Tal vez, lo más importante sea conceder de veras prioridad simbólica a la familia normal
ReligionConfidencial.com
Me ha llamado la atención el enfoque negativo con que se ha presentado la reciente carta del Papa con motivo del próximo Encuentro Mundial de las Familias que se celebrará en Milán en 2012. La información destaca las amenazas que pesan sobre la institución desde ángulos muy diversos. Ciertamente existe esa especie de asedio. Pero dan ganas de pedir que se destaque lo positivo, mucho más extenso y fuerte.
En cierto modo, es lógico que sea así. Recuerdo la metodología del propio Tomás de Aquino. Sus cuestiones en la Summa Theologiae comienzan siempre con un "parece que no", al que acompañan razones de peso que va numerando. Tras ese videtur viene el sed contra, en que se afirma sintéticamente la tesis opuesta, que se explica detenidamente. Luego, se responde una a una a los argumentos que parecían justificar la tesis contraria.
Pero la próxima Jornada Mundial tiene como tema 'La familia: el trabajo y la fiesta'. Se presta a subrayar los aspectos más gratos e, incluso, lúdicos, que se viven y pueden celebrarse en los hogares. No destacaría de entrada que la sociedad de consumo contribuye a la disgregación familiar y a la expansión de estilos de vida individualistas. Así es. Pero llegan los momentos duros de la vida, y ahí está la familia para atemperar el dolor, o atenuar las dificultades de la falta de empleo más allá de los seguros para los parados.
Se comprende que en tantas encuestas sobre valores, la familia siga siendo la institución más valorada, con gran diferencia. Incluso, en las peores informaciones sobre los reiterados modelos, no es difícil descubrir la profunda nostalgia de la familia que todos conocen, aunque no siempre lo quieran decir.
Tal vez por esto, salvo la excepción de España, el mundo occidental lleva años tratando de diseñar políticas positivas. Veremos si el recién elegido para liderar el laborismo británico, Ed Miliband, toma también el relevo de las tesis de Tony Blair, que hizo piña en esta materia con el socialismo francés de Lionel Jospin y la socialdemocracia de Gerhard Schröder.
Los problemas vienen de antiguo. Los menos jóvenes tal vez recuerden la imagen de vaciedad que proyectó Milos Forman (Taking off) sobre la familia norteamericana de los setenta: una coexistencia sin sentido ni lazos reales. De la ironía al melodrama, Mike Leigh trataba de dar una salida a la apatía y desafecto británicos en Secretos y mentiras. En cierto modo, directores más bien izquierdistas han venido a replantear un modelo capaz de superar la imagen habitual de hogares rotos.
Desde luego, las políticas estatales en esta materia deben ser muy debatidas y matizadas, para evitar el peligro de intromisión en el hogar, ámbito irreductible de la intimidad, de la privacy. Pero cuando la crisis de la familia es un fenómeno social de tanta amplitud, un político responsable ha de abordarlo, al menos, para incentivar soluciones, facilitar medios educativos, retirar obstáculos laborales o fiscales.
Tal vez, lo más importante sea conceder de veras prioridad simbólica a la familia normal. Hace falta audacia —y la izquierda europea supo tenerla para reconocer que otras situaciones no son tipos de familia, sino patologías. Algo semejante sucede con el sentido de la fiesta, al que Johan Huizinga o Josef Pieper dedicaron páginas memorables.
La alegría es un bien cristiano. La Encarnación imprime en la humanidad el sello del optimismo antropológico, que puede y debe estar presente en los diversos ámbitos de la convivencia. De ahí quizá el deber de subrayar los aspectos más atractivos de la doctrina cristiana, especialmente en el ámbito familiar.
Desde luego, como afirmaba Benedicto XVI en el avión que le llevaba hace unos días a Edimburgo, «se podría decir que una Iglesia que busca sobre todo ser atractiva estaría ya en el camino equivocado». Porque no busca el refrendo de la opinión pública. Pero será en la práctica atractiva si se identifica con el Evangelio de Jesucristo y con «las grandes verdades que ha traído a la humanidad».