibirá un nombre: Nihilismo. La obra de Nietzsche se dará a conocer muy pronto por toda Europa. En España ejerció un gran influjo a comienzos del siglo XX como ha demostrado Sobejano. En 1919 García Morente lo pondría de relieve en la Revista de Libros al comentar la traducción de su “Epistolario inédito”.
Para Nietzsche el nihilismo es el resultado final del rumbo a la deriva del pensamiento moderno tras el abandono de la verdad. Él mismo profetiza su lenta expansión en Europa. Después de afirmar: “ésta es la fe del nihilista: no existe verdad alguna”, vaticina: “lo que yo narro es la historia de los dos próximos siglos. Yo describo lo que viene, lo que no puede venir de otra forma: el advenimiento del nihilismo. Esta historia puede ya ser contada pues su necesidad está operante”. La crisis de la Modernidad estaba anunciada. La aparición de dos Guerras Mundiales y la caída de los totalitarismos no ha resuelto la crisis sino que ha dejado paso a un nihilismo lúdico, una de cuyas consecuencias es el relativismo escéptico del “todo vale”, en el que en gran parte nos movemos hoy.
Así las cosas necesitamos signos de esperanza. Los hombres más lúcidos de este siglo pasado nos han hecho ver la importancia y la grandeza inmensa de la búsqueda y del hallazgo de la verdad. En este sentido me parece que la tarea que está realizando el Juan Pablo II es impagable. Algo que quedará en el patrimonio de la Iglesia. Un intelectual proveniente de las filas del marxismo, actualmente profesor en la Universidad de Oxford, Kolakowski, no ocultaba su admiración por el Papa al afirmar que “lo que lleva en su corazón es la Verdad”. Como señaló Solzhenitsyn en el discurso entregado a la Academia Sueca, con motivo del Premio Novel de Literatura en 1970: “una palabra de verdad pesa más que el mundo entero”. Su mirada penetrante supo distinguir una señal de esperanza en la elección de Juan Pablo II a quien consideraba “un don para toda la humanidad”. Una afirmación así escandaliza a muchos, pues el pensamiento laicista cree que es la única autoridad competente para esclarecer la verdad por lo que invita a la Iglesia a que deje en paz el problema de la verdad y limite su actuación al ámbito de la caridad y al voluntariado.
Juan Pablo II ha hecho un gran servicio a la humanidad precisamente al ayudarnos a no cesar en la búsqueda de la verdad y especialmente en el sentido de la existencia humana. En una ocasión con unas palabras que iban al corazón del hombre actual reflexionaba: “la desgracia del hombre de hoy es que no sabe ya quién es. Se ha olvidado de quién es”. Una consideración que recoge Eusebio Ferrer en uno de los dos volúmenes publicados en la colección “Biografías vivas”, con el elocuente título: “ Juan Pablo II. Pregonero de la Verdad”. ¿Cómo no ver en él, en su legado, al oscurecerse el horizonte de la civilización, una luz fuerte y clara de esperanza? A nadie le es posible apagar el anhelo de la verdad, y cuando ésta se busca con sinceridad, la luz de la aurora acaba por imponerse a la luz del crepúsculo.
8-02-2005